
Entusiasmo por la realidad
Manuel Ballester
Desde ciertos enfoques de la literatura (y de la vida, si es
que finalmente no son lo mismo) el encabezamiento de esta sección puede parecer
paradójico y necesitar una justificación.
Alude a dos polos: la realidad y nuestra actitud ante ella.
La realidad tiene, a veces,
mala prensa. De aguafiestas, incluso. Se dice que el escritor, el lector, vive
bien en la ficción, en la teoría, en la ilusión, pero luego hay que ir a la
cruda realidad. Que es como decir que la realidad es penosa y todo lo demás son
edulcorantes que ayudan a pasar ese mal trago. El arte sería el opio del
pueblo, el narcótico que oculta la realidad.
Así parecen entender la realidad quienes conciben la
lectura, la escritura, el arte en general (y la vida, si es que finalmente no
son lo mismo) como una evasión de la realidad. Evadirse es un verbo elegante
para significar que la realidad no es algo agradable. Mucho menos algo que
despierte entusiasmo.
Así las cosas, el título aparece como pura y simple
contradicción.
Cabe intentar varios caminos para escapar a esta paradoja.
La tentación subjetiva es la más fácil y presenta, al menos,
dos variantes que merece la pena mencionar.
Hay, simple y llanamente, gente que es entusiasta. No
necesita nada externo y objetivo para entusiasmarse. Por eso, “ni siquiera” la
“triste” realidad es capaz de bajar su tono vital. Hay gente así y sería capaz
de escribir una sección como la presente. Estaríamos, entonces, ante la sección
de un entusiasta. Sería un espacio que no aportaría demasiado valor. Ni a los
entusiastas, porque ya lo son; ni a quienes no lo son, porque no conectarían
con su enfoque; ni a la realidad, porque no la mejoraría en nada.
Otra variante de la opción subjetiva es la de aquellos que
conciben la lectura, la escritura, el arte (y la vida, si es que al final no
son lo mismo) como actividad expresiva de la subjetividad. El artista que se
considera un genio porque atesora una idea que él tiene por fascinante y que,
además, pretende que los demás la estimemos del mismo modo. Cercano a la
jovialidad del entusiasta crónico es, sin embargo, devoto exclusivamente de sus
ideas, sus producciones, sus ocurrencias. Cuando éstas son magníficas y
admiradas por un público amplio, estamos inclinados a perdonar su habitual
porte altivo. Y es que ese tipo de originalidad no es ni más ni menos que un
modo de exhibición y exaltación del yo, de la subjetividad.
Sin entrar en más análisis, los intentos subjetivos de
“resolver” la paradoja coinciden en dar la espalda a la realidad, que es como
negar uno de los términos en conflicto. E ignorar que el hombre, entusiasta o
no, es parte de la realidad. No será nuestro enfoque.
El hombre, decíamos, forma parte de la realidad, de la
realidad entusiasmante. De un modo especial, ya que no sólo está en la realidad
y la percibe (que eso también lo hacen los animales) sino que puede entenderla.
La inteligencia es un espíritu buscador de sentido. Si no lo encuentra, se
frustra y cae en el formalismo y el absurdo. Hay que ver, además del mundo, lo
que el mundo expresa.
Cuando captamos la realidad y experimentamos un sentimiento
ante ella, no estamos reaccionando ante una idea subjetiva sino ante un
destello de la realidad. Como cuando vemos un bello amanecer lo vemos porque
tenemos ojos, ciertamente, pero la aurora es real. Aunque la indiferencia o
entusiasmo ante el nuevo día corran por cuenta de la actitud (subjetiva, ahí
sí) del espectador.
El sencillo cura rural del que habla Bernanos se siente
agobiado, aplastado, por el mal y la mediocridad hasta que descubre el mundo
como amable teofanía, que todo es gracia y que la maravilla de la realidad no
depende de la brillantez o vulgaridad de los hombres.
Apreciar o des-preciar
la maravilla de la realidad está en nuestras manos. Pero estar ante la belleza
y no conmoverse es situarse de lleno en la vulgaridad, que es una forma de
vivir por debajo de las propias posibilidades. Nuestra mejor posibilidad
consiste en captar lo mejor de la realidad y responder con entusiasmo.
Nos ocurre, a veces, que
sentimos llenarse plenamente nuestras capacidades intelectuales, volitivas,
sensitivas. O, por decirlo con Bécquer, sentimos que “la tierra y los cielos
nos sonríen [… que] llega al fondo de nuestra alma el sol”. Quien lo probó lo
sabe… Y quien lo sabe, comprende cuál es el estado que nos permite sin-tonizar
con la realidad, estar en el mismo espiritual tono festivo que cor-responde a
la maravilla de la realidad. No otra cosa parece ser el entusiasmo. Ante la
realidad, claro.
Publicado en Letras de Parnaso, 63 (Junio 2020), pp. 14-15.
Edición en pdf:
http://www.los4murosdejpellicer.com/EdicionesyPortadasPD/Edicion63%C2%A9.pdf
Edición on line:
https://issuu.com/jpellicer/docs/edicion63_
¿Estar entusiasmado no es estar 'lleno de Dios'?
ResponderEliminarExacto
EliminarEsa es la etimología
Al estar entusiasmado, lleno de Dios, se ve la realidad (incluida mi propia vida) tal como la ve Dios