martes, 14 de mayo de 2013

12.1. Comefuego le da cinco monedas de oro

Jaime Ballester (2013)

La noche anterior hubo fiesta. Merecidamente.

«Al día siguiente Comefuego llamó aparte a Pinocho».

Pinocho había dado un mal paso. Recobrada la dignidad, vuelve a dirigirse hacia su objetivo. Para eso tiene que alejarse de los títeres con los que, ciertamente, tiene mucho en común. Se aproxima a Comefuego, una persona, una buena persona con la que, por eso, tiene más en común.


Comefuego llama aparte a Pinocho. Se ha establecido una relación particular que excluye a los títeres. Se trata de una relación propia de personas; ambos tienen origen, hogar y sentido.

De eso hablan, asuntos de los que los títeres nada pueden saber. El titiritero se interesa por Geppetto, por su oficio, por su situación. Pinocho le cuenta brevemente lo que ya sabemos quienes le hemos seguido desde que apareció en la carpintería de maese Cereza. Comefuego es buena persona, se compadece:

«Casi me da pena —dice Comefuego—. Ahí tienes cinco monedas de oro. Ve corriendo a llevárselas y salúdalo de mi parte».

Comefuego le da el dinero a Pinocho, pero es para Geppetto. El titiritero sabe que mientras Pinocho no madure, no sea dueño de su vida, el responsable es su padre. Para Geppetto la riqueza significa posesión o, lo es que lo mismo, capacidad de atender a las necesidades de Pinocho; para Pinocho, la riqueza supone uso, disfrute gozoso de lo que recibe gratuitamente sea de parte de Geppetto, sea de parte de Comefuego. Parece que para el niño todo es gratis, mientras que el adulto debe conseguir todo, debe comenzar por ganar su vida, y un lugar en el mundo para él y para los suyos.

El lugar de los títeres es el teatro, pero Pinocho tiene que andar por el mundo para volver a su padre, a su casa, descubriendo con su inteligencia el sentido del mundo y de su vida y construyendo con su acción su personalidad, haciéndose así un hombre.

Estamos nuevamente ante una reposición de Pinocho tras haber errado el camino. Al vender el Abecedario, había hecho prácticamente imposible la vuelta a la escuela. Ahora dispone de dinero. Puede comprar el Abecedario y continuar su vida donde la dejó antes de desviarse, de modo que dio las gracias, se despidió de los títeres y «se puso en camino para volver a su casa, fuera de sí de alegría».

En el camino de vuelta a casa aguardan una Zorra y un Gato.

La Zorra, de pies velocísimos, está coja; los ojos del Gato están ciegos. Al presentarse como pobres y desventurados, provocan la compasión de Pinocho. Se trata de la estrategia victimista, un procedimiento clásico de manipulación mediante el chantaje emocional. Presentarse como víctima es, en algunos, una deformación psicológica para llamar la atención sobre sí, diluir la propia responsabilidad, volcar la culpabilidad sobre otros, dar carta blanca al resentimiento y, finalmente, resguardarse en la compasión ajena a causa de los males que uno (injustamente, por culpa de otros, naturalmente) padece.

Los malos de Collodi son simples, están exentos de complicaciones psicológicas o justificaciones sociales que justifiquen su iniquidad. La zorra maneja el victimismo fríamente, como una técnica de probada eficacia. Consigue el efecto esperado: Pinocho se compadece de ellos y, por tanto, queda predispuesto a aceptar lo que le proponen.

«Buenos días, Pinocho, dijo la Zorra saludándole cortésmente».

La Zorra le saluda cortésmente llamándolo por su nombre. Pinocho se extraña por primera vez de que alguien sepa su nombre. En una breve conversación la astucia de la Zorra hace que Pinocho manifieste sus buenos deseos.

Pinocho es demasiado ingenuo para conocer la prudencia. Quiere ser un hombre, quiere ser bueno. Tiene, por eso nobles aspiraciones. Pero ignora aún que no todo lo que pasa en nuestro interior debe salir fuera; parte del dominio de sí consiste precisamente en saber en quién podemos confiar. El problema no está ahora en Pinocho, sino en quien le escucha.

Para madurar hay que aprender que no todas las personas con las que tratamos están dispuestas a ayudarnos como acaba de hacer Comefuego. Hay gente a la que resultamos indiferente. Hay gente simplemente amable, superficialmente cortés. Y hay también gente peligrosa, que puede hacernos daño.

No hay que insistir en la importancia de distinguir qué tipo de persona tenemos delante en cada momento.

En la próxima entrada veremos si Pinocho es capaz de ver a tiempo cómo son sus compañeros de viaje y, por tanto, cómo ha de comportarse con ellos.

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