Hace pocos años murió un conocido. Tenía cuenta en Facebook.
Ahí éramos amigos, no simples conocidos: cosas del Facebook. Durante algún
tiempo este amigo cibernético continúo invitándome a participar en eventos
varios. Daba un poco de repelús recibir misivas del difunto, por muy amigo que
fuese.
Y es que no hace falta recurrir a la Santa Compaña, la bona xente, ni al hortera Jálogüin para
sacar a pasear los muertos, a los muertos-muertos digo; no a los muertos-vivientes,
que esos se pasean solos. La historia de las huestes del Cid sacando a guerrear
el cadáver de su señor ilustra la misma idea: un cadáver, un muerto bien
muerto, convenientemente compuesto y expuesto aún puede dar mucha guerra.
Esto es lo que pasa con nuestro sistema educativo, que está
muerto pero sigue dando guerra. Las huestes de la progresía, después de dejar a
sus retoños en el Liceo o en Maristas, aún sacan a pasear su cadáver bramando
en los periódicos u organizando manifestaciones en defensa de la escuela
pública, inclusiva, progresista y logsiana.
Pero el sistema educativo es un peso muerto, una estafa para
los padres, para los alumnos, para los profesores.
Quienes fuimos educados antes de la era logsiana podemos
recordar cómo eran entonces las cosas de la educación. Los padres educaban a sus
hijos y los enviaban al colegio a que se instruyesen, a que adquiriesen los
conocimientos que les permitirían prosperar en la vida. En definitiva, los
padres educaban y el colegio instruía. El asunto de la educación era
competencia de la familia, porque ahí se forjaba un tipo de persona (solidario
o no, creyente o ateo, etc) y la instrucción (las matemáticas, la lengua, etc)
era el ámbito restringido en el que personas competentes en ese asunto (los profesores)
ayudaban a los padres en la formación integral de sus hijos. La estafa logsiana
ha consistido en invertir este planteamiento: hoy la escuela pretende educar
(desde la solidaridad hasta la educación afectivo-sexual) y pide a los padres
que se impliquen. Y más les vale ´implicarse´ porque es el único modo de que
los niños adquieran los conocimientos que antes proporcionaba el maestro. Los
padres de hoy sabemos que nos tocan los ejercicios de Matemáticas, Lengua, etc.
La estafa a los padres consiste en que los ciudadanos pagan
los recursos de la escuela para que ahí adoctrinen, manipulen, a sus hijos y se
los devuelvan a casa para que sean los propios padres quienes se encarguen de
enseñarles matemáticas, bien directamente (con los deberes escolares,
desconocidos por los padres pre-logsianos), bien llevándolos a una academia o
centro privado.
Estafa también a los alumnos. Según la dogmática logsiana
que pudre el sistema, la escuela ha de ser inclusiva y no competitiva, entre
otras ocurrencias. La escuela inclusiva pretende ser democrática, tolerante,
igualitaria; o sea, que entre todos (incluido el profesor) vamos a ir haciendo
el camino juntos y si cae la tabla de multiplicar bien, y si no también; y nada
de excluir a alguien por razón de sexo, raza o coeficiente intelectual. Como no
se puede tener todo, y no hay quien enseñe integrales y el genitivo sajón a
ciertos alumnos (por sus carencias intelectuales, afectivas o porque no le da
la gana al nene), lo que no cabe en la escuela inclusiva es que los alumnos
aprendan. Una guardería hasta los 16 años. Y luego extraña que tengamos una
generación ni-ni, que ni estudian, ni trabajan y que son el producto que cabe
esperar de una escuela así. Adiós a la promoción social, claro.
Golpea y estafa, finalmente, a los profesores. La docencia,
antes de que la Logse la destruyese, era una profesión noble, digna. Los
profesores tenían prestigio, todos respetaban a quienes sabían y transmitían su
saber a los alumnos. Hoy basta observar las cifras de bajas por depresión.
Trastorno que es el síntoma del desajuste entre su finalidad
real como docentes (transmitir conocimientos) y el mareo al que son sometidos
por la burocracia interminable y la última ocurrencia pedagógica. Ocurre que
los profesores carecen de algo que tiene no ya un médico o un abogado, sino un
barrendero o una cajera en un supermercado: ellos adquieren con el tiempo un dominio
sobre sus actividades; saben hacer lo que corresponde y saben hacerlo bien. Y
eso permite sosiego, gozo y prestigio bien ganado. El profesor no, él está al
albur de la última payasada pedagógica, pensando cuánto durará y será
sustituida por la siguiente ocurrencia.
Frente a la estafa de la educación ideológica, sentido
común. ¿Educación, manipulación, adoctrinamiento? No. Con mis impuestos, no,
gracias. Mejor una escuela que instruya a mis hijos y que me deje libertad para
educarlos según mis valores.
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