Hábitos atómicos y El Principito: el hábito y la vida que construyes (I)
¿Y si no fueran los objetivos, sino los hábitos?
¿Y si la clave para
cambiar tu vida no estuviese en tus objetivos, sino en tus hábitos, en tu
comportamiento? Esa es la propuesta central de Hábitos Atómicos, un
libro que ha impactado a millones de personas por la claridad con la que
explica qué son los hábitos, cómo se forman y cómo nos transforman.
Los hábitos tienen que
ver con comportamientos repetidos, consolidados. Por ejemplo, aquí tenemos el
hábito de pensar, lo que significa detenernos a sopesar: ver qué cosas merecen
la pena, qué es valioso y merece ser retenido, y qué necesita ser corregido o
completado.
Eso es, precisamente,
lo que haremos en este artículo, y en su continuación. El libro nos propone
cambiar el comportamiento como medio para transformar la vida. Y lo argumenta
bien. Su planteamiento es claro y está bien expuesto. Pero el problema —y este
es el foco de nuestra reflexión— está en lo que no dice.
El poder del 1%: pequeños cambios, grandes efectos
El libro parte de una
idea poderosa: pequeños cambios
repetidos generan grandes transformaciones. A eso se le llama el poder
del 1%. Cambios diminutos, mantenidos en el tiempo, que multiplican su efecto.
Para explicar cómo
funciona un hábito, James Clear propone un ciclo de cuatro fases:
- Señal
- Anticipación
- Respuesta
- Recompensa
¿Cómo se forma un hábito? Un ejemplo cotidiano
Tomemos un ejemplo
sencillo: adquirir el hábito de salir a correr.
1. Señal: es el elemento que activa el hábito. Por ejemplo, dejar las zapatillas de
deporte al lado de la cama. Es una señal visual que le dice al cerebro: “esto
toca ahora”.
2. Anticipación: es el deseo que se genera al ver la señal. Pensamos: “me sentiré bien
después de correr”. Y nuestro cuerpo ya empieza a prepararse.
3. Respuesta: es la acción concreta. Nos vestimos, salimos a la calle, empezamos a correr.
4. Recompensa: al terminar, nos sentimos bien. Esa sensación refuerza el hábito y lo
convierte en algo más automático.
Las cuatro leyes del cambio de comportamiento
A partir de estas
fases, el autor formula cuatro “leyes” para construir hábitos:
1. Hazlo obvio
2. Hazlo atractivo
3. Hazlo fácil
4.
Hazlo
satisfactorio
Este método es útil.
Funciona. Es práctico, sencillo, aplicable. Pero eso no significa que sea
suficiente, pero ¿Qué pasa si tienes hábitos sólidos pero ninguna dirección
clara?, ¿Qué pasa si haces cosas bien hechas... pero sin saber por qué?
La pregunta que el libro no responde
Ahí es donde el
enfoque empieza a mostrar sus límites. Porque se trata de un método eficaz,
sí, pero éticamente neutro. No distingue entre hábitos buenos o malos. Solo dice:
repítelo hasta que funcione.
Entonces surgen
preguntas importantes: ¿Qué pasa si el hábito que adquieres es fumar? ¿Y si es
procrastinar con elegancia?, ¿O si desarrollas el hábito de evitar conflictos a
toda costa, aunque eso te quite autenticidad?
¿Qué tipo de persona estás construyendo?
Y aquí es donde la literatura tiene algo que decir. No
porque se oponga a la psicología del hábito, sino porque la completa. Porque no
basta con actuar bien. Hay que saber hacia dónde.
Aquí es donde entra El
Principito. En la historia, las semillas representan posibilidades: unas
pueden dar flores... otras, baobabs.
Las primeras
embellecen tu mundo.
Las segundas lo
destruyen, si no las vigilas.
En terminología de El
principito, todos tenemos semillas en nuestro interior, cada acto, cada hábito
atómico, repetido, puede generar un arbusto, un hábito. Y hay que prestar
atención, hay que distinguir. Ahí tenemos una diferencia entre Clear (sostiene
que hay hábitos positivos y negativos, pero no ofrece criterio para
distinguirlos) y Saint-Exupéry, que sostiene que hay hierbecillas buenas y
malas (no positivas y negativas, no es un simple cambio terminológico) y que el
futuro de nuestro planeta, nuestro mundo, nuestra vida, se juega en tener
criterio, distinguir lo que es bueno (y potenciarlo, convertirlo en hábito
consolidado) de lo que es malo (y erradicarlo: nos destruiría).
El baobab, el hábito
negativo, crece en el planeta de un perezoso. El problema no es que cumpla o no
cumpla la regla de los 2 minutos; el problema no es lo que hace sino lo que es.
Y esta es la clave: no se trata de cambiar lo que hacemos sino lo que somos.
No todo hábito merece ser reforzado
A veces, lo que
necesitamos no es repetir, sino pensar. No automatizar, sino discernir. Porque
una vida con hábitos bien engrasados pero sin dirección, puede ser eficiente…
pero vacía.
Este método no te dice
qué es bueno, solo te dice cómo hacerlo repetible. Pero si el contenido de tu
hábito es tóxico, destructivo o deshumanizador, el método seguirá funcionando. Y eso es inquietante.
Dos modelos de ser humano: automatismo o libertad
Aquí se dibuja una
tensión importante. El método parte de un modelo psicológico: estímulo – respuesta (con ciertos
matices y modificaciones), es decir, un modelo en el que el ser humano es
reactivo (responde al estímulo, que es lo primero).
Los grandes relatos
—como El Principito— parten de otro modelo, un modelo en el que el ser
humano tiene la iniciativa, es activo, inicia las acciones desde la voluntad y
la libertad.
Lo que viene
El modelo que propone
Clear es, por tanto, reactivo. Y supone, por eso, una idea de hombre “débil”,
acosado desde dentro y desde fuera, por una espontaneidad y un entorno contra
los que tiene que estar prevenido seriamente. Dicho de otro modo; Clear presupone
que el hombre es débil y le dota de unas buenas muletas. No se plantea la
posibilidad de fortalecerlo y hacerlo andar, correr, saltar.
En el próximo artículo
abordaremos la segunda parte de esta reflexión: ¿Es posible que el hábito sea
sólo una muleta? ¿Y si la clave está en cambiar lo que somos en vez de lo que
hacemos? ¿Y si la clave está en dejar de necesitar muletas porque somos capaces
de sanar y fortalecernos? ¿Es posible cambiar lo que somos? ¿por qué habría que
hacerlo? ¿cómo hacerlo?
Seguiremos pensando
con James Clear y Antoine de Saint-Exupéry. Porque quizá, entre los hábitos y
los baobabs, se juegue la vida que vale
la pena vivir.
¿Y si vivir bien no dependiera sólo de hábitos eficientes… sino de decisiones valientes?
***
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