
Retazos de otras vidas
Manuel Ballester
Hay quien piensa que, puesto que lo que nos alimenta está en
la tierra, lo adecuado sería andar a cuatro patas, mirando nuestros pasos y
nuestras nourritures terrestres, que
diría Gide.
La posición erguida puede dar la impresión de elevación de
miras, de superioridad y sabiduría, ciertamente; pero, quien anda así por la
vida, es posible que descuide sus pasos y acabe tropezando o cayendo en una
zanja.
Esto último cuentan que le ocurrió a uno de los grandes
sabios de la antigüedad. La misma fuente cuenta que la muchacha tracia que vio
caer a Tales le obsequió con una sonora carcajada.
Si Marcel Schwob (1867-1905) hubiese tenido a bien dedicar
uno de sus relatos a esa muchacha quizá habríamos sabido su historia. No la
historia de Tales, de sus logros y hazañas, que esa ya la sabemos e incluso se
estudia en las escuelas.
De ese tropiezo se ha obtenido una enseñanza universal. Precisamente
por eso sería de esperar que Schwob escribiese sobre la muchacha antes que acerca
de Tales ya que quienes nos han transmitido la historia «han supuesto que tan
solo podría interesarnos la vida de las grandes personas. El arte es ajeno a
estas consideraciones. A los ojos de un pintor, el retrato de una persona
anónima por Cranach tiene tanto valor como el retrato de Erasmo. No es gracias
al nombre de Erasmo que ese cuadro es inimitable. El arte del biógrafo habría
de consistir en otorgar tanto valor a la vida de un pobre actor como a la de
Shakespeare».
Se ha señalado con frecuencia que Vidas imaginarias (1896) sirvió de punto de partida para la célebre
Historia universal de la infamia
(1935) de Borges. Se ha indicado también que Schwob practica una escritura
sobria y perfeccionista, trabaja el texto como un orfebre, cuidando primorosamente
cada término, colocando cuidadosamente cada adjetivo.
La idea que articula el conjunto de relatos, de biografías
(una por capítulo), que componen el volumen toma su punto de partida en la
constatación de que siempre ha habido individuos pero invariablemente se ha
considerado que lo importante, lo valioso, han sido sus grandes aportaciones,
no ellos. Para seguir con el pensador de Mileto: cuando se habla de Tales se
nos cuentan sus pensamientos filosóficos y sus ideas sobre los triángulos pero
ha trascendido el tropiezo no porque sea una circunstancia particular sino por
su valor conceptual, porque muestra que “la virtud está en el término medio”,
que si sólo enfocamos las cuestiones celestiales, elevadas, pero descuidamos
las nourritures terrestres, nuestra
vida queda desequilibrada, caemos a tierra precisamente por mirar sólo al cielo.
Dicho de otro modo, late ahí el pensamiento de que «las ideas de los grandes
hombres son el patrimonio colectivo de la humanidad: cada uno de ellos no
poseyó en realidad más que sus peculiaridades».
Si fuese así, si lo que constituye la grandeza de un hombre
fuese aquello que pertenece a la humanidad, ¿qué quedará de ese individuo, de
sus peculiaridades? ¿qué será de los pasos que condujeron a esta chica de su
tierra natal hasta Mileto? ¿Tenía familia, amigos…? Cuestiones todas que no
pertenecen a la humanidad sino a ella. Y precisamente ese es el enfoque que
adopta Schwob.
De ahí que por los 22 capítulos de la obra se paseen
personajes tan variopintos como quien destruyó una de las siete maravillas del
mundo para lograr así legar su nombre a la historia; o el artista que no pintó
jamás el retrato de su amada porque «no conocía la dicha de limitarse al
individuo»; o la princesa india que ocultó su bello nombre nativo a los europeos
y les dijo que se llamaba Pocahontas; o quien optó por hacer frente a la
existencia con una pose “intelectual” afirmando que «la tristeza causada por la
muerte no es sino la peor de las ilusiones terrenales, ya que la muerta ha
dejado de ser desdichada y de sufrir» pero que, al final, es un hombre, sólo un
individuo frente a la amada muerta y por eso, «continuó llorando, deseando el
amor y temiendo la muerte»; y corsarios y piratas, hombres libres y caballeros
de fortuna, Césares y siervos, emperatrices y esclavas, pobres y ricos,
miserables y espléndidos, viciosos y animosos…
Una galería de vidas imaginadas y, por eso, vividas según
diversos modos de enfrentarse al destino, al momento histórico y personal.
Cada capítulo requiere una lectura lenta, pausada. Porque
cada relato pone ante la vista del espectador una vida. Y toda vida merece
atención. Por quien la ha vivido y por quien paladea las circunstancias que
juegan con el individuo y el individuo que juega con las circunstancias en ese
juego único que es cada vida concreta, irrepetible, inimitable y, sin embargo,
tan cargada de humanidad y de luces que a cualquier lector atento y respetuoso
le produce el efecto de un bálsamo, de una ampliación vital.
Puede ocurrirle al lector lo que cuenta Schwob que le sucedió
a aquel escritor célebre que «olvidó el arte de escribir tan pronto como empezó
a vivir la vida que había imaginado». Y es así como la lectura y la escritura
son vida y vida dilatada pero, como experimentó Descartes, también hay que leer
el libro del mundo, de la vida, de la experiencia.
Publicado en Aleteia: 20.01.04:
https://es.aleteia.org/2020/01/04/marcel-schwob-importan-mas-los-personajes-o-su-aportacion/
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