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Jaime Ballester (2013) |
Al final del capítulo anterior vimos cómo Pinocho perece
ante un peligro del que no es consciente. Y es que no ser conscientes de los
peligros no nos impide caer en ellos. De ahí los desvelos de los padres acerca
de sus hijos: inconscientes en razón de la inmadurez propia de la edad, caminan
al borde del precipicio con una alegría que produce espanto.
Y así es como Pinocho pierde sus piernas. Esas piernas que
nos sostienen y nos permiten tomar contacto con el mundo y movernos con firmeza
por él.
Cada uno, en cierto modo, se hace a sí mismo y se va
adentrado en el mundo que va construyendo con sus elecciones. Por eso puede
ocurrir que, a causa de las equivocadas decisiones y de las deficientes
acciones, uno viva en un mundo que no es el que le corresponde. Y por un mundo
extraño uno se mueve torpemente: nuestras piernas no están hechas para andar en
ese plano de la existencia, en ese mundo, y por eso es como si no las
tuviéramos. Por eso no percibe el bien. Por eso no se vive bien. Y no se sabe
por qué, porque no hay conciencia del error y sus consecuencias.
«El pobre Pinocho, Il povero Pinocchio… no había
advertido que tenía los pies quemados. Así que, en cuanto oyó la voz de su
padre, saltó del taburete para correr el pestillo; pero después de dar dos o
tres tumbos, cayó cuan largo era sobre el pavimento».
Al comienzo de este capítulo, el narrador tiene el primer
gesto de ternura hacia el povero Pinocchio. Es normal experimentar afecto,
compasión, hacia quien está sufriendo aunque sea por culpa suya.
La voz del padre le saca del sueño, la vigilia le permite
percatarse de su situación. En el capítulo cinco sintió añoranza por el padre,
una añoranza ciertamente interesada:
«Si mi papá estuviera aquí, ahora no me moriría de hambre».
Eso explica que el primer movimiento de Pinocho al saber que
Geppetto ha vuelto sea salir corriendo a abrir la puerta. El padre puede ser el
que acabe con el sufrimiento que lo atenaza, el padre puede salvarlo. Es su
esperanza.
Es de notar que Pinocho se da cuenta de su situación cuando
intenta ir al padre. Es en ese momento cuando no puede andar y cae por tierra. Al
verse en el suelo, Pinocho no sabe aún qué le ha ocurrido. Ve que algo malo le
sucede, pero no lo relaciona aún con su estilo de vida. Por el contrario, siguiendo
un patrón de comportamiento muy extendido, culpa a otro de los males propios:
viendo al gato, supone que el felino le ha comido las piernas.
Geppetto ve que ocurre algo. No puede creer la historia del
gato. Pero no sabe qué pasa. Tal como suele hacer Geppetto, actúa
resueltamente, como corresponde a un hombre vivaz e ilusionado, que no es
pasivo, que en cada acción pone todo su vigor para realizar su anhelo. Puesto
que Pinocho no abre, decide zanjar el asunto entrando en la casa por sus propios
medios: trepa por el muro e irrumpe en la casa por la ventana.
Al ver la situación de Pinocho refrena el impulso y, como
ocurrió con el narrador al comienzo del capítulo, se enternece, lo coge en
brazos, lo besa y le hace mil caricias. Y le pregunta qué ha pasado, cómo es
que se ha quemado los pies. Pinocho no lo sabe, pero inicia un atropellado
discurso.
La narración de Pinocho está caóticamente dispuesta en torno
al hambre. Otorga confusamente causas y responsabilidades hasta concluir en la
urgencia y menesterosidad presente. No entiende bien su acción y su vida salvo
aquello que se refiere al ámbito de las necesidades que lo acucian, por eso
concluye:
«sigo teniendo hambre pero ya no tengo pies».
Geppetto sabe más que Pinocho, por eso «de aquel embarullado
discurso sólo había entendido una cosa: que el muchacho estaba muerto de
hambre», que se hallaba en una fuerte necesidad, que necesita ayuda.
El padre no es el viejecito del capítulo anterior que
despachó a Pinocho con una mirada superficial. Geppetto quiere al hijo incluso
aunque se encuentre en un mal momento, quiere echarle una mano para que pueda
salir adelante en la vida. Pinocho había huido de sí y Geppetto quiere
ayudarle, otra vez, a recuperar el camino que conduce a su mejor posibilidad. Por
eso el padre sí ayudará a Pinocho. No porque Pinocho lo merezca, no porque
Geppetto sea un papá débil, sino porque Geppetto sabe que el error no es la
última palabra en la vida.
Con el heroísmo cotidiano de un padre, Geppetto ofrece a su
hijo lo que él tenía para comer. Geppetto tiene hambre, siente también la
necesidad, pero es una persona madura y no es arrastrado por los
acontecimientos, sabe priorizar, organizar. No sabe Geppetto, nadie puede
saberlo, qué se le presentará en la vida, pero sabe cómo responderá. Eso es ser
maduro. Eso es ser libre. Eso, dice Nietzsche, es ser hombre porque el hombre
es el ser que puede prometer porque es dueño de sí (no ha huido de sí) y de su
acción.
También Pinocho tiene hambre, pero su mundo no es aún el de
Geppetto. No es consciente de sí y, por eso, no puede darse cuenta del esfuerzo
del padre. No sabe que la satisfacción de la necesidad no va pareja sólo con el
placer físico sino también, y en grado más importante, con la gratitud moral.
Si fuera capaz de gratitud, todo sería perfecto, sería una fiesta.
La gratitud es la respuesta correcta. Es la valoración
exacta. Es la actitud propiamente humana. Pero la gratitud requiere el
conocimiento de sí mismo, la percepción de las propias necesidades, la
conciencia de lo que merecemos y lo que no. En caso contrario no se puede
calibrar el alcance de la generosidad de quien nos ofrece el don. Por eso, en
vez de mostrarse agradecido, adopta una actitud tontamente tiránica ya que sólo
es capaz de mostrarse melindroso, remilgado y exigente.
No puedo comer peras así, si quieres que te haga el favor de
comerlas, pélamelas, dice a Geppetto. «El hombre es extremadamente indigente y
extremadamente desmemoriado, como Pinocho ante las peras. Mientras en su
desesperada nulidad debiera acoger con gratitud todo socorro y toda chispa de
conocimiento, de amor y de alegría que puedan disminuir, al menos un poco, su
hambre, se muestra por el contrario inapetente frente a todo don. Hay que
pensar que, incluso cuando entre en el Reino de los cielos y se vea admitido a
la visión beatífica, se hará el desdeñoso con el semblante de haber visto
mejores cosas en su pueblo» (Biffi,
74).
Geppetto le advierte que su actitud no es buena, que debe
ser más flexible. Pinocho, incluso en la menesterosidad, va infantilmente a la
suya. Hay que madurar, hay que saber adaptarse
«porque nunca se sabe lo que puede ocurrir. ¡Pasan tantas
cosas! I casi son tanti!»
Se entra entonces en
un juego entre el ímpetu de Pinocho y la madura sabiduría de Geppetto, entre
las repetidas tajantes afirmaciones de que “nunca haré tal cosa” («nunca comeré
una fruta que no esté mondada», «nunca me como el corazón de la pera») y el «quién
sabe ¡Pasan tantas cosas!» que termina cuando Pinocho acaba satisfecho tras
hacer con gran esfuerzo precisamente aquello que no estaba dispuesto a hacer.
La conclusión del capítulo es una nueva apostilla de Geppetto en la que repite
por última vez:
«Ya ves que yo tenía razón […] nunca se sabe lo que puede
ocurrir en este mundo. ¡Pasan tantas cosas!».
La enseñanza concreta que ofrece el capítulo es bastante
obvia. Quisiera, por eso, señalar otro aspecto que me parece destacable y que
corre el riesgo de quedar un poco diluido.
Geppetto ha representado lo que el padre, el hogar, el
inicio, es para todo hombre: el lugar al que se vuelve porque ya se estuvo ahí
desde el inicio, el socorro en la necesidad, la aceptación incondicional o, en
otros términos, la sabiduría que supera nuestras travesuras, tropiezos y
errores. Dice Platón que el maestro simplemente señala la dirección en que ve
la luz. Es tarea del discípulo, del hijo, mirar hacia allí.
La sabiduría señala, orienta, no se impone, se ofrece
amorosamente. No se puede hacer otra cosa. No se debe, por tanto.
Tarea del maestro es brindar lo que sabe, animar al que cae;
y armarse de paciencia con cariño. Tarea del hombre es acoger con seriedad esa
ayuda para caminar por la vida teniendo la sonrisa de su parte.
Algo así dice Platón. Yo no sabría añadir nada mejor.
Es muy bueno, Manolo, me encanta el final. Gracias por iluminarme más. Tengo una conferencia sobre educación la semana que viene y me has dado muchas ideas.Un abrazo. Feli
ResponderEliminarGracias, Feli
EliminarSé valiente en la conferencia. Di la verdad.
¡¡¡Cuánta sabiduría encierran tus palabras, amigo Ballester...!!!
ResponderEliminarA ver cuándo vemos editado un nuevo libro sobre "Las Reflexiones de Pinocho".
Gracias y un abzo.
Carmen
Bueno, primero habrá que escribirlo. Estoy en ello.
EliminarGracias