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Jaime Ballester (2013) |
«Ya no volverás a escaparte; Ora non ci scappi più!»
Capturado por los asesinos de un modo que se prevé
definitivo, nadie ayuda a Pinocho. Así comienza el segundo bloque de este
capítulo.
Cae en manos de sus perseguidores. Ve relampaguear la muerte
ante sus ojos. Intentan apuñalarlo pero las hojas de los cuchillos se rompen. Está
hecho de una madera muy dura, y no parece que una agresión externa pueda
dañarlo seriamente. Símbolo siempre, Pinocho se ve zarandeado, pero no destruido
cuando es atacado desde fuera: sólo le hace auténticamente daño su propia
actitud, el modo de afrontar la vida.
Los asesinos ven que así no pueden ni acabar con él ni
obtener las monedas. Cambian de proceder:
«Ya sé, dijo entonces uno de ellos, es preciso ahorcarlo,
¡Ahorquémosle!».
Le atan las manos a la espalda y lo cuelgan en la Encina
Grande. Igual que ocurrió con los cuchillos, tampoco la horca surte efecto. Al
menos de inmediato. Los asesinos
«se quedaron allí, sentados en la hierba, esperando que el
muñeco estirase la pata; pero tres horas después continuaba con los ojos
abiertos, la boca bien cerrada y pataleaba más que nunca».
La agonía se alarga tanto que los asesinos se aburren,
pierden la paciencia. Deciden irse y volver otro día.
Se queda ahí el muñeco solo. En el paraje solitario, sin
nadie más que él mismo y lo que ha logrado: las monedas, la riqueza conseguida
en un momento de grandeza, y la horca cosechada por una sucesión de
estupideces. Pinocho espera, al principio, que pase por allí algún alma
caritativa y le ayude. Perdida esa última esperanza,
«le vino a la mente su pobre padre… y balbuceó, casi
moribundo:
-
¡Oh, papa! ¡Si estuvieras aquí!…; Oh babbo mio! Se tu fossi qui!…».
Rememora al padre en este momento crítico. El padre fue… es la
ilusión que dio el primer impulso a Pinocho, que ha estado siempre cerca
apoyándolo para que le fuera bien, restaurándolo cuando le fue mal tras
quemársele los pies (capítulo 8), o salvándolo cuando Mangiafoco ordena
que lo quemen (capítulo 10). Pero ahora el padre no puede ayudarle, quizá esta
vez Pinocho ha ido demasiado lejos de la casa paterna.
El último pensamiento, las últimas palabras son para su
padre. Después
«no tuvo aliento para decir más. Cerró los ojos, abrió la
boca, estiró las piernas y, dando una gran sacudida, se quedó tieso».
Puede pensarse que la muerte de Pinocho es aparente, un
recurso literario. Hay que tener en
cuenta que Collodi publicó este capítulo en el Giornale per i bambini
haciéndolo acabar con la palabra Fine. La idea de Collodi era que así
acabasen las aventuras de Pinocho. La muerte era, pues, real. La
intención de la historia del muñeco es claramente moralizante: quien no sabe
comportarse adecuadamente, no merece vivir como un hombre. Somos, al final, lo
que hemos hecho de nuestra vida con nuestros actos; si obramos mal, somos
malos.
Si la historia hubiese acabado aquí, no pasaría de ser un
cuento moral más. Nada más y nada menos. Pero no es así. Faltan aún tantas
cosas. No ha aparecido el hada, ni hemos visto que le crezca la nariz al
mentir, ni el fabuloso tiburón, ni…
Afortunadamente, la narración continuará cuatro meses
después. Los piccoli lettori no aceptaron el final propuesto. Collodi
tuvo que borrar la palabra Fine y así
Pinocho pudo entrar con pie firme en el campo de la gran literatura.
En la próxima entrada veremos cómo lo hizo, qué ocurrió.
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