El alma herida de nuestro tiempo
1. Los síntomas del presente
La opinión publicada —esto es, el discurso dominante en
medios de comunicación y entornos institucionales— no siempre refleja el sentir
profundo de las personas. A menudo, entre lo que se dice y lo que se
experimenta hay una grieta. Esta disonancia entre el relato y la realidad,
entre el discurso y la experiencia, es uno de los síntomas más elocuentes de
nuestro tiempo. Y remite a un control interesado de los medios de comunicación
que se convierten así en medios de manipulación de masas.
Aparte la sensación que cada uno pueda tener al respecto, recordaré sólo un dato. Hay más, pero no es nuestro asunto. En 2024, Mark Zuckerberg, CEO de Meta, reveló que la administración de Joe Biden ejerció presiones directas sobre su empresa para moderar o eliminar contenidos relacionados con la COVID-19, incluso cuando estos eran meramente satíricos o inofensivos. Según sus palabras, estas presiones provinieron de altos cargos del gobierno y comprometieron la neutralidad de las plataformas digitales.
En España, el control
de contenidos en redes sociales como Facebook se delegó en agencias de
verificación como Newtral, dirigida por Ana Pastor, periodista vinculada
tradicionalmente al espectro político de izquierdas. La afinidad ideológica
entre quienes ejercen el poder político y quienes controlan la verificación de
la información suscita una preocupación legítima: cuando las herramientas de
control informativo están en manos de actores ideológicamente alineados, el
riesgo de sesgo aumenta. Y con ello, el peligro de que la opinión publicada se
aleje —otra vez— de la opinión pública.
Desde Gramsci, es
objetivo prioritario de la izquierda el asalto y control de los medios de comunicación.
Que Biden y Ana Pastor estén claramente posicionados en ese espectro ideológico
resulta difícil interpretarlo como una mera coincidencia. Respecto a nuestro objetivo basten estas
referencias para entender por qué nuestra experiencia, el sentir de la gente,
está lejos de la opinión dominada por la ideología: prohibición de hablar de
ciertos temas y la homogeneización del enfoque narrativo dominante.
Ese discurso dominante y ya domesticado señala
reiteradamente una serie de problemas que califica como urgentes: el cambio
climático, la creciente desigualdad económica, las crisis sanitarias globales,
los flujos migratorios, las cuestiones de identidad de género, la
discriminación hacia el colectivo LGTBI, el interés en el recambio demográfico
y cultural vinculado a la islamización de Europa o el deterioro institucional
de las democracias liberales.
Propongo un
experimento: intente publicar algo sobre cualquiera de estas cuestiones. Tras
lo revelado por Zuckerberg, tal vez ya se pueda hablar del COVID-19; pero
pruebe a argumentar sobre género, islam o cambio climático desde perspectivas
que el discurso hegemónico no tolera.
Lo verdaderamente
significativo no es sólo la selección del conjunto de temas, sino el cierre
anticipado del debate: junto a los problemas, se establecen los marcos
argumentativos permitidos. Quien participa hoy en el espacio público conoce
bien lo que significan la censura y la autocensura, y ha aprendido a distinguir
entre las consignas que pueden repetirse… y las ideas que no se deben pensar.
El resultado es una especie de ruido informativo que impide
pensar con libertad. Se multiplican los discursos sobre lo que debemos hacer,
pero escasean las preguntas sobre quiénes somos, qué buscamos, dónde está la
verdad. Es ahí donde comienza el verdadero problema: no
hemos perdido sólo el control del mundo, sino también el criterio para
interpretarlo.
¿Cómo hemos llegado aquí? ¿Qué nos ha pasado?
2. La raíz del malestar: una falsa idea de libertad y de lo humano
Hemos interiorizado
una imagen del ser humano, de lo que nosotros mismos somos realmente, como
individuo autosuficiente, sin vínculos ni deudas, libre por el simple hecho de
poder elegir. Esa idea es profundamente falsa. Y, sin embargo, así nos pensamos
y así nos sentimos.
Hay realidades
esenciales de nuestra vida que no hemos elegido: la familia recibida, el cuerpo
que somos, el idioma con el que pensamos, la cultura que ha modelado nuestro
modo de estar en el mundo. Y son esas realidades no elegidas las que más nos
constituyen.
Desde esa errónea
concepción del ser humano, hemos construido una idea de libertad igualmente
falsa: libertad entendida como el poder de elegir cualquier cosa, incluso
aquello que nos constituye. Hemos
llegado a creer que sólo lo elegido tiene valor, y que ser libres
consiste en desvincularnos de todo lo que no hemos escogido —nuestra familia,
nuestro cuerpo, nuestro pasado— como si únicamente al elegirlo pudiéramos
legitimarlo. Pero eso es un error profundo. La libertad no consiste en elegir ser lo que somos, sino en poder
asumirlo y obrar desde ahí. Podemos elegir a partir de lo que somos,
pero no elegir ser o no ser lo que somos.
Hay en nosotros una
comprensión deficiente de lo que somos y, por tanto, una relación incorrecta
con nuestra verdad, con nuestra realidad. Y es esa distorsión la que hace
imposible una libertad auténtica: no se puede ser libre si se desconoce o se
rechaza aquello desde lo cual se actúa.
Para ilustrar esta
idea, consideremos un ejemplo: si una persona cree que es un ángel, intentará
volar; si cree que es una sirena, buscará vivir bajo el mar. Da igual que el
error sea bienintencionado: el problema es que, como nos ocurre a nosotros, desconoce su auténtica realidad. Los
psiquiatras saben bien que el error en este punto no es un mero juego de
conceptos: es una ruptura con la realidad, y puede tener consecuencias graves.
Este fenómeno se
refleja en datos preocupantes. En España, el consumo de psicofármacos ha
aumentado significativamente en los últimos años. Por ejemplo, el 27% de los
españoles reconoce tomar ansiolíticos o antidepresivos al menos una vez al mes,
según un estudio de la Fundación AXA. Además, el consumo de antidepresivos ha
aumentado hasta un 45% en los últimos años, alcanzando a 4,6 millones de
españoles que los toman diariamente.
Estos datos sugieren
que la creciente desconexión entre nuestra comprensión de lo que somos y la
realidad que nos constituye puede estar contribuyendo a un malestar
generalizado, que a menudo se aborda mediante la medicalización en lugar de una
reflexión más profunda sobre nuestra identidad y libertad.
Hay que aclarar las
ideas para erradicar el error, y hay que fortalecer la voluntad para ponerse a
obrar rectamente, señala Nietzsche. Porque la situación en la que estamos
proviene de un error respecto a nuestra verdad, y es un error que nos debilita:
el resultado es una forma de fragilidad
que nos vuelve manipulables.
Al romper con lo
heredado —con la tradición, la familia, los grandes textos— quedamos a la
intemperie. Nos disolvemos en la masa y perdemos el criterio. Lo que vivimos,
por tanto, no es sólo una crisis económica o política, sino, sobre todo, una crisis espiritual. Y eso tiene consecuencias
profundas.
3. ¿Tenemos arreglo? No sin verdad. No sin lucha.
Claro que hay salida.
Pero no vendrá por reformas superficiales ni por medidas técnicas. No se cura
un colapso del alma con gestión ni con frases de autoayuda. Tampoco con más
pastillas, que alivian los síntomas pero no restauran el sentido de la vida.
El primer paso es un
buen diagnóstico. Y eso exige valor: dejar
de fingir que estamos bien. Revisar nuestras ideas, recuperar nuestros
vínculos, hacernos preguntas esenciales. Aceptar que no basta con cambiar sistemas, si no cambiamos primero la
forma en que entendemos la vida.
Es un trabajo que no es rápido ni fácil. Pero es el único
camino. Porque sin verdad, no hay tratamiento. Y sin tratamiento, no hay cura.
4. El camino: volver a la verdad de lo que somos
La reconstrucción no
comenzará por las estructuras externas, sino por lo profundo. No será una tarea de ingeniería política,
sino de conversión interior. Comienza por una antropología más
verdadera, que reconozca lo que somos: seres
finitos, vulnerables, pero capaces de verdad, de belleza, de esperanza.
No hay soluciones mágicas. Pero hay camino. Y hay destino.
Publicado en la Sección "Entusiasmo por la realidad" de la revista Letras de Parnaso, nº 92 (Junio 2025), pp. 34-35:
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