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Charles Copeland (1904) |
El hada se ha apiadado de Pinocho. Por eso lo coge en sus
brazos y el hogar vuelve a ser lugar de acogida.
Quiere ahora averiguar si Pinocho está vivo o muerto.
El hada, que no evitó que lo ahorcaran, ni ha usado sus
poderes, ahora no lo cura directamente. Tampoco quiere que lo hagan los
médicos. Lo que les pide es un diagnóstico, quiere que determinen en qué estado
se encuentra:
«Señores, quisiera saber por ustedes si este desgraciado
muñeco está vivo o muerto».
El hada pretende, en primer lugar, saber. Diagnosticar
consiste en averiguar cuál es la situación en que se encuentra aquello que se
analiza. Será absurdo limitarse al diagnóstico y no obrar de acuerdo con esa
información, ciertamente. Pero lo primero es saber a qué nos enfrentamos.
Si se trata de diagnosticar una enfermedad, es razonable
acudir a un médico; si lo que está en cuestión es la solidez de un edificio,
hay que acudir a un arquitecto.
El hada pretende averiguar la situación de Pinocho. Llama a
tres médicos, los más competentes. Un cuervo, un mochuelo y un Grillo-parlante.
Cada uno inspecciona al muñeco y emite su juicio. Es de notar que los dos
primeros tienen características comunes que los distinguen netamente del
Grillo-parlante.
Si atendemos a la literalidad del texto, parece que el
Cuervo y el Grillo ofrecen diagnósticos contrarios. De hecho, así empieza a
hablar el Mochuelo: «tengo que contradecir al Cuervo, mi ilustre amigo y colega».
No obstante, si nos fijamos en el contenido veremos que construyen frases en
paralelo cuyo sentido es prácticamente el mismo. Veámoslas juntas. Dice
solemnemente el Cuervo:
«el muñeco está bien muerto; pero, si por desgracia no
estuviera muerto, entonces sería indicio seguro de que estaba vivo»,
frase que hay que leer junto a la pretendida contradicción
del Mochuelo:
«el muñeco está vivo; pero, si por desgracia no estuviera
vivo, sería señal de que estaba verdaderamente muerto».
El porte solemne, la construcción de las frases, produce en
el lego una impresión de respetabilidad que induce a pensar que uno es un
ignorante que no llega comprender la gran sabiduría de los médicos. También
puede ocurrir que esa fraseología, esa jerga, sólo sea una tapadera de la
ignorancia ya que nuestra lengua tiene suficiente potencia para hablar con
claridad sobre cualquier cosa. Así parece entenderlo Kierkegaard cuando afirma
que «cuando un hombre teme la transparencia, huye siempre de lo ético que, en
realidad, no requiere otra cosa» (Kierkegaard, El equilibrio entre el aspecto estético y ético en la elaboración de la
personalidad).
«Y usted, ¿no dice nada?, preguntó el hada al
Grillo-parlante».
El Grillo-parlante no se ha precipitado. Ya lo conocemos y
sabemos de su alcance y significado. Está en un plano distinto, obviamente. Y
dice dos cosas: lo que se le ha pedido (un diagnóstico sobre Pinocho) y, antes,
un juicio sobre los médicos:
«Yo digo que el médico prudente, cuando no sabe lo que dice,
lo mejor que puede hacer es callarse».
Según el Grillo los médicos han hablado sin saber de qué se
trata. Como si el arquitecto hubiese dado un diagnóstico sobre la salud de un
paciente o el médico se pronunciara sobre la solidez de un edificio: yerran, "no
saben lo que dicen", no son competentes en la cuestión que se está
tratando aquí, no saben de qué se está hablando. ¿Y nosotros?, ¿lo sabemos?
El problema de Pinocho, la cuestión del sentido de nuestra
vida, de qué tenemos que hacer para que nuestra vida valga la pena ser vivida,
no es una cuestión que pueda ser abordada desde el lenguaje y los métodos de la
ciencia. La cuestión del sentido es ética, remite al bien y al mal; la cuestión
médica atañe a la salud y la enfermedad (que son también bien y mal pero en un
ámbito reducido y no respecto a la totalidad de la vida).
Recientemente ha cobrado fuerza la concepción según la cual
las acciones humanas serían explicables del mismo modo en que los médicos
explican los (otros) trastornos. El drogadicto, el ladrón, el violador o el
perezoso sólo serían enfermos. Según esta forma de ver, que aboca en lo que se
denomina "sociedad terapéutica", no hay gente mala o buena ya que el
drogadicto es fruto de su entorno, de las malas influencias, de modo similar al
tuberculoso: ambos son enfermos, ambos requieren curación pero no reprensión o
castigo. En definitiva, ni el griposo ni el violador serían responsables de su
situación: la culpa es de los agentes externos, nunca de la voluntad.
Esta tesis hace tiempo que se va propagando en las aulas.
Los alumnos no son perezosos, ni se distraen en clase, ahora tienen una
enfermedad, un trastorno (de déficit de atención) para el que los profesores no
están preparados y que se combate con fármacos, como cualquier (otra)
enfermedad.
En fin, que echando la culpa de nuestros males a los genes, a
nuestra infancia, al destino, al sistema o cualquier otra circunstancia ajena a
nuestra voluntad ya podemos respirar tranquilos: no es culpa nuestra. Sólo es
cuestión de dar con el terapeuta adecuado que nos proporcione el fármaco
correspondiente y acabaremos con el virus de la gripe, el cáncer, la ludopatía,
el alcoholismo y el fracaso escolar. El mundo feliz is coming, profetizó Huxley.
Por el contrario, Collodi afirma que sí es culpa nuestra,
que nuestra vida es responsabilidad nuestra, que hay mil circunstancias que no
podemos controlar pero que siempre podemos elegir una respuesta y que ser
responsable es, precisamente, asumir como propias las respuestas que damos.
Este es el enfoque ético. Este es el enfoque pertinente. El
Grillo-parlante juzga también sobre el muñeco. Y lo encuentra culpable, malo,
responsable de sus malas acciones. En una palabra: libre, dueño de su vida.
«Este muñeco es un pícaro redomado… Es un pilluelo, un
perezoso, un vagabundo… ¡Este muñeco es un hijo desobediente, que hará morir
acongojado a su pobre padre!».
Frente a lo que decían los médicos, las palabras del
Grillo-parlante son clarísimas. Frente a lo que dicen los médicos, Pinocho
permanece inmóvil porque no tenían ninguna relevancia para él. Cuando oye al
Grillo-parlante,
«Pinocho abrió los ojos y los cerró inmediatamente… escondió
la cara bajo las sábanas…y comenzó a llorar y sollozar».
Las palabras del Grillo le conmueven profundamente, tocan la
raíz de la cuestión, ponen ante su conciencia la cuestión capital: Pinocho
tiene su vida en sus manos y no ha sabido mantenerse a la altura de su mejor
juicio, su vida va mal. Y enderezar eso no es cuestión de fármacos ante los que
el enfermo desempeña un papel pasivo. Por el contrario, tiene que activar los resortes
de la voluntad.
Al oír al Grillo-parlante, Pinocho reconoce que ha hecho
mal, se arrepiente. Arrepentirse significa reconocer que se ha obrado mal, que
esa mala acción podría haberse evitado (es libre) y que por eso nuestra vida es
peor. No nos arrepentimos de la apendicitis o la neumonía, sí de las acciones
que han dependido de nuestra libre elección.
Ahora está claro: Pinocho está vivo. Porque arrepentirse es dotar
a la vida de un nuevo comienzo, es acoger agradecidamente la nueva oportunidad.
Rechaza el mal que ha hecho. Reconoce que ha sido él el autor de ese mal, que
eso es malo y que no es esa la vida que quiere llevar, quiere otra cosa, otra
vida. Y se pone en marcha.
Ahora está vivo. Ese parece el dictamen del Grillo.
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