Hábitos atómicos y El principito: en lo que te estás convirtiendo (II)
Una conversación con Clear, Aristóteles y Tolkien sobre libertad, alma y
repetición.
En la primera parte vimos cómo Hábitos atómicos,
de James Clear, ofrece un método eficaz para incorporar nuevos comportamientos.
Pero también vimos que su enfoque, aunque útil, es incompleto. No basta con
saber cómo construir un hábito. Hay que saber hacia dónde te lleva. Qué tipo de
persona estás formando.
De Sméagol a Gollum: hábitos que deforman el alma
En El Señor de los Anillos, Sméagol
comienza siendo un hobbit común. Pero repite un acto una y otra vez: se aferra
al anillo, lo desea, lo codicia. Y ese hábito lo transforma. Literalmente. Ya
no es Sméagol. Es Gollum.
Los
hábitos te transforman. Pero la pregunta clave no es si
funcionan, sino ¿en
qué me estoy convirtiendo?
No se trata sólo de eficacia, sino de alma
James Clear tiene razón: los hábitos modelan la vida. Pero
si sólo nos quedamos en la eficacia —repetir, automatizar, reforzar— corremos
el riesgo de vaciarnos. Porque lo humano no se juega sólo en lo que hacemos,
sino en lo que somos. Y ese “ser” se construye, día a día, con nuestras
repeticiones. Con nuestros hábitos.
Aquí aparece la filosofía clásica que, a los hábitos, los
denomina “segunda naturaleza”. El ser humano nace incompleto, abierto, sin
saber siquiera cómo andar, hablar, comer. Todo lo aprende. Todo se le da. Todo
se convierte en hábito. Y esos hábitos no son neutros. Nos construyen.
El hábito como libertad
Hay una paradoja aparente: cuanto más hábitos adquirimos, más libres somos.
Porque quien sabe tocar la guitarra puede elegir si tocar o
no. Quien no la ha aprendido… no tiene esa opción. La ignorancia no libera,
limita.
En ese sentido, adquirir hábitos es sinónimo de “apropiarse”
de sí mismo, de adueñarse de la propia vida. Y eso es un proceso que puede
hacerse exitosamente, pero también puede acabar en el fracaso existencial, que
la vida es cosa seria. En función de cómo va el proceso de apropiación, Aristóteles
describe tres tipos morales:
·
El incontinente: no se
contiene. Sabe lo que está bien, pero no puede evitar hacer lo contrario. Como
un alcohólico.
·
El continente: se contiene.
Lucha, domina sus impulsos. Como quien doma un caballo salvaje. Tiene mérito,
pero vive en tensión.
·
El virtuoso: Ha interiorizado
el bien. Lo hace con facilidad, con gozo, con belleza. Como quien baila con el
mundo.
Aragorn, Frodo, Gollum: tres modelos del alma
Esta tipología moral se encarna en tres personajes de
Tolkien:
·
Gollum (el incontinente):
dominado por su deseo, deformado por sus actos, esclavo de su hábito. En Gollum
ya nadie (ni él mismo) reconoce al simpático hobbit que fue Sméagol.
·
Frodo (el continente): lucha.
Sabe que puede caer, por eso resiste. Y esa lucha lo engrandece.
·
Aragorn (el virtuoso): domina,
decide, actúa con sabiduría y libertad. Por eso es rey.
Tú eliges: ¿quién quieres ser?
Entre Clear y Saint-Exupéry
Volvamos a Hábitos Atómicos. El método de
Clear parte de un modelo reactivo: estímulo – respuesta. Pero El
Principito parte de otro: decisión-acción. La libertad es anterior
a la rutina. Lo humano empieza cuando decidimos.
Y esa es la clave. Los hábitos que construyen la libertad,
no esclavizan. Los que deforman el alma, aunque sean “eficaces”, deben ser
erradicados. Como los baobabs en el planeta del principito.
Vivir bien no es repetir. Es elegir.
Cada
pequeño acto —cada hábito— construye una persona. Por eso no
basta con saber cómo hacerlo. Hay que saber por
qué, para qué, y hacia
quién.
La virtud es un hábito. Pero no cualquier hábito es virtud.
¿Y
si vivir bien no dependiera solo de hábitos eficientes, sino de decisiones
valientes?
Esa es la pregunta. Y esa es la vida que vale la pena construir.
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