Grandeza y miserias de Robinsón Crusoe

Manuel Ballester
La vida y las extrañas
y sorprendentes aventuras de Robinsón Crusoe de York, marino (1719) es
considerada por algunos como la primera novela inglesa. Ha conocido diversas
versiones cinematográficas (incluyendo la de Buñuel en 1952, en su etapa
mejicana).
El autor, Daniel Defoe (1660-1731) perteneciente a una
familia presbiterana, cambió la carrera eclesiástica por la de los negocios. No
obstante, con su obra pretende contribuir explícitamente a la edificación
cristiana, dentro de la tradición que arranca de Calvino.
La novela está repleta de los elementos propios de los
libros de aventuras: tormentas, naufragios, piratas, esclavitud, motines,
abordajes, canibalismo, peligros en bosques, ataques de animales salvajes… Y,
lo más célebre, la vida en la isla desierta y el encuentro con un nativo de
aquellas tierras.
Hay algunos aspectos en la obra que llaman la atención a un
lector atento. Así, por ejemplo, presenta a los nativos como si fuesen el “buen
salvaje” teorizado por Rousseau; pero al mismo tiempo describe sus luchas y prácticas
caníbales. Sostiene que no hay que inmiscuirse en sus costumbres ya que no
pretenden comerse a los europeos, si bien Robinson rescata a un español al que
estaban a punto de sacrificar. En ese sentido, se hace eco de la leyenda negra
antiespañola y contra la secta papista (por católica).
En cualquier caso, la novela es ágil, dinámica, llena de
situaciones que cautivan la atención del lector y le enfrentan a más y más
problemas y más y más soluciones ingeniosas. Al mismo tiempo, Defoe va
mostrando el itinerario de una vida que se va desplegando hasta la plenitud
cristiana y prosperidad económica.
Los padres de Robinson le aconsejan una vida acomodada,
apacible. Sin riesgos ni esfuerzos excesivos ya que «en la posición intermedia
se conocen muy pocos […] reveses, y no se está expuesto a muchas de la
vicisitudes que afligen a los que se hallan en lo más alto o en lo más bajo».
Pero Robinson, aunque entiende «la enérgica voz de la razón […], me sentía
impotente para obedecerla». Al ceder a los malos impulsos de su naturaleza, la
vida le va mal. Repite en varias ocasiones la idea de que los buenos o malos
acontecimientos de la vida son el “castigo” o “premio” por las buenas acciones.
En el fondo de su desesperación, solo, perdido en una isla,
quizá a merced de fieras, con severas dificultades para sobrevivir, genera una
serie de hábitos que le irán ayudando a reconstruir su vida ahora sobre bases
sólidas.
En primer lugar realiza un esfuerzo “puramente” humano. Se
siente muy desdichado pero hace una doble lista, de males y bienes del
siguiente tipo:
Males
|
Bienes
|
Arrojado a una
horrible isla desierta, privado de toda esperanza de salvación
|
Pero estoy
vivo, y no me he ahogado como todos mis compañeros del barco
|
Es así como genera el hábito mental de animarse a sí mismo y
«comparar lo bueno con lo malo, a fin de tener punto de apoyo para distinguir
mi caso de los peores […] habiendo acomodado mi espíritu a apreciar lo
favorable de mi situación». En ese estado de ánimo emprende una serie de tareas
encaminadas a llevar una vida confortable en la isla, tales como acondicionar
una vivienda, cultivar o criar ganado.
Vuelve entonces su mente hacia Dios. Del naufragio se había
salvado alguna Biblia. A ella recurre. En varias ocasiones, ante situaciones
que le ocupan y le preocupan obra del mismo modo: abre una página al azar y ahí
la Palabra resulta siempre oportuna. Más allá de lo ocasional, va desarrollando
el hábito de dirigir todo a Dios y de canalizar su relación con Dios a través
de la Escritura: «me puse a leerla atentamente, y me impuse a mí mismo la
obligación de leer [la Biblia] un rato cada mañana y cada noche, no limitándome
a un número de capítulos, sino todo el tiempo que mis pensamientos se sintieran
arrastrados por la lectura».
Esta costumbre le abre a la comprensión de «el verdadero
sentido de las cosas». La llegada de otro ser humano, el célebre Viernes, le
llena de gozo. Le enseña a hablar, a vestirse, a cultivar, a usar armas y a
pastorear. Y le transmite su fe.
El proceso de evangelización de Viernes es interesante ya
que obliga a una exposición del cristianismo a un nivel muy básico. Y Viernes
plantea dificultades también muy elementales (¿por qué Dios no destruye al
diablo? ¿será perdonado el diablo al final?). Robinsón hace lo que puede pero
«Dios sabe que había más sinceridad que ciencia en todos los sistemas que
adopté».
Viernes le habla también de sus creencias. Dice que un
anciano, Benamukí, ha hecho todo el mundo. Por eso, todas las cosas le dicen:
“¡Oh!”.
Ese ¡Oh! quizá sea el modo en que las criaturas expresan
gratitud y alabanza a su creador.
Publicado en Aleteia, 1 marzo 2020:
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