
El
vendedor en el portal
Manuel
Ballester
Ningún mapa es capaz de desplazar
a su dueño ni un centímetro. El plano puede orientar, pero lo que nos mueve es
de naturaleza distinta. Og Mandino (1923-1996) se propone movilizar enteramente
a sus lectores y acierta al señalar cómo puede hacerse. Es más, leemos que «es
en realidad una tarea sencilla siempre que uno esté dispuesto a pagar el precio».
El vendedor más grande del mundo (1968) es una obra breve y de deliciosa lectura.
Narra la historia de Hafid, el gran Hafid, el vendedor más grande del mundo,
quien en sus últimos días rememora el camino que le ha llevado a ser un hombre
inmensamente rico.
Hafid fue camellero al
servicio de Pathros. Pathros era entonces un hombre inmensamente rico, el
vendedor más grande del mundo. Un día Hafid reúne valor suficiente para pedirle
a Pathros que le enseñe: no quiere seguir siendo camellero, quiere ascender,
quiere ser vendedor, quiere ser rico.
El diálogo entre Pathros y
Hafid es muy sugerente. El vendedor más grande del mundo es también un hombre
sabio: «No, hijo mío, no aspires a las riquezas y no trabajes sólo para
enriquecerte. Esfuérzate por alcanzar la felicidad, por ser amado y amar, y lo
que es de más importancia, procura con ahínco alcanzar la paz mental y la serenidad».
La conversación es enriquecedora porque contribuye a que Hafid descubra lo que,
en realidad, quiere. Hafid se ha enamorado de Lisha, hija de un hombre muy
rico. Hafid y Pathros comprenden entonces que a Hafid no le mueve la ambición
de riquezas sino el amor. Y eso es muy distinto. Ahora sí, dice Pathros, ahora
«mi joven soldado, te ayudaré para que comiences tu carrera de vendedor».
Le entrega un manto valioso. Ha de encaminarse a una
población cercana y permanecer allí hasta que logre venderlo. Entonces tendrá
que volver y contarle a Pathros todas sus dificultades, sus fracasos, sus
desánimos. Su experiencia, en suma. Es el primer paso en este nuevo camino que
ha emprendido.
Se trata de un pueblo de mala muerte, con gente pobre que no
está interesada. A veces ni le abren la puerta, ni le escuchan. Y así pasan los
días. Una noche fría, después de cenar en la posada, ve que en el lugar donde
ha dejado su burro hay gente. Teme que le roben. Acude rápido. No son ladrones.
Son una pareja con un recién nacido. Imagine el lector la escena: «Para
proteger del frío al bebé que dormía, los mantos de la mujer y del hombre
cubrían el cuerpecito […] Ninguno habló. Luego un estremecimiento sacudió a la
mujer, y Hafid vio que sus delgadas ropas le ofrecían escasa protección contra
la humedad de la cueva».
Cabe plantearse qué necesidad hay de que el niño pase frío,
de que la madre tirite. Quizá ocurre que el desvalimiento de los niños invita a
la generosidad de los padres, de todos los padres, que dan abrigo a sus hijos. Paralelamente,
que la madre tirite pone a Hafid en la tesitura de elegir: no puede vender su
manto pero puede regalarlo. Su generosidad sería colosal porque supondría
fracasar como vendedor. En cualquier caso, igual que el niño desvalido requiere
una decisión de los padres, la mujer que tirita pone a Hafid ante una elección.
Difícil: hay mucho en juego. Finalmente, actúa y su acción le vale «el cálido
beso de la joven madre». Y una estrella, una estrella resplandeciente, empezó a
brillar para guiar su camino.
El relato es muy hermoso, pero Hafid ha arruinado su futuro.
No será ya vendedor. No podrá aspirar a su amada. De noche, con frío, con el
fracaso en el semblante, abandona la aldea de Belén. Seguirá conduciendo
camellos de por vida.
Llega derrotado ante su protector pero Pathros es sabio y ve
la grandeza, reconoce las señales que convierten a Hafid en su digno sucesor.
Le cuenta su historia y le hace entrega de diez manuscritos que contienen el
secreto de su éxito: «El primero contenía el secreto de la sabiduría. Los otros
contenían todos los secretos y principios necesarios para alcanzar un gran
éxito en el arte de vender».
Hafid recibe los pergaminos, el mandato de compartir la
mitad de sus ganancias con quienes son menos afortunados que él y el encargo de
guardar los pergaminos hasta que se presente la persona a la que están
destinados.
El contenido de cada pergamino ocupa un breve capítulo cuya
atenta lectura es siempre enriquecedora. No elude las dificultades del comercio
y de la vida, personales y familiares («Sólo el gusano está libre de la
preocupación de tropezar. Y yo no soy gusano») sino que insiste en la actitud
con la que hay que afrontarlas para alcanzar el éxito.
La historia sigue. El bebé aquel crecerá y se hará famoso. Y
contará historias como la de un señor que se fue lejos y dejó a sus súbditos
con distintos talentos, que son monedas, pero un mismo encargo: “negociad con
esto mientras yo vuelvo”, aunque tarde en volver toda vuestra vida: no sabéis
ni el día ni la hora… Y, también es verdad, expulsará a los mercaderes del
templo pero quizá porque habían convertido lo sagrado en una cueva de ladrones.
Porque la vida puede vivirse como un negocio, como algo propio de un mercader,
pero en los negocios y en la vida no todo vale. ¿Cómo ha de vivirse la vida concebida
como negocio, qué temple ha de tener el comerciante para no vender su alma al
diablo? Mandino hace que el muchacho encuentre unas reglas de vida, es decir,
de mercado o, para ser precisos, del mercader. Sin perder de vista la experiencia
de Belén.
En todo lo que hacemos nos ronda el fracaso y la muerte.
Reconocer que nuestra actividad y nuestra vida tienen un propósito y que
necesitamos ayuda está también contenido en esos pergaminos. Así, por ejemplo,
el buen comerciante ha de rezar pero teniendo esto claro: «Nunca oraré pidiendo
las cosas materiales de este mundo. [Cuando rezo] no estoy llamando a un
sirviente para que me traiga alimentos. No le estoy ordenando a un fondista o
mesonero para que me proporcione habitación. No pediré jamás que se me otorgue
oro, o amor, o buena salud, o victorias mezquinas, o la fama, o el éxito o la
felicidad. Sólo oraré por directivas y orientaciones, para que se me señale el
camino para adquirir estas cosas, y mi oración será contestada siempre».
Algunos consideran esta obra como un simple libro de
autoayuda, o de ventas. Y algo de eso hay. Pero es mucho más. Queda pendiente,
por ejemplo, el destinatario al que Hafid ha de entregar los pergaminos. Un
libro de ventas ordinario crearía la expectación de que el destinatario es el
propio lector. Pero este no es un libro de ventas ordinario.
Por eso, el último capítulo narra cuando el anciano Hafid
recibe la visita de un antiguo tejedor que ahora quería ser el vendedor más
grande del mundo porque tenía el mejor producto del mundo. Y todos sabemos
quién es, basta leer su nombre. Y entonces se entiende todo.
Publicado en Aleteia:
https://es.aleteia.org/2019/12/22/el-vendedor-en-el-portal/
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