Del espacio habitado al lugar amado
A propósito de
Barraca, J., De la vivienda al hogar.
Cuatro relatos con su epílogo para un edificar y un habitar humanista, Ed.
Ygriega, Madrid, 2025.
Manuel Ballester
Hay libros que se leen
y otros que se habitan. Como ciertas casas, estas obras no se limitan a ofrecer
cobijo intelectual o refugio estético: aspiran a ser hogar. El último libro de
Javier Barraca pertenece a esta categoría. No es sólo una lectura sobre la
vivienda. Es una reflexión poética, filosófica y literaria sobre el habitar
humano.
El autor, ya conocido
por su novela Persona y su ensayo narrativo Perdón, vuelve a
abordar, mediante la forma del relato, los grandes temas de siempre: la verdad,
la libertad, la dignidad, el amor. Y lo hace desde un escenario aparentemente
sencillo, casi doméstico: los espacios que habitamos. Pero no hay que
engañarse. En Barraca, el espacio siempre es símbolo, y la casa es algo más que
arquitectura: es eco, recuerdo, presencia, promesa.
El libro se compone de
cuatro relatos y un epílogo. La forma breve, que ya empleó con eficacia en sus
obras anteriores, permite una lectura ágil, sin que por ello se pierda
profundidad. En Perdón recorríamos las estancias del alma herida; en Persona,
el despertar interior ante el simulacro colectivo. En De la vivienda al
hogar, Barraca nos invita a redescubrir lo íntimo, lo esencial, lo que da
calor a las paredes: “las personas que quiero” –responde un personaje, con voz
serena y honda– “sin ellas, este espacio rebosante de lujo me parece frío,
inhóspito, desangelado”.
El tono general del
libro recuerda, más que a una denuncia, a una epifanía. Como quien acaricia una
herida con palabras, el autor nos recuerda que no hay hogar sin vínculo, ni
dignidad sin arraigo. No es casual que resuenen aquí las voces de Saint-Exupéry
o de Buber, ni que se invoque la profunda verdad de que “el hombre es un nudo
de relaciones”.
Barraca no esconde que
vivimos tiempos inhóspitos. Lo mismo sugería en Persona, donde un
personaje leía y escribía como forma de resistir al totalitarismo blando de las
buenas intenciones institucionales. Ahora nos presenta otros modos de
resistencia: la ternura, la atención, la creación de un espacio donde pueda
decirse nosotros. “Ojalá encuentres algún día la estancia irrepetible
que anhelas, el hogar absolutamente idóneo de tus sueños”, leemos en otro
pasaje.
Este libro habla de
casas, pero no va de arquitectura. Habla de hogares, pero no sólo de lo
doméstico. Su tema es la humanidad del espacio y el espacio de lo humano. En
tiempos donde el mercado inmobiliario reduce el hogar a inversión, Barraca
recuerda que el habitar es una forma de relación y, en última instancia, de
salvación. Porque, como ya intuía Hölderlin, donde está el peligro, también
está lo que puede salvarnos.
No es casual, tampoco,
que el libro termine con una reflexión sobre el lenguaje. El modo en que
nombramos nuestras actividades les otorga o les niega dignidad: “yo, que
simplemente invento unas pequeñas historias, puedo ser un escritor; y tú, una
agente inmobiliaria profesional”. El lenguaje, como el espacio, puede humanizar
o deshumanizar.
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