Individuo e institución en "La ciudad y los perros" de Vargas Llosa
1. Un debut literario que marcó una época
Publicada en 1963, La ciudad y los perros
fue el debut de Mario Vargas Llosa y el inicio de lo que sería el boom
latinoamericano (con García Marquez, Carlos Fuentes o Cortázar).
La novela también fue llevada al cine en 1985 por Francisco
Lombardi. Y aunque no es fácil traducir la densidad narrativa de Vargas Llosa a
la pantalla, la película logra captar la atmósfera de encierro y violencia que
define esta historia.
La técnica narrativa es destacable: múltiples voces,
monólogos interiores, saltos de tiempo produciendo efectos fantásticos en el lector
(de interés, de sorpresa…), pero en el presente contexto vamos a centrarnos en
el contenido.
2. El colegio militar: un mundo regido por jerarquías
La trama transcurre en el Colegio Militar Leoncio Prado, en Lima, Perú, un internado en el que se enseña a los adolescentes a convertirse en “hombres”.
El ingreso en el colegio está regido por lo que se
llama el “bautizo”, que corresponde a lo que en España se denominan
“novatadas”. Son ritos de iniciación humillantes, abusivos, mediante los cuales
los nuevos aprenden “quién manda aquí”, cuáles son las reglas y cuál es la
posición de cada uno. No se trata de una acogida benefactora sino de un choque
con la realidad institucional: hay reglas, hay jerarquías y hay que conocerlas
para sobrevivir en este mundo.
Sobre ese contexto vamos conociendo los personajes principales.
3. Tres personajes, tres formas de responder
En primer término, el Jaguar: líder natural, violento, dominante,
temido,
incuestionable. Cuando el Jaguar ingresó se resistió a ser bautizado, reaccionó
violentamente, golpeó y venció a uno de cuarto año. Y constituyó en torno suyo
un grupo (el “círculo”) con el objetivo de protegerse frente a la agresión de
los veteranos. Esa actitud es atípica, nunca nadie había reaccionado así ante
la perspectiva del bautizo.
En el polo opuesto está el tímido y débil Ricardo Arana, objeto
de abusos, de acoso. El Jaguar le llama El esclavo y todos usan ese apodo.
Hay que señalar también la presencia de Alberto Fernández,
apodado el Poeta. Es sensible,
crítico, aspirante a escritor.
Entre los adultos merece destacarse el teniente Gamboa. Es el encargado
de velar para que se cumplan las normas de la institución: castiga siempre a
los tres últimos en llegar a la fila y cuestiones de este tipo.
4. El crimen, el silencio y la institución que se protege
Un grupo de cadetes
roba un examen. El Esclavo no soporta la presión y los delata. Tras eso, sufre
represalias y muere en circunstancias sospechosas durante una práctica militar.
El Poeta trata de
denunciar lo ocurrido, pero se enfrenta a un sistema que encubre, silencia y
castiga al que dice la verdad.
5. Un colegio que refleja un país fragmentado
Vargas Llosa fue
alumno de un colegio de este tipo en Perú. Luego vino a España, a estudiar en
la Complutense y cuenta que frecuentaba un bar cerca del Retiro, allí leía y
allí empezó a escribir la novela que acabaría años después en París. De modo
que en la La ciudad y los perros sí hay un eco de vivencias personales, pero
remansado por el tiempo, la perspectiva y la decisión de qué tipo de escritor y
qué tipo de hombre quería ser.
El colegio de aquel
Perú fragmentado acogía a todo tipo de alumnos, de distintas procedencias,
situaciones (sociales, económicas) es decir, el colegio reproducía las
tensiones que había en la sociedad. En ese sentido, el colegio novelado, es un
microcosmos y, por tanto, trasciende los límites de la institución escolar e
incluso de Perú para hablarnos de las relaciones humanas en toda su amplitud.
Este es el contexto en
el que se desarrollan los acontecimientos que recoge la novela. Y el contexto
nos habla de normas, reglas de funcionamiento que definen ámbitos sociales e
institucionales (el colegio, el país, el mundo) en los que se integran (vía
bautizo) los individuos.
6. Individuo e institución: una tensión inevitable
Asunto interesante que
puede sintetizarse refiriéndonos al problema de la relación entre individuo e
institución. Sobre esto Vargas Llosa no es original. Hay una serie de autores
que enfocan la cuestión antes que él. Recordemos a Hermann Hesse, con Bajo las ruedas (1906) donde un joven brillante es
anulado por el sistema educativo tradicional y con El juego de los abalorios (cuya escritura le llevó más de una
década: de 1931–1942) donde nos encontramos con una sociedad utópica de
naturaleza elevada, intelectual y espiritual pero que, como no puede ser de
otro modo, plantea el conflicto con el individuo que ha de encajar con sus
normas.
Pasamos a Inglaterra donde el autor de obras como Narnia o Cartas del diablo a su sobrino nos
brinda una autobiografía intelectual y espiritual con el prometedor título de Cautivado
por la alegría (Surprised by Joy) lo cual no impide que C.S.
Lewis recuerde los internados británicos brutales en los que vivió, a raíz de
lo cual reflexiona sobre la humillación, el autoritarismo y la necesidad de
refugio en la lectura y la imaginación.
Basten estas
referencias para mostrar que hay una inevitable tensión entre el individuo y
las instituciones. Procede ahora ver en qué radica la originalidad de Vargas
Llosa, cómo lo plantea.
En La ciudad y los perros tenemos una
institución con sus jerarquías, sus normas y su modo de ahormar a los nuevos
(con el bautizo). La sociedad es así y su ciego objetivo es la pervivencia,
mantenerse viva es mantener sus normas.
El colegio impone las
normas sometiendo violentamente a los individuos. La fuerza es el camino y, por
eso, nos encontramos en una sociedad definida por la violencia. La cuestión
sobre la que quiero llamar la atención es cómo responden los individuos, cómo
podemos responder cuando nos encontramos en esos entornos.
El pobre Esclavo no
necesita comentario: es agredido, vilipendiado; es la víctima perfecta.
A veces parece que
ante la violencia institucional no más remedio que sufrirla; pero hay más
opciones, por ejemplo, el Poeta es lo suficientemente inteligente para entender
la naturaleza de la sociedad en la que está e intenta no ser agresor ni
agredido. Pone su talento al servicio del poderoso: escribe relatos eróticos y
con eso el poder lo respeta.
Por último, El Jaguar
responde con más violencia. Si el entorno viene definido por la violencia, yo
seré el más violento, el rey de la violencia. Mantiene la estructura, las
regla, y las usa para imponerse, que es un modo de pervivir y no ser aplastado.
Ahora bien, ocurre que
las instituciones que se configuran como estructuras de poder, generan esta
polaridad: agresor-agredido, víctima-verdugo. Y el Jaguar decide que él no se
dejará achantar por nadie, pagando el peaje correspondiente: en esa estructura
él (y el círculo) son agresores, fuentes de violencia, crueldad e injusticia.
Ante un entorno violento que ninguno ha elegido, tenemos
tres respuestas distintas, la víctima perfecta, el cómplice funcional y el
agresor dominante. Más adelante
hablaremos de la posición del teniente Gamboa, “el guardián” de estatus quo.
La institución, regida
por reglas y poder, tiene también que protegerse. La muerte de un alumno es una
mala noticia. Y se protege, realizando una investigación que dictamina lo más
ventajoso para el colegio: ha sido un desgraciado accidente, una muerte
accidental.
El responsable, el que velaba por el orden, era el teniente
Gamboa y él es el que recibe el castigo, será desterrado. La evolución de los
personajes es una genialidad de Vargas Llosa, el asesino confiesa, le entrega
por escrito la confesión al teniente Gamboa, pero el teniente le explica las
reglas, le explica que su confesión es absolutamente inútil. La institución ya
ha juzgado y no va a revisar el caso porque el dictamen es el más favorable para
la institución, lo más favorable es un accidente, no un asesino.
Esta novela es una novela sobre cómo se forma y se deforma
el carácter en contextos institucionales. Pensemos que una familia es una
institución con normas, no pensemos sólo en el ejército, el Estado, el sistema
educativo e instituciones de ese tipo.
Queda claro cómo la complicidad, el silencio, la cobardía,
no son decisiones inocentes sino formas de adaptarse a un mundo en el que decir
la verdad tiene un precio, porque las instituciones que se estructuran sobre el
poder y la violencia generan esa polaridad de que hemos hablado,
agresores-agredidos, víctimas-verdugos.
En esos contextos, en esas instituciones la verdad es
irrelevante, molesta, no se trata de la verdad, no se trata de lo que es
correcto, se trata de quién manda aquí, de cuáles son las reglas, de cuál es el
papel que juega cada individuo. Por eso hay que tener claro que ciertamente hay
instituciones así, es verdad que hay instituciones en las cuales estas son las
reglas, pero somos dueños de nuestra respuesta.
7. ¿Víctima, cómplice o agresor?: la decisión personal
El Jaguar sobrevive y es el rey, pero el precio que tiene
que pagar es degradarse.
En el contexto de instituciones o de relaciones
institucionales que son francamente abusivas, injustas, opresivas, hay que
decidir cuál es nuestro modo de estar en el mundo cuando nos toca vivir en ese
tipo de mundos. La valentía no siempre se manifiesta gritando, entre otras
cosas porque a veces no se puede hablar, pero no miente, entonces calla y
resiste y ese modo de no hablar, de no ser cómplice y es un modo de afirmar
nuestra dignidad.
8. Una alternativa más humana es posible
Además, este no es el único modo de organizar las instituciones y las relaciones humanas, ni siquiera es el mejor porque es el menos humano. Y ahí empieza la verdadera pregunta: ¿cómo queremos vivir?
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