No hay doctrinas
fanáticas.
El fanático religioso o
el fundamentalista democrático no dicen nada de la religión ni de la
democracia.
El fanatismo es una
cualidad de los individuos o, más fácilmente, de las masas.
El hombre-masa, siempre tan
manipulable, siempre tan seguro de lo que es verdadero y falso, de lo que está
bien y lo que está mal, se halla en un estado habitual de fanatismo.
Quizá un signo de que
alguien es fanático es que considera la doctrina opuesta como fanatismo en
estado puro, lo cual significaría que todos los que la aceptan son intolerantes
descerebrados por el simple hecho de pensar algo.
Por eso, el fanático
suele considerar las ideas imperantes en su época (o su tribu) son LA verdad y
que los disidentes, los otros, son el mal, el demonio (o l'enfer) al que hay que exterminar.
El no fanático considera las
ideas que rechaza como errores frente a los que cabe argüir.
El fanático
persigue personas, el que no lo es combate ideas.
Cuando la idea imperante
era el cristianismo, los fanáticos cazaron brujas; hoy las ideas imperantes son
de otro tipo y se persiguen otra clase de brujas. El mecanismo parece idéntico.