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Attilio Mussino (1911) |
En Atrapabobos
sólo pueden vivir malas personas. De distinto tipo, pero ambos malos. Hay
ladrones, gente que vive del engaño. Y ser estafador es ser mala persona. Y hay
también gente que, por no saber estar en su sitio, son engañadas. Y carecer de
habilidad, de juicio y corazón, es también malo.
Pinocho quiere ser buena persona. Su itinerario se encamina
a convertirse en un bambino davvero,
un hombre maduro, una persona en plenitud. Por eso, debe huir de ambos modos de
ser. Por eso abandona esa ciudad.
Recupera así la orientación correcta. La libertad para
dirigirse a su objetivo es la fuente de la alegría y el dinamismo con que
reinicia su andadura.
La decisión de volver a casa y portarse como es debido genera
un enorme contento interior pero no elimina los obstáculos, no ahorra el
esfuerzo al caminante. Conviene no confundir la felicidad con ausencia de
problemas. Por el contrario, uno madura cuando es capaz de enfrentarse a las
dificultades que, inevitablemente, vendrán.
Pinocho avanza animosamente centrado en sus pensamientos.
Nos regala así un breve y certero relato donde muestra que se va conociendo
cada vez mejor.
Ve con precisión sus errores, su falta de juicio, su
ingratitud, su falta de corazón. Manifiesta arrepentimiento, es decir, acepta
la autoría del mal que ha realizado al tiempo que comprende que él puede
hacerlo de otro modo, que puede ser mejor persona. Y ese es el deseo que le
guía ahora. Hace unos capítulos su actitud era muy distinta: los asesinos son
un invento de los mayores, pensaba. Entonces su libertad era mero intento de
emancipación, mero esfuerzo para deshacer el nudo urdido por los adultos, por
la tradición. Ahora su libertad es un intento por establecer lazos
cualitativamente valiosos, de echar raíces de modo que su crecimiento tenga
fundamento.
Ahora tiene otras cosas en la cabeza. Pero en Pinocho, y no
es el único, siempre hay una distinción entre lo que va fraguando en su
interior y lo que pasa fuera.
Dentro, lo hemos visto, está calando la idea de que el
primer paso para mejorar, para madurar, para que una marioneta se convierta en
niño, es reconocer la propia insuficiencia, asumir que uno es el autor también
de las acciones indignas, de los actos que nos avergüenzan. Ocurre que, según
mejoramos, somos más conscientes de nuestras carencias, de la distancia hasta
nuestro mejor posibilidad. En ese nivel, asumir que no somos lo suficientemente
buenos equivale a darnos cuenta de algo entusiasmante: podemos ser mejores. Sin
agobiarse, con juicio y corazón, centrando la atención en algún aspecto asequible
y poniendo manos a la obra.
Pinocho recuerda ahora a Geppetto y el Hada. Está en deuda
con ellos. Les ha fallado. Reconoce que hay gente que ha apostado por él y a la
que ha defraudado. Reconoce que no se puede ser persona en soledad: tiene un
padre, ha recibido dones, está en deuda y no ha correspondido. Pinocho va
descubriendo que el camino hacia la madurez pasa por asumir que una persona no
es un individuo aislado, sin lazos, sin presupuestos.
Todo esto que va pensando va construyendo su interioridad.
Pero, ¿qué pasa fuera, en la realidad exterior, allí donde se manifiesta lo que
somos? Sigue habiendo obstáculos.
Y no dejaremos de tratar de ellos en la próxima entrada.
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