Kafka y el miedo al padre: cuando la familia se convierte en un campo de
batalla
Una lectura de Carta al padre
Las heridas que vienen de casa
Todos somos hijos. Y, en mayor o menor medida, lo que hemos
vivido en nuestra familia de origen nos ha marcado. No se trata de revolver en
el pasado por simple nostalgia o reproche, sino de comprender cómo esas raíces
nos configuran.
Carta al padre, de Franz Kafka, no es una carta
cualquiera. Es una confesión brutal, un análisis quirúrgico del vínculo que mantuvo
con su padre… y de cómo ese vínculo acabó por aplastarlo.
¿Qué pasa cuando una familia se organiza como una lucha?
Kafka no se limita a contar que tenía miedo. Lo que pone
sobre la mesa es algo más profundo: su familia funcionaba como una estructura
jerárquica en la que todo era lucha, y el que tenía el poder, ganaba.
“Tú siempre tenías que ganar. No me era posible oponerme a
ti”.
No es una frase menor. En ella se resume el modo de
relacionarse que imperaba en casa: un modelo de dominio y sumisión. Y en ese
modelo, si uno ganaba, los demás perdían. Si el padre era fuerte, el hijo sólo
podía callar o marcharse. Esa lógica de la imposición no deja espacio para el
crecimiento, sólo para el exilio emocional. Así lo hace también una de sus
hermanas: pasa de ser “súbdita triste” a “reina alegre”… pero en otro hogar.
La madre: una presencia silente pero reveladora
En medio de esa estructura de poder, la figura de la madre
aparece como contraste. En apariencia, es sumisa, pasiva, silenciosa. Pero si
se mira con atención, su actitud supone un rechazo frontal
(aunque callado) del modelo dominante. No entra en la lógica del poder, de la
victoria o la humillación. Su manera de estar con los demás es la del cuidado.
Ella representa, sin proclamarlo, otro modo de entender la
familia: el del amor. Y en ese modelo, el que es fuerte no
impone ni aplasta; pone su fuerza al servicio del débil. Es
decir: el fuerte (los padres) tendría que usar su fortaleza para que el débil
(los hijos) crezca y llegue más lejos que él. En una familia bien construida,
el hijo no es rival, es apuesta.
Una carta que no se cierra
Kafka nunca envió esta carta, que empieza: “Querido padre, no hace mucho me preguntaste por qué digo que te tengo miedo”, es un intento desesperado de decir lo que nunca pudo decir en voz alta. De encontrar un lenguaje que permitiera explicar por qué se rompió algo que debía haber sido fuente de vida.
El problema de fondo no era el carácter del padre. Era el modelo
de relación. Cuando la familia se convierte en un campo de batalla, se
pierde la posibilidad de crecer juntos. Kafka lo intuye. Y lo denuncia.
¿Y nosotros?
Quizá hoy muchas familias no funcionan ya como las del siglo
XIX. Pero las lógicas del poder, del “aquí se hace lo que yo digo”, no han
desaparecido del todo. Sigue habiendo hijos que no se atreven a hablar, padres
que no saben acompañar sin aplastar, hermanos que sólo encuentran la alegría
fuera del hogar.
La carta de Kafka sigue abierta. Y nos sigue interpelando:
¿Queremos relaciones de poder o relaciones de amor? ¿Queremos que los nuestros nos obedezcan… o que lleguen más lejos que nosotros?
Mira el análisis completo en Tinta y Caos, mi canal de youtube:
👉 https://youtu.be/UeGC0RSZ4AM
Disponible también en Spotify:
https://n9.cl/xifps
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