Leo a maestros que
afirman que su objetivo es que sus alumnos sean felices.
¡Qué bien! Lo mismito que
Aristóteles al comienzo de la Ética a
Nicómaco: todos queremos ser felices.
Eso sí, Aristóteles subraya que no todos estamos de acuerdo sobre en qué consiste la felicidad.
No sé si quien pone el
objetivo de la actividad docente en la felicidad es porque ya ha resuelto el
problema en que se atasca Aristóteles o es que no ha llegado a planteárselo.
Y la cuestión me parece importante, porque si el maestro es un hedonista, su clase será un jolgorio;
si es un hombre temeroso de Dios, su clase será una catequesis.
Claro que, tenga o no
resuelto el asunto de la felicidad, si el maestro se limita a enseñar su
materia, tendremos un colegio. Y de esos colegios sale gente preparada para enfrentarse a la vida y pelear por realizar su modelo de felicidad: una sociedad ilustrada y plural, en fin.