Llevar el fuego.
Sobre “La carretera” de Cormac
McCarthy
Por Manuel
Ballester
¿Qué significa ser
humano cuando todo lo humano ha desaparecido?
En La carretera, Cormac McCarthy responde con una historia sencilla y brutal: un padre y su hijo caminan por un mundo arrasado. No hay ley, no hay luz, no hay futuro. Sólo ceniza, hambre y miedo. Y sin embargo, ellos caminan. Porque “llevan el fuego”.
Nadie tiene nombre en
esta novela. El padre, el hijo, la madre que ya no está… son figuras
universales, símbolos de lo que podemos ser cuando el mundo se rompe. Frente al
colapso, el padre no lucha por reconstruir la civilización, sino por algo más
íntimo: preservar la humanidad de su hijo. Enseñarle a no cruzar la línea. A no
convertirse en uno de los otros.
El viaje como forma de vida
La carretera es una novela de viaje. Y como en los grandes
relatos de siempre (la Odisea, la Eneida, El Hobbit), la
vida misma aparece como un camino. Pero a diferencia de Odiseo o Bilbo, que
regresan al hogar, aquí no hay casa a la que volver. El hogar ha sido
destruido. Eneas tampoco tiene un lugar al que volver, pero no camina sin
sentido. En La carretera, los
caminantes que son el hombre y el chico, que somos nosotros, camina, sí, pero
cabe la duda ¿hay sentido? ¿queda algún lugar hacia el que caminar? La madre no
se lo vio, por eso forma parte de la historia sólo como recuerdo.
Y ese es el núcleo: no
está claro que el viaje, que es la vida, tenga sentido; no está claro que el
viaje, que es la vida, valga la pena; aunque se pelee bravamente, la victoria
no está garantizada.
El hombre no logra
salvar a su hijo: muere antes de alcanzar la meta, antes de llegar al destino
que se habían propuesto. Pero el padre deja una huella: el esfuerzo por
proteger a quien quiere, por evitar que se degrade, por cuidarlo, eso lo hace
humano. Esa podría ser su herencia, lo que entrega. Lleva el fuego y lo
transmite: ha cumplido su misión.
Esperanza sin victoria
La madre, en cambio, perdió
la capacidad de sostener al hijo frente a un mundo muerto, vacío. Su decisión
no es una respuesta al mundo exterior (a la escasez, al miedo, al frío). Es una
ruptura más profunda: la pérdida de sentido.
Ahí está la clave. Y en eso se parece a otras historias de
desesperación: no es el mundo exterior lo que mata, sino la quiebra interior.
Da igual que el entorno sea un mundo devastado (como en La carretera) o una urbanización confortable (como en Vía revolucionaria). Lo que verdaderamente
destruye no es el entorno, sino la fractura interior. Lo que mata es la pérdida
de sentido.
Su gesto recuerda al
de Denethor en El Señor de los Anillos: alguien que ha mirado el futuro
y se ha rendido. Pero hay otra forma de mirar. La de Gandalf. La del padre. Una
esperanza que no promete victoria, pero que sostiene. Como dice Gandalf: “he
hablado palabras de esperanza, pero sólo de esperanza”.
No hay certezas. No
hay garantías. Sí hay algo que podemos hacer, algo que constituye el sentido de
nuestro esfuerzo, aunque no sea el broche feliz de la historia. Se llama tarea,
misión y fidelidad. Es el verso que escribimos en un poema que no empieza ni
termina en nosotros. El verso acaba, pero el poema continua. El hombre muere,
la historia del hijo continúa; sin el padre, pero sigue.
Eso es la esperanza:
no la confianza en el éxito, sino en la dignidad de seguir escribiendo.
Un final abierto
El padre muere, pero
el hijo sobrevive. Y no está solo. Una familia lo acoge, lo valora, lo cuida.
Lo humano persiste. No como conquista, sino como transmisión. Porque el mundo
no termina en nosotros. Somos parte de un poema más grande. No somos un verso
suelto.
Y en tiempos oscuros, llevar el fuego es el gesto más humano que nos queda.
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