domingo, 7 de julio de 2013

15.1. La casita del bosque

Jaime Ballester (2013)


Al final del capítulo anterior dejamos a Pinocho huyendo de los asesinos. Ahora lo vemos ya agotado, sin fuerzas, a punto de darse por vencido. Entonces

«al girar los ojos en torno, vio blanquear a lo lejos, entre el verde oscuro de los árboles, una casita blanca como la nieve; candida come la neve».


Cromáticamente, Pinocho ha pasado del rojo de la taberna del Cangrejo Rojo al verde del bosque, del negro de la noche al blanco o, más precisamente, distintos tipos de blanco.

El rojo es el color del fuego, significa peligro. Ya lo vimos en el color del cartel del teatro de títeres (capítulo 9) y en la taberna del Cangrejo Rojo (capítulo 13).

El negro de la noche envuelve todo, es el fondo en el que el verde es más oscuro y el blanco más luminoso. Es el momento de la oscuridad, cuando las cosas van mal. Decir que algo se ve o está “negro” significa que está mal, que no se ve salida.

El verde, color de transición (Cirlot, Colores), es el color del bosque que, en los cuentos, «simboliza el lugar donde se debe afrontar y vencer la oscuridad; donde se resuelven las dudas acerca de lo que uno es; y donde uno empieza a comprender lo que quiere ser» (Bettelheim, Psicoanálisis de los cuentos de hadas, p. 102).

Los distintos tonos de blanco.

Está, en primer lugar, el blanco de la casa que se ve a lo lejos «blanca como la nieve; candida come la neve».

Se trata de un blanco candido, un blanco luminoso que brilla (se dice que Pinocho la ve biancheggiare, blanquear, resplandecer). Contribuye a ello, qué duda cabe, que ese blanco está rodeado por colores oscuros (el verde del bosque, la oscuridad de la noche) que lo hacen resaltar.
Por su parte, la blancura de la niña que hay dentro de la casa es de otro tipo. No resplandece; por el contrario, se dice que su cara es
«blanca como una figura de cera; il viso bianco come un’immagine di cera».

De modo que hay un blanco que resplandece en la oscuridad y es, así, símbolo de la esperanza; y ahí otra blancura que es la propia de la ausencia de vida, manifestación de la muerte. Quizá la esperanza esté cerca de la muerte, de la pérdida total de horizonte. Quizá la esperanza sea precisamente la conciencia de que, por mal que estén las cosas, es razonable contar con lo mejor. Quizá la esperanza tenga que ver, en definitiva, con salir del infierno de nuestras vidas (cuya entrada circunscribe el infierno al lugar donde, al decir del Dante, está escrito: Lasciate ogni speranza voi che entrate, los que entráis, abandonad aquí toda esperanza). La respuesta creativa, el negarse a admitir que no hay futuro, que todo está ya escrito es, por eso mismo, la actitud conservadora que, una vez más, es lo que define al diablo.

El diablo, dice Magris, es conservador. Porque piensa que el destino está escrito. Porque no cree que el hombre posea resortes internos ni ayudas externas que lo saquen de la mala situación en la que se encuentra. Por eso, quizá, la esperanza consiste en saber que la expectativa de lo bueno y lo mejor puede ser realizada porque hay gente que nos acepta, nos quiere y estará a nuestro lado. Así, aunque estemos en la oscuridad, no será tan malo. Y, finalmente, la esperanza consiste en empezar a caminar en la dirección correcta, abandonando lo que espera el diablo, la actitud habitual de quien «quiere ser feliz sin vivir de la manera en que podría serlo; beatus quippe vult esse, etiam non sic vivendo ut possit esse» (Agustín de Hipona, La ciudad de Dios).

Pinocho intuye que si pudiese llegar a la casa, estaría salvado. Por eso, corre a través del bosque hasta llegar a la casita. Es de notar que el bosque, aunque sea grande, nunca oculta la casita. Es de notar que, si mi interpretación es correcta, la mala situación de Pinocho nunca oculta la opción de la esperanza, la luz al final del túnel.

La casa, ya lo vimos, es el lugar en el que se nos quiere incondicionalmente. Mi madre me quiere porque soy su hijo, no por lo que hago. Mi madre me quiere porque su mirada amorosa sabe descubrir siempre mi mejor posibilidad, aunque mis pasos me hayan alejado de mí mismo. Así son las madres. Así de clarividente es el amor. Eso es el hogar.

Por sus malas elecciones le va mal, se le cierra el horizonte, se le ha puesto negro. Pero hay esperanza.

A lo lejos. Al final del túnel. Por mal que estemos, en la vida siempre existen posibilidades de mejorar: esa es nuestra esperanza. Y hacia allí hemos de dirigirnos. La casa es, para Pinocho, la esperanza de salir de todos los embrollos en los que se ha metido.

Llama a la puerta desesperadamente. Necesita salir del bosque y entrar de nuevo en el ámbito del hogar, de la aceptación, del amor y la esperanza. Llama insistentemente. Da patadas y cabezazos a la puerta. Todo inútil:
«No contestó nadie».

La casa no lo acoge.

Este punto genera una dificultad interpretativa notable. Si el hogar es acogida incondicional, ¿cómo rechaza a Pinocho?

Se abre una ventana que muestra a una «hermosa niña, con los cabellos azul turquesa y la cara blanca como una imagen de cera, los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho», una niña que habla con una vocecita que parece venir del otro mundo. Le dice que nadie puede ayudarle: están todos muertos, «yo también estoy muerta; sono morta anch’io».

La ventana se cierra. La casa es misteriosa. En la casa todos están muertos. La niña también. Pinocho es rechazado. La muerta de cabellos turquesa, color de la noche serena, ha hablado sin mover los labios. Sin abrir los ojos. Con actitud hierática. Pero ha hablado. Quizá para dar una pista de qué está pasando, para que podamos entender por qué el hogar rechaza a Pinocho.

El muñeco quiere usar la casa como deus ex machina, como algo externo a la propia vida que le permite arreglar las consecuencias de sus actos para poder luego seguir su mal camino. Quiere Pinocho, en definitiva, usar la casa (el cariño, la acogida incondicional) como si se tratase del bálsamo de Fierabrás, que cura milagrosamente los males. Pero el amor es una realidad que excluye su uso. O, para ser precisos, ser acogido, ser querido, es muy útil (lo más útil), pero a condición de que no sea la utilidad lo que busquemos. La utilidad es efecto, nada más. Un regalo, nada menos.

Pinocho no entiende aún qué es lo que le está pasando. Ha ignorado las señales elementales, ha desoído los consejos del grillo, está aún empeñado en seguir adelante (voglio andare, le decía a la sombra del Grillo). No ve la conexión entre los asesinos y su comportamiento. No es consciente de que él es el causante de su mala situación y, por eso, no puede arrepentirse. En esa situación la casa está llena de muertos. Tiene contenido, pero no es operativo. No se abre.

En el mundo del espíritu, hay que sufrir las consecuencias de las acciones, ver claramente en qué callejón sin salida nos hemos metido y arrepentirse antes de poder se acogido debidamente. Arrepentirse significa volver a elegirnos, asumir la culpa, aceptar que no hemos sido fieles a nuestra mejor posibilidad y volver a ponerse en marcha hacia lo mejor de nosotros mismos. Ahí nos espera nuestro hogar, la gente que nos quiere, con los brazos abiertos.

Es capturado por los asesinos que le aseguran que
«Ya no volverás a escaparte»

Parece que Pinocho tendrá que sufrir las consecuencias de sus actos.



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