La Eneida explicada: cómo Eneas fundó Roma entre ruinas y fidelidad
La Eneida es la
historia de Eneas. La Eneida es la
historia de la fundación gloriosa, sagrada, de la grandeza de Roma. Se funda
sobre Eneas, un perdedor de la guerra de Troya
¿A quién se le ocurre fundar
un imperio glorioso sobre una ciudad derrotada?
A Virgilio. Y el resultado es La Eneida.
En el siglo I a.C. Augusto encarga al poeta Virgilio una
obra que relata la grandeza de Roma. La Eneida es, sí, un libro por encargo,
pero un libro cuya grandeza trasciende a Virgilio y a Augusto para hablarnos de
toda la humanidad.
No empieza con la gloriosa Roma. Empieza con Troya, una
ciudad destruida. Empieza con fuego, con huida y con Eneas, un hombre vencido
que ha perdido su patria y que carga sobre sus hombres el futuro de una
civilización.
De manera que la Eneida
no es la historia de Roma, sino que es la historia de algo profundamente humano
que nos afecta a todos. Y por eso es grande.
Cuando Virgilio aborda esta narración tiene varias opciones
lógicas.
En primer lugar, podía haberse remitido al relato, el mito
clásico de los hermanos alimentados por una loba, Rómulo y Remo, que son el
origen de Roma, y haber adornado esa narración y encauzarla hacia la
glorificación de la familia de Augusto.
También podía haber vinculado el origen de Roma a Atenas,
por ejemplo, la ciudad de la sabiduría y de la política, de Platón y Pericles.
Sin embargo, se remite a Troya.
¿Qué es Troya? Troya es una ciudad que ya no existe, es una
ciudad que fue derrotada, aniquilada. La caída de Troya tuvo lugar en torno al
siglo XII a.C., es decir, más de un milenio antes de Virgilio. Virgilio elige a un perdedor. Y al hacerlo,
dice algo esencial: la grandeza no se levanta sólo sobre la victoria, sino
sobre el dolor, la pérdida, y la fidelidad a lo que importa cuando todo lo
demás se ha derrumbado.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Simone Weil, Estudia a
Homero, publica La Ilíada o el Poema de
la Fuerza, en 1940, e interpreta el poema no como una glorificación de la
guerra, sino como una profunda meditación del efecto de la fuerza, de la
violencia, tanto sobre quienes la sufren y son destruidos como quienes la
ejercen y vencen en la batalla. La tesis de Simone Weil es que la fuerza
degrada y destruye a ambos.
Troya es, en términos de Homero, la “sagrada Ilión”, pero
esa ciudad sagrada ya ha sido olvidada por los hombres y por los dioses hace
siglos. Es más, la Eneida narra la
estrategia célebre del caballo de Troya, llega hasta donde Homero no se atrevió
en la Ilíada, llega hasta la
destrucción completa de la ciudad.
Y es ahí, en esa ciudad absolutamente destruida, en la que Virgilio
se fija para constituir el origen sagrado de Roma. Y ahí tenemos una clave para
entender por qué Virgilio se fija en Troya.
Dice Weil: “el espíritu de compasión en la Ilíada convierte
el sufrimiento en algo sagrado. Y Troya, ciudad mártir, es su centro”.
Troya es la ciudad mártir, la del sacrificio total, la que
lo pierde todo. Y sin embargo, deja una semilla.
Parte Odiseo porque ya no tiene nada que hacer allí, su
tarea ha terminado y ahora es tiempo de volver a la patria, al hogar. Parte
también en Eneas, porque todo ha terminado allí y no tiene patria.
Y eso convierte a Troya no en una simple ruina, sino en una
ciudad sagrada, porque toca lo más hondo de lo humano.
Y Virgilio hace nacer la grandeza de Roma sobre este suelo
quemado, pero no sobre la derrota, sino sobre la fidelidad, la conciencia de
nuestra fragilidad y cómo esto no es nada más que el punto de partida del viaje
que nos lleva a la grandeza.
Y es que Virgilio plantea que si se quiere glorificar al
hombre, si se quiere glorificar al imperio, hay que hacerlo sobre la verdad del
ser humano, incluyendo no solo sus momentos gloriosos, sino sus momentos más
duros. Si no se hiciera así, estaríamos glorificando en la grandeza de Roma
algo que no es humano.
Y cuando algo inhumano se glorifica y se le añade poder,
entonces no solo es inhumano, sino que es monstruoso.
1. Dos héroes, un mismo viaje
Ambos, Odiseo y Eneas, el vencedor y el derrotado, emprenden
un viaje. Cada uno con su destino, pero los dos viajan.
Y esa podría ser la explicación de por qué hay muchos
detalles comunes en el viaje que se relata en la Odisea y en el viaje que se
relata en la Eneida. Comparten peligros, tormentas, enemigos, la visita al cíclope
Polifemo y y quizá sea porque la vida, el viaje y la literatura, al final, son
lo mismo y, por eso, tienen componentes semejantes.
Y al final de nuestro viaje, que es nuestra vida,
encontremos circunstancias semejantes.
2. Amor, desvío y fidelidad al destino
Odiseo y Eneas encuentran el amor. Poco importa que se llame
dido, circe o calipso, importa poco que sea una mujer o una diosa. Lo
importante, dirían los románticos, es que ha encontrado el amor.
Lo importante, dicen Homero y Virgilio, es que ese amor, por
puro que sea, les puede apartar de su destino. Y lo que importa es el destino.
Si Odiseo hubiese cedido al amor, no tendríamos la Odisea, porque Odiseo se habría extraviado.
Si Eneas hubiese cedido, no tendríamos Roma. El amor es importante, eso no se
discute, pero hay amores que nos desvían y nos destruyen.
Comparten también el viaje al Hades, la relación con
aquellos que ya han acabado su viaje y tienen una visión completa de la vida,
porque podrían orientarnos.
3. Tres epopeyas, tres formas de ser
La Ilíada canta la
furia. La Odisea, el anhelo de hogar.
La Eneida, la fidelidad que siembra
futuro.
Una fidelidad al pasado que viene manifestada por el modo en
que Eneas lleva a cuestas el cadáver de su padre. Es decir, constituye la nueva
patria sobre el respeto, la veneración, a la tradición que está representada en
el respeto al padre, que es también un modo de respeto al hijo que aún no sabe
hablar, pero del que nacerá la gran Roma.
4. Sembrar entre ruinas: el origen de lo sagrado
Eneas no es un héroe que conquista, Eneas es un héroe humano
que no abandona.
El viaje de Eneas es
físico, pero también interior. Cada etapa del trayecto es una transformación.
No se trata solo de huir del pasado, sino de aprender a mirar hacia adelante, a
pesar de las pérdidas.
La Eneida es un poema fundacional, pero también una
meditación sobre cómo convertir la herida en horizonte, el sufrimiento en
destino. Cómo hacer que las heridas no
sean el final, sino el principio de algo nuevo.
Eneas no funda Roma
solo porque escapa de Troya. La funda porque ha sido probado en el fuego.
Porque ha aprendido a obedecer algo más alto que sus propios deseos. Eneas
es el que carga con lo que le corresponde, el que resiste, el que siembra.
Y Roma nace de eso, no de la fuerza y el poder, sino del
dolor y la lealtad a lo que fue sagrado y, por tanto, es irrenunciable, porque
lo que se pierde si es amado no desaparece, se convierte en semilla.
Quizá por eso Roma no se funda con fuerza, sino con fidelidad. Y quizás por eso, lo verdaderamente humano no es conquistar, sino no abandonar.
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