Una paradoja
liberadora
A propósito de Ortodoxia, VIII, de G.K. Chesterton
Manuel Ballester
Se dice que vivimos en tiempos de velocidad, de ruido, de
agitación permanente. Pero Chesterton no está de acuerdo. En la primera línea
del capítulo VIII de Ortodoxia lanza una paradoja de las
suyas: el signo de nuestra época no es el movimiento, sino la pereza. No
corremos porque tengamos energía, sino porque nos falta: los coches sustituyen
a los pasos, las frases hechas sustituyen al pensamiento, los grandes conceptos
("progreso", "modernidad", "cambio") nos ahorran
la incomodidad de razonar por nosotros mismos.
Este capítulo, uno de los más provocadores del libro, se titula “El romanticismo de la ortodoxia”. Y es eso lo que se propone mostrar Chesterton: que el corazón de la verdadera aventura intelectual y moral no está en las novedades brillantes, sino en las verdades antiguas. Que el alma de la revolución está en el dogma. Y que no hay nada más revolucionario que una teología bien pensada.