Jaime Ballester (2013) |
La zorra y el gato se mueven en el mismo plano de realidad
que maese Cereza, pero su cinismo expresa un nivel mayor de degradación. Su
cortesía y amabilidad junto a su presunta desdicha, ganan la confianza y
compasión de los incautos. Así es como el victimismo acaba por convertir en
víctima a quien cae en sus redes.
Consiguen que Pinocho hable de sus nobles propósitos:
«Ante todo, voy a comprarle a mi papá una casaca nueva, toda
de oro y plata, con botones de brillantes. Y luego compraré un Abecedario para
mí».
Pinocho sigue hablando. No sólo de sus buenos deseos.
También de su riqueza. La bondad les parece una risible bobada. La riqueza es
otra cosa, eso es serio en el mundo de lo utilitario. La visión de las monedas
produce efectos prodigiosos: la Zorra, que era coja, «en un ademán
involuntario, alargó la pata que parecía encogida» y el Gato, que era ciego,
«abrió los ojos de par en par, como dos linternas verdes, pero los cerró
enseguida y Pinocho no se dio cuenta de nada».
Ahora que saben que tiene dinero, surge el interés por sus
proyectos. Pinocho quiere comprar una casaca para su padre y un Abecedario para
él, para ir a la escuela y formarse.
Habría sido torpe atacar el deseo de socorrer a su padre. Con
una estrategia fácil, deciden arremeter contra la escuela. Primero habla la
Zorra: «Mírame, por el tonto vicio de estudiar perdí una pata». Después, el
Gato repite: «Mírame, por el tonto vicio de estudiar perdí la vista de los dos
ojos». Este modo de actuar lo veremos una y otra vez: la Zorra tiene la
iniciativa, el Gato la secunda repitiendo. No hay argumentación, sino insistencia,
que es un modo de convencer, de manipular. Así procede la propaganda de
cualquier índole.
Pinocho ha mostrado cándidamente su buena intención de
aliviar a su padre y de emprender el camino de la escuela. La insistencia
cómica en los efectos perniciosos de la escuela unido, ahora en serio, a la dificultad que entraña la formación pueden hacer olvidarse del otro
objetivo y, así, perder todo. Es un momento crítico. Precisamente ahí aparece
un Mirlo blanco.
El Mirlo macho es negro, la hembra de color pardo. Por eso,
la expresión “Mirlo blanco” remite a una ocasión única, extraordinaria y feliz:
hay que tener muchísima suerte para ver un Mirlo blanco. Pinocho es ingenuo, no
ve lo que está ocurriendo. Un Mirlo blanco le avisa de que no haga caso de los
consejos de las malas compañías. En el contexto de este cuento, el Mirlo blanco
parece una de tantas encarnaciones del Grillo-Parlante.
El Gato acaba con el Mirlo. Se mata al mensajero, como ya
ocurrió con el Grillo-Parlante. Pero ahora hay una novedad. Cuando Pinocho no
quiso escuchar al Grillo, lo hizo por sí mismo, la muerte del Grillo obedecía
entonces a motivos internos o, dicho de otro modo, era la aceptación del mal
que radicaba en el interior. Ahora Pinocho está siendo tentado desde fuera y,
concretamente, se le está instando a obrar mal porque él es bueno. De modo que
la tentación viene de fuera y, por eso mismo, la acción de acabar con el Mirlo
es también externa al propio Pinocho: no toma parte y, prácticamente, no se
entera de lo que está ocurriendo.
Entonces fue el propio Pinocho quien optó por seguir su
capricho porque, decía, «de estudiar no tengo ningún deseo: di studiare non ne ho punto voglia»,
sólo le apetecía «comer, beber, dormir, divertirse y llevar, de la mañana a la
noche, la vida del vagabundo». Ahora no. Quiere estudiar. No obstante, parece
que obrará de un modo parecido. No mata al Mirlo, pero no es lo suficientemente
sensato como para ver que lo están llevando a dónde no quiere ir.
¿Será capaz de reaccionar a tiempo o volverá a tropezar con
una piedra muy similar, como hacen los humanos?
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