La Odisea es una
obra muy rica, casi una novela de aventuras o, más precisamente, un relato
sobre la aventura de la vida.
Ahí aparece, si sabemos leerla, el conjunto de problemas que
pueden surgir en la vida, las actitudes que podemos adoptar ante las
dificultades y, por supuesto, las estrategias que llevan al desastre o al éxito.
No es un relato facilón: la vida es cosa seria y eso
significa que podemos fracasar existencialmente, ya sea por torpeza nuestra,
por no saber navegar con el viento en contra, o por la maldad o ineptitud de
otros.
Para los griegos, La
Odisea era un relato formativo. Ahí aprendieron qué significa ser humano y
qué actitudes nos alejan de la humanidad. Así transmitieron lo mejor que habían
aprendido, para que sus hijos no tuvieran que escarmentar en cabeza ajena. Puesto
que tenemos raíces griegas, esto puede enriquecernos también.
En este texto voy a centrarme en un aspecto fundamental: el regreso a casa, el nóstos (νόστος).
El regreso a casa
La Ilíada,
anterior a La Odisea, muestra los
años de guerra en Troya, un conflicto que se prolongó durante una década. Allí
fueron reyes y héroes griegos (Aquiles, Menelao, Agamenón, Odiseo). Algunos,
como Aquiles y Ayax, quedaron tendidos en el campo de batalla.
Cuando la guerra terminó, gracias a la estratagema del
caballo ideada por Odiseo, comenzó el nóstos,
el viaje de regreso a casa. Entre los que vuelven vamos a fijarnos en Odiseo y Agamenon.
Ambos son reyes, ambos son triunfadores, pero sus caminos de retorno y las
lecciones que nos dejan son profundamente diferentes y, por complementarias, nos
permiten tener una visión más plena de la cuestión que abordamos.
Dos modos de volver a casa
Ambos han alcanzado fama. Dejaron su hogar para pelear en
Troya, vivieron aventuras, maduraron y llenaron su vida de contenido. Ahora
vuelven victoriosos, esperando una acogida triunfal en su patria, en su reino y
su casa.
Agamenón, el poderoso rey de Micenas regresa como
conquistador, pero no encuentra el recibimiento que espera. Durante su
ausencia, las cosas han cambiado: su esposa, Clitemnestra, ha tomado un amante,
y juntos consuman su asesinato.
Agamenón merece respeto como rey victorioso... pero merecer
no es suficiente, como demuestra su muerte, ya que no obtiene el reconocimiento
necesario en el hogar.
Hay, al menos, dos aspectos muy ilustrativos en Agamenón. El
primero es el modo en que vuelve: Agamenón ha vuelto como rey victorioso; Odiseo
vuelve como mendigo.
Odiseo no llega exhibiendo sus logros. Se presenta
disfrazado de mendigo. Aquí voy a discrepar con la lectura tradicional que ve
en este disfraz un simple artificio. Creo que esta apariencia revela su
auténtica realidad: Odiseo es, ante todo, un mendigo.
Porque se regresa al hogar, ámbito en el que el poder y la
fuerza son irrelevantes. En casa, Odiseo necesita algo que no puede imponer: el
reconocimiento, la acogida, la aceptación. Y esa aceptación es un don que sólo
puede pedirse, no exigirse. Desde el más alto emperador hasta el más humilde de
los hombres, en su hogar sólo le cabe actuar como un mendigo: pedir, esperar,
rogar como un mendigo, que se le conceda gratuitamente, graciosamente, ese
reconocimiento, esa valoración, que necesita. Pero nadie puede obtener como un
derecho ni arrancar por la fuerza ese abrazo cálido que nos da el otro.
La clave del hogar
Agamenon no es acogido, valorado, amado. Odiseo, sí. Por
tanto, es un regalo. Llegamos al hogar cuando alguien nos hace el regalo, el
don. Y, como ocurre con los regalos, se genera una dinámica de gratitud y
alegría.
Odiseo es rey y ese ámbito se articula sobre el poder.
Odiseo lo sabe, lo ha mostrado en Troya y en el viaje de vuelta y lo demuestra frente
a los pretendientes y sus familias: aquí hay un rey y tiene la fuerza para
imponerse:
“Soy Ulises, el rey legítimo de Ítaca. Estoy aquí para
reclamar lo que es mío y traer justicia a quienes han cometido crímenes en mi
ausencia”.
Aunque Odiseo demuestra que su fuerza y justicia son
esenciales en el reino, el hogar es un ámbito en el que el principio
aglutinador es el amor: ser aceptado, ser amado y, por tanto, tener el gozoso
deber de corresponder con una alegre gratitud. A lo que hay que añadir que
Odiseo también acoge, reconoce y ama a su mujer: en el abrazo participan dos,
obviamente. Eso es el hogar, quien lo probó, lo sabe.
Decíamos que hay dos aspectos muy ilustrativos del regreso de Agamenón:
que trata el hogar como si fuera el reino, como un ámbito donde tiene validez
su condición de poder guerrero, en primer término. Agamenón quiere ser rey
también en su casa; y eso no es así.
Odiseo sabe que cada uno es, en su casa, un mendigo. Puede ser que reciba
amor o traición: todo está en manos del otro.
Por otra parte, no todo reconocimiento es constituyente del
hogar. Agamenón, al regresar, es reconocido como rey victorioso, pero no como
marido. Es visto como portador de poder, no como alguien digno de amor. Su
identidad como esposo queda rota, y con ello pierde el vínculo que podría haber
restaurado su hogar.
Por su parte, Ulises es reconocido en diferentes roles: por
su perro, Argos, como dueño; por su padre, Laertes, como hijo; por su hijo,
Telémaco, como padre; y por su esclava, Euriclea, como señor. Pero estos
reconocimientos, aunque significativos, no bastan para devolverlo al hogar. El
hogar sólo se construye en el reconocimiento mutuo en un plano de igualdad:
Penélope y Ulises se reconocen el uno al otro como esposos, como iguales, en
una relación de amor y confianza. Es este acto de reciprocidad el que
finalmente devuelve a Ulises a Ítaca, no como lugar físico, sino como hogar
pleno.
Y este es el segundo aspecto: nuestro éxito personal, hallar
un hogar, no depende de nosotros y, por tanto, podemos fracasar
existencialmente (Agamenón) o triunfar (Ulises). La vida humana es algo serio,
hemos de tratar de obrar del mejor modo posible, pero nunca podremos garantizar
el resultado. En última instancia, el hogar no se conquista con fuerza ni se
gobierna con poder; es un ámbito de entrega, vulnerabilidad y reciprocidad. El sentido
de nuestra existencia está ligado no sólo a nuestras acciones, sino también a
la aceptación, lo cual está fuera de nuestro control y, con el nombre de amor y
la lealtad, están enteramente en manos del otro.
Conclusión
En nuestro mundo, lleno de conquistas externas, La Odisea nos recuerda que el verdadero triunfo es hallar un hogar: un lugar donde el amor y el reconocimiento mutuo trascienden cualquier poder o victoria.
La Odisea enseña que en el hogar no importan el poder ni las victorias, sino la aceptación, el reconocimiento y el amor mutuo. El principio aglutinante del hogar de nuestra infancia fue el amor, y amor incondicional.
Y sólo volveremos a tener hogar si, tras viajar por el mundo
y madurar, hallamos a alguien que nos reconozca y a quién reconocer y abrazar.
Si prefieres oírlo, visita este vídeo en mi canal de youtube Tinta y Caos:
https://youtu.be/6HOXMCH7_Gk
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