El hombre desconectado de la tierra y de su propósito: Rulfo
Manuel Ballester
Según
una cierta visión del mundo y de la vida, lo primero es el fin. Antes de comenzar
a acarrear ladrillos, habría que tener claro si vamos a hacer una casa o una
muralla, un templo o un mero cobertizo. Este modo de ver explica que nos
sintamos contentos, felices incluso, cuando alcanzamos nuestras metas. Más aún:
tener clara la finalidad de nuestros esfuerzos, nos fortalece y permite que los
consigamos.
Se atribuye a Juan Rulfo la idea de que “hay que hacer la revolución y luego ya veremos para qué era”. Que el mundo anda mal y hay que ponerlo patas arriba, la acción revolucionaria es necesaria… aunque nada garantiza que el resultado, al final, no sea peor. Que también podría ocurrir.
Rulfo deja ver en los relatos que componen El llano en llamas el mundo postrevolucionario mejicano. Tras las
guerras cristeras, tras la revolución mexicana, los personajes de Rulfo se
encuentran en un vacío de esperanza, atrapados en un paisaje que parece estar
suspendido en el tiempo, reflejando las promesas incumplidas y los sueños
desgarrados.
El México rural que
aparece en El llano en llamas se
convierte en un símbolo de la aridez tanto espiritual como física, y sus
personajes se encuentran desconectados de la tierra que debiera sustentarlos. Cuando
la tierra y el espíritu no son acogedoras, están de más: «¿Quién diablos haría este llano
tan grande? ¿Para qué sirve, eh?» (Nos han dado la tierra).
El mundo de Rulfo está
descoyuntado. Simone Weil diría que sus personajes, como hijos de la revolución y hombres modernos que son, no saben
para qué sirve el páramo en el que viven. Carecen de raíces y de conexión con su entorno. La tierra y el gobierno los tolera pero no
los apoya ni los nutre. Flotan en la desesperanza y la alienación que
trae consigo la modernidad impuesta, despojados de un sentido de propósito o
pertenencia.
La
relación entre el hombre y la naturaleza se presenta como una de tensión y
desasosiego, donde la tierra no es vista como un recurso, sino como un
obstáculo para la subsistencia: «A nosotros nos dieron esta costra de tepetate
para que la sembráramos» (Nos han
dado la tierra), una
metáfora del esfuerzo infructuoso y de la lucha continua contra un entorno
estéril. Esta naturaleza yerma y huraña no sólo refleja el ánimo de sus
personajes, sino que actúa casi como un personaje más, con un peso narrativo
que define y delimita las posibilidades de sus vidas humanas.
Por
otro lado, Rulfo también critica las estructuras de poder que perpetúan la
miseria, mostrando cómo el gobierno falla en su deber de cuidar a los
ciudadanos exhibiendo, además, una impúdica indiferencia: «Eso manifiéstenlo
por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que tienen que atacar, no al
Gobierno que les da la tierra»
(Nos han dado la tierra).
La
desconexión del hombre y la tierra se ve, entonces, agravada por el desamparo
que experimenta el hombre ante la desdicha; en ese sentido, cabe destacar el
relato El día del derrumbe que rememora una calamidad al tiempo que
refleja tanto la reacción de la gente como la de sus líderes. Los
dirigentes, por una parte, inspiran confianza y esperanza: «Todos ustedes saben que
nomás con que se presente el gobernador, con tal de que la gente lo mire, todo
se queda arreglado. La cuestión está en que al menos venga a ver lo que sucede,
y no que se esté allá metido en su casa, nomás dando órdenes. En viniendo él,
todo se arregla, y la gente, aunque se le haya caído la casa encima, queda muy
contenta con haberlo conocido» (El día del derrumbe), pero en el mundo de Rulfo se presenta
también la paradoja señalada por Kafka al hablar de la relación entre el
individuo y las estructuras burocrática, de ahí que el gobernador pronuncie un
discurso que muestra precisamente la desconexión y desinterés respecto a la
realidad: «Hoy estamos aquí presentes, en este caso paradojal de la naturaleza,
no previsto dentro de mi programa de gobierno…» (El día del derrumbe).
No hay
teleología aristotélica, no hay finalidad. Se hace la revolución y se acaba en el
fatalismo. Así lo plantea Rulfo. Así vemos pasar el destino de sus personajes
que, obviamente, quisieran escapar de su fatal e inevitable sino pero no son
capaces de producir el cambio.
El
fatalismo de Rulfo es palpable en cómo aborda el destino de sus personajes, a
menudo marcados por un deseo de escape o cambio que nunca se concreta: «Y yo
también hubiera ido de buena gana a asomarme a ver qué había tan atrás del
monte que no dejaba volver a nadie» (La
cuesta de las comadres).
Esta sensación de estar atrapados en un ciclo perpetuo de desesperanza es lo
que otorga a la obra su resonancia emocional y su profundidad literaria.
Es inevitable referirse, como hicimos al principio, al contexto de la obra. Pero la obra de Rulfo trasciende la psicología del hombre rural, va más allá de la revolución y de México. Rulfo medita hondamente en las profundidades de la condición humana, en la tensión entre aspiraciones y realizaciones, entre libertad y destino, entre sueños y polvo. Y así pasa por El llano en llamas el hombre y la vida, «y así seguimos arrastrando los pies, levantando una polvareda fina como la que se levanta en los caminos cuando hace mucho que no llueve» (Nos han dado la tierra).
Publicado en Letras de Parnaso, Año XII (II Etapa), diciembre 2024, nº 89, pp. 134-135:
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