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Jaime Ballester (2013) |
Pinocho estaba absolutamente dominado por el hambre. Su perspectiva vital le había arrojado a una situación en la que las necesidades
le agobiaban. Carecía de horizonte, de fuerzas para salir él solo de ese estado.
Geppetto saca a Pinocho del aprieto, privándose de lo suyo.
Las necesidades acompañan necesariamente la vida. Nunca nos
hallaremos en una situación tal que no necesitemos algo. O pensemos que lo
necesitamos, pero esto es otra cuestión y ha de ser tratada en otro momento.
Por eso, «en cuanto se le pasó el hambre, empezó a
refunfuñar y a llorar porque quería un par de pies nuevos».
Pinocho ha aprendido que papá puede remediar sus penurias. Y
recurre al pataleo, a dar lástima, para forzar la voluntad paterna mediante el chantaje
emocional.
Ya vimos que es más fácil y gratificante dar. Y más a un
hijo que gimotea. Es el aspecto de la cuestión que hace referencia a quien da,
a quien socorre al necesitado.
Miremos ahora brevemente la parte del necesitado. Desde esa
perspectiva se ha extendido la idea de que toda necesidad merece ser satisfecha
o, de otro modo, que toda necesidad engendra un derecho. Es lógico que un niño
actúe según esa premisa. Hay quien pretende organizar la sociedad con la misma
mentalidad infantil, exigiendo como derecho lo que no se ha merecido y, por
tanto, nadie (el Estado tampoco) tiene obligación de proporcionar. ¿Qué puede
merecer el niño ante su padre? Todo lo que recibe el hijo es regalo, empezando
por la vida misma.
No es esa la relación entre los ciudadanos y el Estado. Si
bien el padre socorre a sus hijos con lo que él ha logrado trabajando, el
Estado es indigente, para dar a algunos, primero debe quitar a otros. Que el
procedimiento por el que el Estado sustraiga se llame impuestos no deja de ser
una sustracción a unos ciudadanos que habían ganado su dinero. Por otro lado, el
ciudadano nunca debe todo al Estado. El ciudadano sí puede merecer, tener y
exigir derechos, puede bregar, ganar su vida, exigir responsabilidades
razonablemente. Quede incoado este aspecto cuyo desarrollo requiere una filosofía
política.
Geppetto está demostrando ser una excelente persona. Ilusionado,
activo, magnífico educador. Quizá extrañe a algunos que,
«para castigarlo por la trastada hecha, lo dejó llorar y
desesperarse durante medio día».
Geppetto lo deja llorar. No sólo permite que sufra y se
desespere. Incrementa ese dolor al decirle que no merece otros pies: ya recibió
unos y los ha usado mal, ¿qué garantiza que no volverá a hacer lo mismo? Pinocho
pide, reclama, exige que se repita el don como si tuviera derecho a él.
Geppetto le hace caer en la cuenta de que no es así: no tiene ningún derecho.
Si acaso, Geppetto tendría derecho a esperar algo a cambio (al menos gratitud);
pero Pinocho no.
De modo que el castigo tiene intención educativa, persigue
que Pinocho se de cuenta de la auténtica realidad. Geppetto permite el dolor porque
“el dolor pregunta siempre por la causa, mientras que el placer está inclinado
a permanecer cabe sí y a no mirar hacia atrás” (La gaya ciencia). Si concede rápidamente lo que quiere Pinocho,
privará al muñeco de la posibilidad de darse cuenta de la conexión real
existente entre sus acciones y las consecuencias; le arrebatará la posibilidad
de que vaya valorando lo que recibe sin merecer (y pueda ser, así, agradecido);
dificultará el proceso de afianzamiento de la voluntad porque el tiempo de
sufrimiento es tiempo de bregar consigo mismo, de asumir la culpa por lo mal
hecho, de anhelar otro modo de ser y de hacer acopio de fuerzas para trajinar y
realizar así nuestra mejor posibilidad.
Ese es el sentido del castigo que Geppetto impone a Pinocho.
Ese fue siempre el rendimiento que los educadores (padres y profesores) de
todos los tiempos han sabido obtener del castigo: la mejora de los hijos y
alumnos.
Que ha habido excesos, sádicos incluso, es innegable. Tan cierto
como que el hecho de que haya muertes en accidentes de tráfico es un argumento
para fomentar una conducción responsable, sensata, pero en ningún caso para
prohibir los automóviles.
Viene esto a cuento de recientes teorías y prácticas que se autodenominan
pedagógicas y que entroncan con la visión antropológica desde Rousseau hasta los
movimientos contraculturales del flower
power.
Es un enfoque que considera al niño como inocente fuente de
bondad y criterio moral absoluto. Es la concreción de “el hombre es bueno por
naturaleza pero la sociedad lo corrompe”. Sobre esta concepción se potencia el
desarrollo espontáneo de las tendencias del niño. Toda corrección, toda
negativa a satisfacer sus peticiones, sería una violencia, un ataque contra esa
sagrada naturaleza de la que el niño (y no el adulto, ya corrompido) es
portador.
Es sabido que Rousseau fue padre no sólo de tan hermosa
teoría sino también de cinco chiquillos. Los cinco fueron enviados al orfanato
nada más nacer. Si hubiese retenido junto a él a alguno quizá no habría escrito
la teoría y no sólo porque los niños a veces no le dejan a uno dormir por la
noche y otras veces le quitan a uno el sueño, que también. Fundamentalmente,
porque el niño real (ah, la realidad, esa vieja enemiga de las teorías
buenistas) no es como lo pintan estos amantes de la teoría. Cualquiera que
tenga hijos de verdad (incluso sobrinos de los que ocuparse una temporadita)
sabe que las tiernas criaturas son un encanto, un sol, un tesoro, unos diamantes
en bruto a los que hay que pulir. Y el trabajo de ir puliendo es la educación.
En caso contrario tenemos unos salvajes egoístas que tiranizan a sus padres;
incapaces de dirigir su propia vida, de formarse ni bregar para sacarse adelante
a sí mismos no tienen más opción que reclamar como un derecho la satisfacción
de sus necesidades a sus padres y a la sociedad.
Por el contrario, Geppetto representa a la concepción del
hombre y la sociedad según la cual la educación
es el proceso mediante el cual cada generación transmite a la siguiente sus
mejores logros, ofrece a sus descendientes lo que les permitirá seguir
progresando. Se da esta tendencia tanto a nivel individual como colectivo: los
padres desean que sus hijos sean mejores que ellos y por eso les transmiten lo
que han aprendido de la vida y los maestros (el sistema educativo) transmite a
la siguiente generación las mejoras que ha incorporado nuestra sociedad. Y eso
establece la relación de autoridad y responsabilidad vertical: el padre sabe
más de la vida que el hijo, el profesor sabe más de su materia que el alumno. Por
eso guían, exigen, valoran y, finalmente, se alegran al ver que el hijo, el
alumno, ha sido capaz de madurar, de conseguir su mejor posibilidad. De ser un
hombre, en definitiva, y no un muñeco, una marioneta, como todavía es Pinocho.
Esta vez la estrategia da resultado. Pinocho promete que irá
a la escuela, estudiará, se lucirá y hará que su padre se sienta orgulloso de
él.
Suficiente para que Geppetto se enternezca y considere que
vale la pena volver a confiar en Pinocho. Afanosamente se pone manos a la obra
y modela unos pies dignos de un artista di genio.
Una vez hechos los pies le dice a Pinocho que se duerma,
Pinocho finge dormir y Geppetto le pega los pies «tan bien que ni siquiera se
veía la señal».
Pinocho se pone contentísimo y, en prueba de su excelente
disposición dice a Geppetto:
«Para recompensarle por todo lo que ha hecho por mí, quiero
ir inmediatamente a la escuela».
Magnífico comienzo de una nueva vida.
Los niños no lo saben pero la ilusión con que se inicia un
proyecto no exime de dificultades, da ánimo para enfrentarse a ellas. No quita
los obstáculos, aunque proporciona vigor para superarlos. No suprime las
necesidades, antes al contrario, genera otras nuevas.
Y también nuevas aventuras, naturalmente. Pero de
eso hablaremos en la siguiente entrada.
Pues, amigo Ballester, creo que éste sería un precioso final para este cuento. Aún así, como veo que lo vas a continuar, lo "continuaré" leyendo con el mismo interés.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Carmen
Este final es bonito, ciertamente.
EliminarNo obstante, tiene, al menos, dos problemas:
1. que la vida no es así. No siempre conseguimos perseverar en nuestros buenos propósitos, no siempre permanecemos fieles a lo mejor de nosotros mismos.
2. Falta el hada, ¿qué tipo de cuento de hadas sería Pinocho si aún no ha "aparecido" el hada.
Ya digo que, igual que Geppetto no se parece nada al de Disney, el hada de este cuento también tiene sus peculiaridades.
Muchas gracias, Carmen