
Miedo al tiempo
Manuel Ballester
Historia de una
escalera (1948) es una de las obras más célebres de Antonio Buero Vallejo
(1916-2000). Con ella obtuvo el Premio Lope
de Vega (1949).
El compromiso de Buero con el comunismo ha llevado a
sostener que esa obra (estrenada y premiada en la España de Franco) es una
crítica a las condiciones sociales del franquismo. Podría interpretarse así,
naturalmente. Pero ese enfoque haría un flaco favor a la obra que, entonces, no
tendría nada que decir a los lectores actuales.
Pienso, por el contrario, que Historia de una escalera es un relato que capta la atención del
espectador y del lector porque, como ocurre con la buena literatura, le atañe.
Muestra qué nos pasa, qué nos ha pasado y qué puede pasarnos. Así nos entretiene,
nos permite entender mejor nuestra vida y nos invita a orientarnos en la
existencia.
La acción transcurre en el rellano de una escalera a la que
se asoman cuatro puertas, cuatro familias, a lo largo de 30 años. Por la
escalera transitan personajes varios en un ambiente oscuro. Contemplamos sus
acciones y actitudes.
Sugiero fijarnos en dos jóvenes amigos: Fernando y Urbano.
De Fernando habla su madre de un modo cariñoso: “¡Tiene
muchos proyectos! Quiere ser delineante, ingeniero, ¡qué sé yo! Y no hace más
que leer y pensar. Siempre tumbado en la cama, pensando en sus proyectos”; las
vecinas lo consideran unánimemente guapo y un seductor pero el matiz que
apuntaba su madre (“siempre tumbado en la cama, en sus proyectos”) va cogiendo
más fuerza cuando dicen de él que “ese gandulazo es muy simpático”. Con tanto
afecto como confianza, su amigo Urbano le espeta: “eres un soñador. ¡Y un
gandul!”.
De modo que Fernando tiene proyectos. Es consciente de su
pobreza y quiere triunfar en la vida, abandonar esa opresiva escalera en la que
la gente vive como confinada, como condenada a no prosperar. Él no, él saldrá
adelante, escalará socialmente, triunfará… tiene proyectos, sueños, ilusiones…
Urbano, por su parte, es un sindicalista digno. Le muestra
la camaradería, el esfuerzo por prosperar pero no sólo por él mismo sino para
que todos mejoren. Es, obviamente, el personaje que Buero introduce para hacer
de contrapunto al planteamiento “egoísta” de Fernando, en el que intenta
despertar la “conciencia de clase”: “eres un desgraciado. Y lo peor es que no
lo sabes. Los pobres diablos como nosotros nunca lograremos mejorar de vida sin
la ayuda mutua. Y eso es el sindicato. ¡Solidaridad! Ésa es nuestra palabra”.
Se respira un ambiente de necesidad: los acontecimientos se
desarrollan inevitablemente al margen de las acciones y actitudes de los
individuos. Incluso la dignidad del sindicalista sabe que sueñan un imposible, que están irremediablemente
abocados al fracaso: “Ya sé que yo no llegaré muy lejos; y tampoco tú
llegarás”.
La obra asume así la forma que la antigua mitología representaba
mediante la figura de Sísifo, condenado a bregar y esforzarse para elevar una
roca hasta la cima de una montaña para que, una vez arriba, ésta vuelva a rodar
y haya que volver a subirla. Y eso es la vida: trabajo, sacrificio, siempre;
pero sin progresar ni un ápice. Normal, por eso, que Camus tomase a Sísifo como
exponente del absurdo. Y esa es la imagen que transparenta la Historia de una escalera.
Hay otras figuras, como el cuento de la lechera. Así queda
aludido en la obra: Fernando quiere a Carmina, que vuelve con un recipiente
lleno de leche, una lechera que deja en el suelo para escucharlo:
“Carmina, desde mañana voy a trabajar de firme por ti.
Quiero salir de esta pobreza, de este sucio ambiente. Salir y sacarte a ti.
Dejar para siempre los chismorreos, las broncas entre vecinos... Acabar con la
angustia del dinero escaso […] voy a estudiar mucho, ¿sabes? Mucho. Primero me
haré delineante. ¡Eso es fácil! En un año... Como para entonces ya ganaré
bastante, estudiaré para aparejador. Tres años. Dentro de cuatro años seré un
aparejador solicitado por todos los arquitectos. Ganaré mucho dinero. Por
entonces tú serás ya mi mujercita, y viviremos en otro barrio, en un pisito
limpio y tranquilo. Yo seguiré estudiando. ¿Quién sabe? Puede que para entonces
me haga ingeniero. Y como una cosa no es incompatible con la otra, publicaré un
libro de poesías, un libro que tendrá mucho éxito...
CARMINA.—
(Que le ha escuchado extasiada.) ¡Qué felices seremos!
(Se inclina para besarla y da un golpe con el pie a la
lechera, que se derrama estrepitosamente).”.
Fernando es, ya lo hemos visto, un crítico implacable de sus
condiciones de vida así como un soñador inoperante, incapaz de ocuparse para
realizar sus proyectos. Urbano, el sindicalista, comparte la conciencia de su
situación de miseria: “Ya sé que no soy más que un obrero. No tengo cultura ni
puedo aspirar a ser nada importante... Así es mejor. Así no tendré que sufrir
ninguna decepción, como otros sufren”.
Con estos planteamientos vitales, la atmósfera
claustrofóbica de la escalera se perpetúa. Así, con “la tristeza que la desilusión
y las penas ha puesto en el rostro” los personajes que en el primer acto eran
unos jóvenes oyen con melancolía decir a sus hijos las mismas frases que ellos pronunciaron.
Y el espectador percibe el eco de Sísifo cuando vuelve a repetirse el mismo cuento
de la lechera.
Se entiende así que uno de los personajes, en un momento de
reflexión diga: “¡Es que le tengo miedo al tiempo! Es lo que más me hace
sufrir. Ver cómo pasan los días, y los años..., sin que nada cambie.”.
Quizá ahí esté la clave: para Sísifo el paso del tiempo no
cambia nada, por eso la vida así enfocada es absurda (Camus). Sísifo, y los
personajes de Buero, responden siempre igual a circunstancias siempre iguales.
No cabe, por tanto, esperanza alguna y, por eso, esa vida es un infierno; así
lo entiende Dante cuando a la entrada del infierno coloca precisamente esa
indicación: “Abandonad aquí toda esperanza”.
Porque si el tiempo no cambia nada y no hay esperanza,
entonces la vida es un infierno.
No obstante, las cosas podrían ser de otro modo.
El tiempo por sí mismo no cambia nada. Pero puede ocurrir
que las circunstancias condicionen pero no determinen. Los personajes de Buero
son juguetes en manos del destino: no sospechan que el punto de apoyo para
cambiar el mundo es su libertad. El tiempo no cambia nada; pero cada uno de nosotros
puede cambiar el curso del tiempo.
La libertad tiene que ver con la firme determinación que
impulsa acciones realistas concretas. La libertad es muy distinta de los deseos
que nos ilusionan momentáneamente. Porque, sin olvidar las deficiencias propias
e inconvenientes ambientales, se hace fuerte en el diagnóstico lúcido de qué
aspectos podemos cambiar y en el esfuerzo por hacerlo realmente. Así es como la
persona escapa a la necesidad, a la opresión de las circunstancias adversas y
construye su vida con lucidez y alegría.
Publicado en Aleteia, 15 abril 2020:
https://es.aleteia.org/2020/04/15/el-miedo-al-tiempo/
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