La alegría es una forma de inteligencia: cinco libros que lo revelan
En ciertos enfoques filosóficos, literarios y vitales, si es
que al final no son lo mismo, lo que tiene que ver con la tristeza, el
sufrimiento, el dolor, el absurdo de la existencia, tienen buena prensa,
permiten rastrear la interioridad humana y permiten al autor lucirse.
Por el contrario, la alegría parece algo propio de gente
simple, de niños, de gente inconsciente que no se da cuenta de la dureza de la
vida, y en ese sentido parecen un poco tontos.
Pero, ¿y si fuera al revés? ¿Podría ser que la alegría no sea una válvula de escape, una manifestación de ignorancia, sino por el contrario el enfoque más creativo, la forma más elevada de inteligencia, la mirada más penetrante a la realidad? Podría ser.
No me refiero a la felicidad, a la plenitud, que es un
concepto y un estado distinto a la alegría.
Vamos a hablar de la alegría, una alegría que no es evasión,
sino conquista. Hoy quiero detenerme en esto, en un modo de estar en el mundo
que todos reconocemos cuando se da, cuando aparece. Todos sabemos cuándo
estamos alegres, aunque no sepamos definirlo, pero podemos respirar hondo,
estar a gusto sin saber por qué, sonreír, sentirnos agradecidos.
No voy a teorizar, no voy a desarrollar el concepto. Voy a
referirme sólo a cinco libros en los que aparece esa alegría lúcida, clara, que
todos reconocemos.
Vamos por el primero.
Regresar a uno mismo: La Ciudadela
Cronin escribió La
Ciudadela en 1937. Hoy no es un libro muy conocido, pero en su momento fue
un fenómeno literario, social y político.
Hace un retrato del sistema sanitario británico que provocó
reformas ministeriales y la elaboración de un nuevo sistema sanitario. Su
influjo fue enorme. Pero más allá de esta dimensión histórica importante, se
trata de un libro fundamentalmente ético.
La novela sigue la vida de un joven médico escocés que
comienza su actividad atendiendo a pobres en condiciones durísimas. Esa
actividad es muy gratificante, pero con el tiempo poco a poco va descubriendo
que puede enfocar su oficio de manera que gane más dinero, más prestigio, más
comodidad y acaba traicionando los ideales con los que empezó su trabajo y su
vida. Hasta que ocurre algo, una pérdida, que le hace detenerse, que le hace
pararse, que le hace ver su vida tal como está, que le hace darse cuenta de que
ha cambiado y entonces vuelve.
No vuelve a la mina, no vuelve al pueblo, no vuelve a su
trabajo inicial: vuelve a sí mismo. Y entonces recupera algo que había
olvidado: la alegría. Una alegría serena, silenciosa, constante, un estado de
ánimo que deriva de haber elegido lo correcto. De manera que Ciudadela no es una novela sobre la
medicina, es una novela sobre la fidelidad, sobre esa alegría que llega cuando
uno deja de traicionarse.
Es una alegría que no viene del cielo, es una alegría que se
conquista con lucidez y coraje.
Recibir sin merecer: La leyenda del
santo bebedor
El segundo libro es La
leyenda del santo bebedor, de Joseph Roth. Es un libro breve y encantador.
Cuenta la historia de Andreas, un alcohólico vagabundo que
vive bajo los puentes de París. Un día se le acerca un desconocido y le da
dinero, con una sola condición: que, cuando pueda, devuelva ese dinero en la
iglesia de Santa Teresa de Lisieux.
Y a partir de ahí Andreas recibe una y otra vez ayuda
inesperada, alojamiento, comida, trabajo, más dinero y cada vez parece estar a
punto de redimirse y vuelve a caer. Pero también vuelve a levantarse, también
vuelve a recibir la ayuda una y otra vez.
Es una historia circular, trágica. Y muestra que no se trata
de merecer. Andreas no merece lo que recibe gratuitamente una y otra vez.
Se trata de ser alcanzado por algo, gratuitamente. La
alegría aquí no viene del éxito, sino del hecho de que, sin saber por qué ni
cómo, una y otra vez alguien te da una oportunidad. La alegría de Andreas es
frágil, es turbia, pero es real.
No es la alegría del que ha vencido, sino del que ha sido
misteriosamente perdonado. Y eso basta. Es una alegría que se recibe y, si uno
es suficientemente lúcido, se agradece.
Cumplir una promesa imposible: La gaviota y el gato
El tercer libro del que vamos a hablar parece una fábula
para niños, y quizá lo sea, pero nosotros sabemos que las grandes fábulas
esconden profundas enseñanzas.
En Historia de una
gaviota y del gato que le enseñó a volar, Luis Sepúlveda cuenta algo
extraordinario con palabras muy simples.
Narra la historia de una gaviota alcanzada por una marea
negra. Va a morir, pone un huevo y lo último que hace es confiárselo a un gato.
Le hace prometer que lo cuidará, que no se lo comerá y que le enseñará a volar.
Las circunstancias del momento hacen que el gato prometa y, a lo largo de toda
la historia, vemos cómo el gato cumple su promesa.
Ha prometido enseñar a volar a una gaviota, pero él no sabe
volar. Son especies distintas, casi como ocurre entre algunos padres y sus
hijos: El hijo piensa que su padre no sabe nada. La gaviota podía pensar que el
gato no sabe nada de volar, pero el gato le enseña no a ser gato, sino a ser
gaviota, a desarrollar sus posibilidades a volar, aunque los gatos no vuelan.
Y la alegría aparece cuando la gaviota vuela, aunque el gato
no vuela, pero su alegría está en que el otro ha conseguido su plenitud.
Porque hay una alegría que deriva de haber cumplido lo que
uno tenía que hacer y de ver cómo otros se benefician de nuestras acciones, de
ver a nuestros hijos, de ver a la gaviota volar. Y eso basta.
El paraíso está en casa: Tierra de
hombres
En cuarto lugar vamos a hablar de Tierra de hombres, de Saint-Exupéry.
No es una novela estrictamente. Relata noveladamente
distintos episodios que le ocurrieron cuando él era piloto de correo aéreo.
Relata accidentes, tormentas, aterrizajes forzosos y también momentos que son
encantadores.
En un capítulo ocurre que se estrella su avión y entonces lo
recoge una familia. Lo llevan a su casa, le dan de comer, lo cuidan y él ve el
dinamismo de una casa normal, de una familia normal. Y le parece que ese
pequeño mundo que es esa casa, que es esa familia, que acoge el necesitado, es
un paraíso.
Y se siente inundado por una alegría inmensa. Una alegría
que no es conquista, ni milagro, ni salvación, sino que simplemente está ahí
con toda su normalidad espléndida. Con la normalidad de una familia, con la
normalidad de un hogar, que es un mundo.
Agradecer el milagro: Ortodoxia
El último libro al que voy a referirme no es una novela, es
un ensayo lleno de chispa, de gracia. Es un libro extraño, brillante, que a
veces provoca la carcajada y siempre deja pensando. Me refiero a Ortodoxia, de Chesterton.
En un mundo, el nuestro, que está cansado, que se ha vuelto
irónico, escéptico, Chesterton sostiene que lo realmente revolucionario no es
el cinismo, sino el asombro. No porque el mundo carezca de problemas, de
dificultades, no porque el mundo sea fácil, sino porque sigue siendo un
milagro. Dice literalmente la prueba de toda felicidad es la gratitud.
Uno está agradecido cuando reconoce el milagro, cuando
reconoce el don del mundo y de la vida. Y dice también: “el mundo no morirá por
falta de maravillas, sino por falta de asombro”, es decir, lo que determina
nuestro estado de ánimo es la mirada que lanzamos al mundo, a los problemas, a
las cosas. No las cosas, sino cómo las miramos.
Chesterton sostiene que hay que mirar de frente al dolor,
hay que mirar de frente a la realidad y decidir agradecer, encontrar lo
positivo, descubrir la maravilla y agradecer. Esta es la forma más lúcida de
alegría.
No se trata de negar el caos, sino de elegir seguir
celebrando la belleza. No se trata de no tener problemas, sino de impedir que
los problemas nos dominen.
Una actitud así, una alegría así, no se improvisa. Hay que
entrenarla, hay que sostenerla, hay que cultivarla como una forma suprema de
inteligencia.
La hemos visto con distintos rostros. En la fidelidad a uno
mismo, en el gesto gratuito, en el cuidado silencioso, en el plato de sopa
cuando todo parecía perdido.
Chesterton no le da nombre, pero nos ayuda a pensarlo. La
alegría, tal como le entiende, no es ingenuidad ni ceguera. No se trata de
ignorar o no mirar las dificultades.
Se trata de tener el coraje y la inteligencia de admirarse, de descubrir la maravilla en la que vivimos. Y cuando la descubrimos, nos damos cuenta de que valía la pena pelear para llegar hasta aquí, para ver, sentir y comprender que la alegría es saber quién eres, agradecer que sigues y compartir el vuelo aunque no sea el tuyo.
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Si quieres ampliar en otros formatos,
puedes ver el canal Tinta y Caos, en youtube:
https://youtu.be/dwKGdP4022I
https://n9.cl/0t5l7
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