![]() |
Jaime Ballester (2013) |
El hada había hecho llamar a los médicos. La intervención de
los médicos en el capítulo anterior tenía como fin determinar que el problema
de Pinocho no era de su competencia. Sólo el Grillo-parlante se sitúa en un
plano radicalmente distinto y dictamina con precisión.
Ahora los médicos están de más y se van.
«Apenas salieron los médicos de la habitación, el Hada se
acercó a Pinocho y, tras haberle tocado la frente, se dio cuenta de que tenía
una fiebre altísima».
Ahora se ve con claridad que el hada no necesita médicos ni
para dictaminar la enfermedad ni para indicar el remedio. Mandó venir a los
médicos para establecer el ámbito en el que anida el mal y para que el
Grillo-parlante pudiese ser oído por Pinocho. Cuando uno oye la voz de la
conciencia entonces se da cuenta de qué es lo que no va como debiera ir.
Entonces manifiesta el mal, il febbrone,
con claridad. Y entonces puede actuar el hada que
«disolvió unos polvos blancos en medio vaso de agua y,
tendiéndoselo al muñeco, le dijo cariñosamente:
- Bébetela y te curarás en pocos días».
El Grillo-parlante no es suficiente. El hada añade algo
porque el simple saber que vamos mal e, incluso, saber qué es exactamente lo
que va mal en nuestra vida, no basta para mejorar: «El hombre es capaz de
arruinarse él solo, pero él solo no consigue salvarse. El reconocimiento de los
errores cometidos es el inicio necesario de la resurrección, pero no es
suficiente» (Biffi, 121).
En definitiva, el Grillo no basta, se requiere también el
hada. Pero, entonces, ¿qué es el hada? Según una interpretación, las hadas simbolizan
las fuerzas más profundas del alma humana (Cirlot,
E., Hadas en Diccionario de símbolos). La fuerza ínsita en el alma, cuando se libera, cuando se la deja
actuar tiene unos efectos maravillosos, mágicos; produce unos frutos que no
parecen proporcionados al esfuerzo realizado. Desde esta perspectiva, la tarea
de ser hombre aparece como el esfuerzo por no poner obstáculos a la energía que
brota de nuestro interior, y que nos impele amorosamente a tomar la
medicina que nos sanará en poco tiempo.
Por eso el hada, aunque el relato la pinta como una
fuerza externa, no cura directa y milagrosamente a Pinocho: le da una medicina,
es decir, le dice qué debe hacer, le muestra los medios para que Pinocho se los
aplique y vaya así obteniendo la curación gradualmente, como fruto de su
esfuerzo mantenido.
El hada indica los medios. Como un profesor, que
ayuda explicando, organizando, orientando… pero es el alumno el que tiene que
realizar el esfuerzo para aprender de modo paralelo a como cada uno tiene que
llevar adelante su propia vida. Así parecen funcionar las cosas, esa parece su
dinámica. Si queremos curarnos, hay que tomar la medicina; si pretendemos
destacar en un deporte o en cualquier otra actividad, hay que practicar… no se
pueden violentar los ritmos, no es posible saltarse pasos. Tampoco, muy
especialmente, cuando lo que queremos construir es nuestra vida en su sentido
más pleno y profundo.
Nuestra perspectiva supone que el juicio de la
conciencia, la voz del Grillo-parlante, el saber que nuestra acción debe ser
esta o aquella, no es suficiente. Para llegar a ser persona, hay que esforzarse
por realizar el bien. El esfuerzo, incluso querer obrar bien, depende de
nosotros. Es algo más que el simple saber. El hada no puede curar a Pinocho
directamente, se requiere que Pinocho quiera tomar la medicina: la
curación viene de Pinocho, de su interior. Y el principal obstáculo para ello
somos nosotros mismos porque el
hombre «quiere ser feliz
sin vivir de la manera en que podría serlo; Beatus
quippe vult esse, etiam non sic vivendo ut possit esse» (Agustín
de Hipona, La ciudad de Dios).
Pinocho desea sanar, pero teme el mal sabor de la
medicina. No le apetece pasar un mal trago y, por eso, intenta retrasar la
salud. Quizá porque ahora ya sabe qué debe hacer y piensa que siempre estará a
tiempo. Quizá dejando para mañana la tarea se pueda conservar la dulce
esperanza de la salud junto a la comodidad de posponer el esfuerzo. Siempre
podremos posponer un poco más la decisión enérgica que nos ponga en marcha
hacia nuestro mejor yo.
«En aquel momento se
abrió de par en par la puerta de la habitación y entraron cuatro conejos,
negros como la tinta, que llevaban a hombros un ataúd».
El ataúd que espera a Pinocho, la cercanía de la muerte, la
certeza de que no siempre habrá un mañana al que fiar el tomarse a sí mismo en
serio, como el asunto más serio y urgente del que ocuparse, hace que Pinocho
pierda todo tipo de prevenciones:
«Cogió el vaso con ambas manos y se lo bebió de un trago».
Y ocurrió lo que pasa cuando se hace lo que ha de hacerse:
«a los pocos minutos, Pinocho saltó del lecho completamente
curado».
Pinocho curado y contento. El hada feliz. Parece que el
resto del capítulo sólo veremos sucesos agradables, aunque con este muñeco
nunca se sabe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario