Tolkien, poder y relato: cuando los
pequeños cargan con el anillo
“Nadie sirve
para mandar a otros, menos aún quien desea hacerlo.”
– J.R.R.
Tolkien
En la primera parte de
esta serie nos preguntábamos qué ocurre cuando el mundo deja de percibirse como
canto, como relato, como misterio compartido. Hablábamos del desencantamiento,
no como pérdida de magia, sino como pérdida de sentido. De ahí surgía la
necesidad urgente de recuperar los símbolos, los cuentos y la palabra que
nombra y da forma a lo real.
Esta segunda entrega ahonda en ese territorio. Desde la obra de Tolkien, hablamos del canon, de la educación de la mirada, del poder… y de los pequeños. Porque si el mundo se ha vuelto opaco, también se ha vuelto ruidoso, y en ese ruido cuesta distinguir lo verdadero de lo útil.
La mirada poética frente a la mirada roma
Tolkien no ofrece
respuestas cerradas. No construye una alegoría moralista, sino un mundo vivo,
abierto a la experiencia del lector. Un mundo cuya verdad no se impone, sino
que se revela —como se revelan los poemas o los símbolos— a quien ha aprendido
a mirar.
Por eso no es lo mismo
leer a Tolkien a los 15 que a los 35. Porque no ha cambiado la obra: quien
cambia es el lector. Su mirada. Su capacidad de resonar con el misterio.
Tolkien no está en la estantería correcta
Hoy encontramos a
Tolkien junto a novelas juveniles o de fantasía ligera. Pero su lugar natural
estaría más cerca de Homero o de las grandes epopeyas fundacionales. Porque lo
suyo no es evasión, sino una mirada mítica sobre la realidad. Su logos
es narrativo. Su gramática es simbólica. Su magia es filológica y metafísica.
No escribe para
entretener. Escribe para recordar —como el bardo— quiénes somos y hacia dónde
caminamos.
El poder y el riesgo del bien obligatorio
Pocos temas atraviesan
la obra de Tolkien con tanta profundidad como el del poder. ¿Por qué Gandalf
rechaza el anillo? Porque teme usarlo para imponer el bien, y sabe que convertir
el bien en obligatorio lo volvería odioso. Que el bien impuesto destruye el
alma que dice querer salvar.
El anillo pone a
prueba a todos: Galadriel, Boromir, Frodo, incluso Sam. Cada uno reacciona
desde su deseo más íntimo. El anillo no domina por fuerza: domina por
tentación. Es un espejo. Un “equalizer moral”, como lo ha llamado Tom Shippey
en The Road to Middle-earth. Y en esa prueba se revela lo que somos.
Los pequeños que somos nosotros
Frodo no es el más
fuerte ni el más sabio. Pero es él quien carga con el anillo. Y en eso reside
una verdad esencial: el poder debe
gestionarse desde la fragilidad, no desde la ambición. Porque la
fortaleza, sin humildad, corrompe. Y la fragilidad, cuando se sostiene en la
compañía y en la vocación, salva.
Ser pequeño no
garantiza nada: ahí está Gollum. Pero nos recuerda algo que el mundo parece
haber olvidado: no hay salvación sin
libertad, ni relato sin responsabilidad.
* * *
Estas reflexiones se
han tejido a raíz de una conversación con Eduardo Segura, parte de la serie Tolkien
y el canto del mundo, publicada en español en el canal Tinta y Caos. Más
que una entrevista, ha sido una excusa para pensar juntos. Porque hablar de
Tolkien no es hablar de fantasía: es hablar de nosotros.
Si quieres ver la conversación completa en youtube:
Si prefieres oírlo, en Spotify:
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