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Jaime Ballester (2013) |
Pinocho ha decidido vivir la vida tal como le vaya apeteciendo:
«comer, beber, dormir, divertirme y llevar, de la mañana a
la noche, la vida del vagabundo».
Se trata de una vida que está regida por el instante, por la
inmediatez. Estos rasgos, ya lo vimos, aproximan a quien camina así por el por
el mundo a la vida animal y, al tratarse de un hombre, eso supone estar en un
nivel que no le corresponde. Supone una vida en la que la acción no brota de un
principio interno (porque el interior ha quedado vacío), sino que es arrancada
desde fuera, como ocurre con las marionetas.
Independientemente de las decisiones que tomemos, al margen
de la actitud con la que enfoquemos nuestra vida, seamos héroes o villanos, el
tiempo no se detiene; como la lluvia, pasa por igual para justos e injustos. La
vida, en suma, sigue su curso:
«Mientras tanto, comenzó a hacerse de noche».
La noche es siempre símbolo de los momentos penosos de la
existencia. Tiempos duros que a todos llegan. Pero no a todos afectan por
igual. Esta oscuridad se cierne sobre Pinocho, sobre el hombre que se ha
rebelado contra su origen, que ha abandonado su casa y ha matado el grillo. La
llegada de la noche es símbolo de la postración a la que se ve abocado en
función del estilo de vida que ha elegido.
Hacerse hombre, madurar, significa escuela y trabajo. Pero
Pinocho rechaza tomar ese camino. Rechaza el esfuerzo, que es el modo en que el
hombre se fortalece y se apropia del mundo y de su vida. Al huir del esfuerzo, Pinocho
huye también de sí mismo, de su destino. Y esto es así porque está huyendo de
la realidad, de su realidad y de la realidad del mundo que reclaman (ambas)
apertura, conocimiento y tensión hacia la mejora. Pinocho ha renunciado a eso
en busca de una idílica existencia de vagabundo que come los frutos que
encuentra por el camino.
Esa ilusa visión fruto de la inmadurez no se corresponde con
la realidad. Por eso, en vez de acceder a una existencia luminosa, de pleno
apagamiento de los deseos ocurre que su destino, su realidad, lo alcanza a él
haciéndole ahora experimentar un hambre tan «densa que podría cortarse con un
cuchillo».
Pretendía comer, disfrutar y divertirse. Pero ahora la
realidad se presenta enseñando los dientes de la necesidad. Para disfrutar de
la comida hay que tener previsión, hay que conseguir la comida, tener previsión
de cuándo se presentará el apetito, preparar la comida y, entonces, disfrutar
del banquete. Todo lo contrario de vivir el instante, a salto de mata, como un
vagabundo.
Cuando uno no cuenta con la realidad del mundo y de la
propia vida, entonces no distingue lo que es necesario de lo que es libre. Y
ocurre así que lo necesario irrumpe de un modo que sorprende. Así, una
necesidad natural, la de nutrirse sorprende y arrolla totalmente a Pinocho:
empieza a sentir algo parecido al apetito, pronto el apetito se hace hambre y
el hambre un hambre canina, inmensa. Y es que «en los muchachos el apetito
marcha muy deprisa» ya que se refieren principalmente al tiempo presente y a lo
inmediato, de este modo su acción es arrancada desde fuera, como ocurre
con las marionetas o los animales. No son dueños de sus actos porque no son
capaces de obrar con vistas a un tiempo futuro y a la totalidad de la vida.
En los niños no pasa nada. Es lo natural. Ellos viven el
tiempo presente, el deseo presente, el placer actual. Son así. Pero por eso
mismo están sujetos a quienes sí tienen previsión, sí tienen capacidad de
anticipar y preparan las cosas o, dicho de otro modo, gestionan las necesidades
del niño para que éste pueda ocuparse enteramente de la tarea propia de su
edad: jugar y formarse o, más precisamente, formarse jugando. Se esconde ahí un
misterio del que tendremos ocasión de hablar.
Pero Pinocho se ha rebelado contra su padre. Se ha
“emancipado” que dicen los modernos. Ha perdido la protección y la dirección
propia del hogar donde, sin que él fuera consciente, el padre se ocupaba de sus
necesidades para dejarle libre todo el campo de juego de modo que pudiera
entregarse plenamente a su tarea específica.
Por eso, cuando las necesidades se presentan, la falta de
previsión de futuro las hace imperiosas, urgentes. Pinocho trata de sofocar el
hambre. Todo este capítulo no es sino un intento fallido por comer algo.
Si comer es una necesidad que sabemos colmar placenteramente
(y así lo preveía Pinocho), ahora hay que recordar lo que dijo el grillo: no
encontrará bien en el mundo. El hambre, más que anticipo del manjar y del
disfrute, será torturante.
Busca primero en el hogar pintado, pero no encuentra nada.
Ya vimos que ese fuego pintado era símbolo del deseo y capacidad de hacer
acogedor el entorno en el que vive la gente con ilusión. Pero lo que constituye
la manifestación de ilusión sólo a quien es bueno puede ayudar o alegrar. No a
Pinocho, sólo quien se esfuerza por hacer realidad (por realizar) lo
fantástico, vivirá de eso. Pinocho no conoce la ilusión, es un inmaduro, un
iluso. Por eso, aunque busca por todas partes, a la desesperada no encontró
nada, absolutamente nada. La situación se torna cada vez más grave.
La noche se hace cada vez más oscura. El hambre cada vez más
imperiosa. El bien está cada vez más ausente: no está bien la vida de Pinocho,
no hay bien en el mundo. Por el contrario, las cosas, el mundo, la vida, son
malas. O así lo parecen, porque este tipo de persona no sabe ver el bien.
Ahora bien, si hemos de creer a Dostoiewski, el mal, el
sufrimiento es «la única causa de la conciencia» (El hombre del subsuelo). Y, efectivamente, esa situación de
postración hace que, en varias ocasiones, Pinocho rememore la sentencia del
Grillo:
«El grillo-parlante tenía razón. He hecho muy mal en
rebelarme contra mi papá y escaparme de casa… Si mi papá estuviera aquí, ahora
no me moriría de hambre».
Toma de conciencia, pues, de que se ha obrado mal, de que el
padre habría evitado esa mala situación en la que se encuentra. Pero, si bien
reconocer la culpa no resuelve el problema, no es menos cierto que incluso la
noche más oscura lleva en su seno la promesa de un nuevo día. E, igual que la
noche simbolizaba “las horas oscuras de nuestro ser” (Rilke), el alba es
símbolo del nacimiento del nuevo día, el sol, la luz y la esperanza. En la
noche, en la caída, hay también lugar para la esperanza: la noche pre-anuncia
el día. Pero hay que pasar por ahí. Hay que reconocer la situación a la que se
ha llegado.
Reconocer el error y arrepentirse está bien, pero no
resuelve el problema porque la vida no es un juego del que uno puede retirarse
cuando no le gusta cómo van las cosas. Pinocho sigue teniendo hambre, sigue
buscando. En la basura encuentra un huevo de verdad (no una ilusión como el
fuego). No son los manjares que se había prometido disfrutar, pero el huevo
encontrado entre la basura tiene la ventaja de ser real.
Pinocho se pone contentísimo con el huevo y disfruta
decidiendo cómo lo preparará para comerlo. Y es así como el ansiado dominio
sobre sí mismo y sobre todas las cosas y la consiguiente capacidad de decidir
se ve ahora reducido a la capacidad de decidir el modo de cocinar el huevo.
Cuando se ha elegido mal, es decir, se ha optado por la posibilidad más pobre,
se empobrece el propio ser y las capacidades subsiguientes son cada vez más
pobres, peores, más limitado es el alcance de nuestra libertad.
Permanece la sentencia del Grillo y no encuentra bien en el
mundo. Al abrir el huevo sale un pollito muy alegre y educado que, tras
agradecerle que lo haya liberado, se va volando. De alguna manera, el pollito
actúa como Pinocho: Geppetto había liberado a Pinocho de su madera y Pinocho al
pájaro de su huevo; y ambos huyen de casa; pero lo hacen de modo distinto: el
pollo vuela hacia su mundo, se dirige hacia su vida; Pinocho pretende huir de
su mundo, de sí mismo y su destino de hombre.
Como el problema persiste, Pinocho planea salir en busca de
algún alma caritativa que le dé de comer. Es de subrayar que Pinocho pretende
librarse de todo y de todos, quiere ir a la suya, sin obligaciones ni
preocupaciones. Pero ahora necesita para subsistir a alguien que no sea como
él, que sea caritativo, que se preocupe de los demás y haya logrado ganar su
vida, acumular bienes de sobra y esté dispuesto a regalarlo al primero que
llegue. En el capítulo 2 vimos que Geppetto también va a pedir (un trozo de
madera) y obtiene; pero Geppetto pide para realizar un proyecto, una ilusión.
Geppetto, de alguna manera, merece ser ayudado. Pero no parece que sea el mismo
caso el de Pinocho.
Para saber qué ocurrirá hemos de esperar al próximo
capítulo.
Bueno, pues espero que Pinocho encuentre ese alma caritativa y que haya aprendido bien la lección que le da la vida.
ResponderEliminarOjalá lean est
o muchos niños y jóvenes... que buena falta les hace...
Gracias, amigo Ballester, por esta maravillosa descripción del cuento de Pinocho, que va mucho más allá del propio cuento.
Un abzo. Carmen
Claro, la literatura expresa lo que han aprendido de la vida sus autores. La buena literatura nos pone delante lo que saben los mejores: diamantes en bruto. Y los buenos lectores son los que ven su valor y se detienen en ello.
ResponderEliminarDecía Nietzsche que la lectura es incompatible con la prisa, con el estrés. Para leer hay que ser rumiante.
Respecto al alma caritativa, nos vemos en el próximo capítulo. Pero la cuestión es que es posible que esas almas caritativas fomenten la sinvergonzonería de algunos. La caridad, a nivel de estado, se llama subvención. Y no sigo porque a buen pocas, y a mal, para qué.
Gracias