domingo, 24 de agosto de 2025

Del caos al sentido: tres pasos para reconstruir lo que importa

 




 

Del caos al sentido: tres pasos para reconstruir lo que importa

 

Las vacaciones a veces se convierten en un pequeño apocalipsis. Lo que esperábamos como descanso, armonía y disfrute, acaba transformándose en discusiones, silencios, cansancio o heridas que parecían ya cicatrizadas.

Podemos tener la tentación de pensar que hemos tenido mala suerte. Pero a poco que nos fijemos, descubriremos que eso le pasa a bastante gente. Parece algo estructural y, por tanto, vale la pena pensarlo.

Veámoslo con una pequeña metáfora doméstica. Tenemos nuestra casa organizada y de pronto decidimos darle otro aire. Empezamos a cambiar muebles de sitio, a mover los cuadros y, por eso mismo, a descubrir que hay manchas, desconchones, humedades, grietas… que no se veían porque los tapaban los muebles y los cuadros.

El caos, el hecho de descolocar las cosas las hace visibles, pero no ha creado los desconchones.

Y eso ha pasado en la familia que, al cambiar los muebles, al cambiar las costumbres, las rutinas, emergen, se hacen visibles, problemas antiguos. No han sido causados por el caos, pero el caos las ha hecho visibles. Y ahí están, amenazando con llevarnos por delante, a nosotros y a nuestra familia.

Dos errores ante el caos

Ante ese terremoto hay dos errores que conviene evitar.

1.      Hacer como que no pasa nada. Esperar a que acaben las vacaciones y recuperar las rutinas habituales o, lo que es lo mismo: volver a colocar los muebles en el mismo sitio y tapar los desconchones. Fingir que todo sigue igual.

2.      Huir hacia un nuevo comienzo perfecto. Tirar la casa abajo para construir otra sin grietas. Romper con todo, borrar el pasado, como si fuera posible empezar desde cero sin repetir los mismos errores.

 

Como ya señalaba Aristóteles, lo inteligente, lo humano, es una tercera opción. Vamos a ver cómo se llega ahí.

 

El caos en los orígenes: Hesíodo y el Génesis

El caos y el orden se dan tanto en el mundo natural, donde nosotros descubrimos estructuras ordenadas, como en el mundo humano, donde nosotros creamos el orden o nos incorporamos a unas normas, a unos modos de proceder, típicamente sociales, de nuestro país o de nuestra familia. Contribuyendo a enriquecerlas, a cambiarlas, etcétera. Pero nos incorporamos, puesto que no vivimos solos.

De ahí que observar cómo se entrelazan caos y orden en la naturaleza pueda iluminar también lo que sucede en nuestras relaciones humanas

En las cosmogonías antiguas (mitos babilónicos, Hesíodo o la Biblia), el mundo empieza, por así decirlo, después del caos. Al principio está el caos, es decir, se parte de una situación des-ordenada, des-organizada. Y el mundo empieza cuando se organizan las cosas. Si el caos vacacional ha desorganizado las cosas en la familia y en la vida, entonces será necesario un nuevo comienzo.

Vamos a fijarnos en dos modos de salir del caos: la Teogonía de Hesíodo y el Génesis bíblico.

En la Teogonía de Hesíodo leemos:

«πρῶτον γένετο Χάος: Primero fue (γένετο) el Caos».

Después aparecerán (γένετο) Gea (la Tierra), Tártaro (el abismo o límite) y Eros (el amor que atrae y une).

Conviene subrayar que no significa que el Caos generase algo, sino que simplemente estaba ahí, como la primera realidad. No es un dios que actúe ni una fuerza creadora en sí misma, sino la abertura primordial, el vacío inicial.

Ahora bien, Hesíodo utiliza el mismo verbo γένετο tanto para el Caos como para Gea, Tártaro y Eros, pero con un matiz decisivo: el Caos simplemente es, como presencia originaria; en cambio, Gea, Tártaro y Eros aparecen ya como principios activos, realidades que comienzan a dar estructura al mundo.

A partir de esa apertura, Hesíodo enumera los tres principios que dan forma al mundo:

Gea, la Tierra firme que sustenta,

Tártaro, el límite profundo,

y Eros, el amor que atrae y une.

Así, el Caos no es todavía desorden frente al orden, sino el espacio originario donde todo puede comenzar.

El Génesis añade todavía un matiz decisivo. La situación inicial es una “soledad caótica” (tohu va-bohu, lo informe) que la versión de los Setenta traduce como “ἀόρατος καὶ ἀκατασκεύαστος”: tinieblas, abismo, aguas sin forma. Esto es muy similar al inicio de Hesíodo, pero el escritor bíblico introduce un elemento fundamental: “el πνεῦμα θεοῦ (espíritu de Dios) aleteaba sobre las aguas” y comienza a dar orden (separando luz-oscuridad, agua-tierra, etc.

Aquí está la gran diferencia: en Hesíodo no se nos dice cómo surge el mundo ordenado; sólo se describe cómo están las cosas cuando el cosmos ya existe. En cambio, en la Biblia sabemos cómo surge: por la acción del Espíritu, que comprende, ve posibilidades y actúa. Es la inteligencia y la voluntad del espíritu divino la que convierte el caos en creación.

Y aquí entramos nosotros. En nuestra vida y en la familia, el caos no es el fin, sino la antesala de lo que vendrá. Cuando estamos ante el caos —ya sea el del cosmos o el de unas vacaciones familiares que parecen derrumbarse— podemos elegir cómo mirarlo. Si lo entendemos al modo aristotélico, con inteligencia práctica (phronesis), descubriremos que no estamos ante una ruina definitiva, sino ante un posible nuevo comienzo. Un mundo distinto empieza a abrirse, y nos toca ponernos a construirlo.

Tres pasos para reconstruir

En la vida personal ocurre lo mismo. El caos no es falta de normas, sino de sentido. Y la salida requiere inteligencia y libertad.

Podemos inspirarnos en tres gestos que aparecen en los clásicos de la literatura:

Nombrar al dragón: reconocer lo que nos hiere. Sin ponerle nombre, seguirá creciendo oculto.

Elegir destino (Ítaca, como Ulises), necesitamos un destino que oriente nuestras decisiones y nos recuerde quiénes somos.

Ser constantes: seguir el hilo de Ariadna. La fidelidad en las pequeñas decisiones cotidianas es lo que nos saca del laberinto.

 

1.       Nombrar al dragón

Nombrar al monstruo, al desorden, a lo que nos agobia, angustia y nos da miedo, es el primer paso. Es decir, saber qué está pasando exactamente. Hay que averiguar cómo se llama mi dragón, ¿Qué me está devorando? Puede ser un conflicto con mi pareja o una relación con un hijo al que ya no sabes qué decirle ni cómo. La soledad, la decepción, la rutina, la edad, darte cuenta de que ya no eres el que eras, de que ya no vas a conseguir ciertas aspiraciones.

A veces pensamos que el problema es el cansancio, el mal humor, el carácter. Y eso es el humo. Se trata de encontrar el fuego que produce el humo: ¿Por qué estás de mal humor? ¿Por qué esas manifestaciones de carácter? ¿Por qué?

Descubre qué es lo que te duele de verdad Y dale su nombre. Eso no es fácil, porque cuando lo ves y entonces te interpela. Ves que ese era el problema. Pero si no le das el nombre, si no sabes qué es, perderás el tiempo con mil cosas, echándole la culpa de la situación a los otros, a la mala suerte o a las circunstancias. Pero el monstruo seguirá ahí, ganando terreno día a día, oculto detrás de un cuadro.

Y ese es el primer paso en la reconstrucción de mí mismo y de mis relaciones con mi familia, mis amigos. Como en esas sesiones de Alcohólicos Anónimos, que el principio es precisamente el día que uno se levanta y dice: “soy alcohólico”. Ese es mi problema y ahora puede empezar la curación. Porque le he dado el nombre.

2.       Elegir destino

En segundo lugar, decidir el destino. Cuando ya sabemos el problema hemos dado un gran paso, pero no está resuelto. Cuando una persona dice “soy alcohólico”, no está curada, está empezando con buen pie, pero está empezando. Queda un largo camino.

Y en ese camino es importante tener clara la meta, el destino. ¿A dónde voy? Ulises decide ir a Ítaca. Esa meta da sentido a su vida, a su viaje. Ulises pasa años en un mar caótico y ahí encuentra peligros en tormentas, las sirenas… Incluso una diosa le propone hacerlo inmortal y vivir siempre dichosos juntos en una isla paradisíaca.

Ulises sabe dónde va. Ulises sabe quién es. Es un hombre, no un dios. Volver a Ítaca es elegir ser mortal y ser fiel a Penélope, ser fiel a su destino y volver a su hogar. Y por eso sortea el caos y rechaza a una diosa, porque introduciría el caos al apartarlo de su vida auténtica.

Y en ese sentido, todos necesitamos aclararnos con nuestro destino. Todos necesitamos tener claro cuál es el sentido de nuestra vida, saber para qué vivimos, para qué estamos en esta familia o en este trabajo.

La vida es en cierto sentido, un viaje a través del caos. Quien tiene un destino es un peregrino, el que no es un vagabundo, y no es lo mismo.

3.       El hilo de Ariadna

Y el tercer movimiento lo aprendemos de Teseo que, tras matar al Minotauro, se encuentra en el corazón un laberinto, un caos que no sabe afrontar pero tiene la ayuda del hilo de Ariadna, la guía que le permite orientarse. Es importante darse cuenta de que, aunque se haya vencido al Minotauro, aunque se haya vencido el gran monstruo, la vida no se resuelve de golpe, sino en mil pequeñas decisiones.

Porque se van a volver a repetir pequeñas discusiones, cansancios, desánimos. Eso volverá y, por eso, podemos prepararnos estableciendo rutinas (el hilo de Ariadna) que bloqueen el caos. Pueden ser prácticas como establecer momentos de conversación, momentos de lectura, elaborar una lista de tres cosas en las que centrar la atención…

Y saber que ahí se puede fallar una y otra vez, pero se está diciendo que aunque falle quiero ser fiel, quiero volver a Itaca. Y no se llegará de golpe, como el alcohólico no se cura de golpe.

Pero estamos saliendo del laberinto, estamos venciendo al caos, estamos adueñándonos de nuestra vida. El caos no es el final, no sólo eso, sino que si somos inteligentes aprovecharemos el caos, la desazón, el disgusto, para ver nuestras heridas, para ver nuestros puntos débiles.

Conclusión: vivir bien no es vivir sin caos

El caos siempre regresa: en la familia, en el trabajo, en nuestras contradicciones. La cuestión no es eliminarlo, sino aprender a orientarnos en él, tener la certeza de que podemos impedir que los problemas dominen nuestra vida; tenemos el poder de ser fieles a nosotros mismos imponiéndonos sobre los problemas.

Cada vez que reconocemos las grietas, nombramos al dragón y fijamos un horizonte, estamos transformando el caos en cosmos.

Vivir bien no significa vivir sin grietas, sino aprender a dar forma al desorden: transformar el caos en cosmos.

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