Se dice de alguien que es
una autoridad cuando exhibe la excelencia en algún ámbito o, como dicen los
latinos: auctoritas est iudicium
sapientis in sua scientia. De modo que hay quien es una autoridad en
historia y quien lo es en el tenis o en la medicina.
No son pocos los
intelectuales modernos y postmodernos que parecen haber perdido todo rastro de
autoridad.
Quizá porque no saben lo suyo o lo que los demás juzgan que debiera
saber el intelectual, que podría ser.
O quizá porque no abordan con rigor su
tarea y, dejándose llevar (que es muy pasivo, más de actor que de autor) por las
carantoñas de las pasiones políticas (al decir de Benda), “posan”, “hacen como
sí”, cacarean eslóganes.
Que es rentable, claro. Pero no era eso. Porque si el intelectual tiene algo que aportar, será algo más bien activo que pasivo, algo más de autor que de actor, algo más que lo arraigue, lo enraice y vitalice que algo que lo convierta en un vocero de causas progres, comprometidas y a la moda, predecible y prescindible.
Algo de esto le entiendo a Vargas Llosa. Y ahí lo dejo. Por si interesa:
«otra de las razones de
la pérdida de «autoridad» de muchos pensadores de nuestro tiempo: no eran
serios, jugaban con las ideas y las teorías como los malabaristas de los circos
con los pañuelos y palitroques, que divierten y hasta maravillan pero no
convencen»,
Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo