viernes, 30 de octubre de 2020

La sonrisa en el rostro del otro

 


Natalia Sanmartín, El despertar de la señorita Prim

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

El mundo que vivimos es cada día más global, más conectado. Pero también más aldeano como apunta atinadamente McLuhan. Y, por eso mismo, nuestra mentalidad es crecientemente homogénea. No en vano la masificación, la despersonalización, es un fenómeno moderno.

Este estado de cosas dificulta comprendernos y comprender nuestro lugar en el mundo. Entender el puesto del hombre, su situación y sentido en la vida, son tareas propiamente humanas, cimas nunca conquistadas definitivamente, metas que se alejan a cada paso, como el horizonte hacia el que tendemos.

Fundamento del poder de las masas

Cada estilo de gobierno tiene un tipo de fundamento específico: la fuerza, el dinero, el prestigio…

Para consolidarse, debe fortalecer ese pilar. Quien quiera atacarlo, es ahí donde debe golpear.

¿Qué justifica la moderna preeminencia de las masas, en qué se fundamenta?

La cuestión puede ser tan actual como importante ya que, al decir de Le Bon, «El poder de las masas es la única fuerza a la que nada amenaza y cuyo prestigio crece sin cesar. La edad en la que entramos será verdaderamente la era de las masas;

La puissance des foules est la seule force que rien ne menace et dont le prestige ne fasse que grandir. L'âge où nous entrons sera véritablement l'ÈRE DES FOULES», Psychologie des foules.

jueves, 29 de octubre de 2020

Al borde del populismo

Me parece que fue Séneca quien dijo que la muchedumbre, o la mayoría, son la prueba de lo peor. Sin llegar a esos extremos tan poco a la moda, la masa, la muchedumbre, aunque sea vestida con el noble nombre de “pueblo” y mirada como “gente común” no parece especialmente apta para liderar grandes proyectos.

Por otra parte, si hemos de creer a Le Bon y a la verdad, las sociedades contemporáneas «para su organización tendrán que contar con un nuevo poder, el último soberano de la edad moderna: el poder de las multitudes;

pour leur organisation, elles auront à compter avec une puissance, nouvelle, dernière souveraine de l'âge moderne : la puissance des foules», Psychologie des foules

miércoles, 28 de octubre de 2020

La batalla cultural

Hay ideologías que sostienen que lo único real, estructural, es lo material y económico. Sin embargo ponen todo su empeño en controlar los focos de difusión de ideas (educación, medios de comunicación,…).

No menos sorprendentes son quienes, henchidos de grandes ideas, ponen su empeño exclusivo en controlar lo material y económico.

La batalla cultural, que de eso hablamos, transcurre de esa manera. Algo de esto le entiendo a Le Bon: «Los acontecimientos memorables de la historia son los efectos visibles de los cambios invisibles en el pensamiento de los hombres;

Les événements mémorables de l'histoire sont les effets visibles des invisibles changements de la pensée des hommes», Psychologie des foules.

martes, 27 de octubre de 2020

El hombre-masa o la destrucción

Construir, lograr algo bueno y bello, es tarea compleja. En eso insistió Platón: lo bello es difícil. Requiere visión, inteligencia y tesón.

Cuando están ausentes estos bellos y difíciles rasgos, podemos temer lo contrario. Algo de eso le entiendo a Le Bon cuando afirma que las masas «sólo puede ejercer un papel destructor;

elles ne peuvent exercer qu’un rôle destructeur», Psychologie des foules.

lunes, 26 de octubre de 2020

Lo inconsciente en los fenómenos sociales

Del caos no surge espontáneamente el orden. Cuando encontramos algo estructurado, buscamos la causa. Visto el efecto, debe haber una razón detrás. Algo de eso parece sostener Le Bon.

Ahí lo dejo. Por si interesa:

«Los fenómenos sociales visibles parecen ser la resultante de un inmenso trabajo inconsciente, a menudo inaccesible a nuestro análisis;

Les phénomènes sociaux visibles paraissent être la résultante d'un immense travail inconscient, inaccessible le plus souvent à notre analyse», Psychologie des foules.

martes, 20 de octubre de 2020

Reforma y perfección

La perfección no es de este mundo.

No hace falta ser muy inteligente para detectar deficiencias en los ámbitos en que nos movemos.

Se requiere, eso sí, esa modalidad de inteligencia que se denomina prudencia para tolerar lo imperfecto, para no empeorar las cosas. De ahí lo que, si lo entiendo bien, afirma Le Bon:

 «La manía por las grandes reformas es lo más funesto para un pueblo, por muy excelentes que parezcan teóricamente estas reformas», Psicología de las masas:

«La manie des grandes réformes est ce qu'il y a de plus funeste pour un peuple, quelque excellentes que ces réformes puissent théoriquement paraître», Psychologie des foules.

Individuo despersonalizado en la sociedad perfecta

 

Orwell, entre otros, señala que una característica notable de nuestro tiempo consiste en el intento de una élite por controlar los resortes del poder (educación, medios de comunicación, religión) para configurar una nueva sociedad.

Aunque la nueva sociedad fuese mejor (sin entrar a explicar en qué sentido sería mejor), el hombre que la habita habrá sido manipulado, mancillado, despersonalizado.

Algo de esto se está haciendo.

Algo de esto le entiendo a Le Bon. Y ahí lo dejo. Por si interesa:

«Lo que gobierna a los hombres son las ideas, los sentimientos y las costumbres, cosas que están en nosotros mismos. Las instituciones y las leyes son la manifestación de nuestra alma, la expresión de sus necesidades. Partiendo de esta alma, las instituciones y las leyes no pueden cambiarla

Ce qui gouverne les hommes, ce sont les idées, les sentiments et les moeurs, choses qui sont en nous-mêmes. Les institutions et les lois sont la manifestation de notre âme, l'expression de ses besoins. Procédant de cette âme, institutions et lois ne sauraient la changer.», Psychologie des foules.

lunes, 19 de octubre de 2020

Individuo y estilo

 Hay una tensión importante entre el anhelo de autonomía y la necesidad de relacionarnos y actuar con los demás. Necesitamos formar parte de instituciones (desde la familia al Estado).

Pero casi todo nos va en la forma de integrarnos sin desintegrarnos.

Algo de esto le entiendo a Le Bon. Y ahí lo dejo. Por si interesa:

«Pertenecer a una escuela es casarse necesariamente con sus prejuicios y preferencias;

Appartenir à une école, c'est en épouser nécessairement les préjugés et les partis pris», Psicologie des foules.

 

domingo, 18 de octubre de 2020

Castillos de arena

 Entusiasmo por la realidad (2):


Castillos de arena

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

En el límite entre el mar infinito y la playa, el niño construye castillos de arena.

Cuando el niño cambie de juego o regrese a casa, ¿qué será de aquellos castillos?

Poco importa que la marea se los lleve o que sea el viento. O los paseantes. Poco importa. Lo único cierto es que los castillos tienen una existencia efímera.

Al niño no le importa.

Porque puede hacer otros castillos. Estar en otros juegos. O en su hogar, con los que le quieren y en quienes confía. Al niño no le importa, en suma, porque vive en el eterno presente, que es la edad de los dioses.

Al niño le da igual porque ni añora el pasado ni le preocupa el porvenir.

 Los niños viven en el paraíso.

Por el contrario, nuestra estancia en el Edén pertenece a nuestro pasado. Poco importa ahora si lo abandonamos por nuestro propio impulso o algo nos expulsó. El hecho es que no vivimos ya en el Paraíso. Todos dejamos atrás la infancia. Nuestra mirada al paraíso infantil no se hace sin añoranza. Nuestra mirada al futuro no se hace sin inquietud.

Al abandonar la edad de los dioses hemos entrado de lleno en el tiempo humano.

Los niños viven el presente rotundo y eterno. Nosotros pasamos por un presente frágil y quebradizo que, como Jano, está pendiente de lo que fue y lo que será. El tiempo humano, más que presencia en el presente, es tristeza por el hermoso pasado (“todo tiempo pasado fue mejor”, al parecer), y desazón ante la incertidumbre que vendrá a derribar los castillos que hoy ocupan nuestro afán, nuestro trajín y nuestros trabajos.

Los adultos trabajamos. También jugamos, también construimos castillos de arena. Pero con la certeza de que todo lo que hacemos volverá a ser tierra y polvo. La liturgia católica recuerda cada Cuaresma: Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris: no olvides que todo lo que es terreno, a la tierra volverá. Todo pasará, será pasado. Poco importa la ilusión que hayamos puesto: la vida nos alejará más y más de nuestras obras y, sean las que sean, serán arrastradas por los ríos que van a dar al mar.

Es difícil imaginar al niño Jorge Manrique construyendo castillos al borde del mar. Pero su versión del Ubi sunt?, ¿Dónde están, qué fue de Tirios y Troyanos, de reyes y señoríos?, expresa idéntica experiencia de quien mira con pesar la escasa consistencia del castillo de arena, la fugacidad de todo lo (meramente) humano que es, por decirlo con Unamuno, El sentimiento trágico de la vida del hombre de carne y hueso. Magníficamente expresa esto mismo Saint-Exupéry cuando el experto en realidades consistentes y duraderas, el geógrafo, le dice que su flor carece de interés porque “es efímera”. Y efímero significa, “que está amenazado de próxima desaparición”. La flor de El Principito simboliza, como es sabido, el amor, la persona amada, lo que dota de sentido y unidad a toda su aventura vital. El amor no es la vida, la flor no es la existencia, sino lo que da nervio y sentido a la vida. Pobre Principito cuando descubre que ¡también la flor es efímera!

Si esto es así… Si esto fuera así, ante la vida sólo nos quedarían dos opciones realmente serias: la inconsciencia infantil, vivir volcados en la existencia inmediata, cogiendo las flores de cada día hasta el fin de los días, pero con la atención fija en cada flor. En esa hipótesis hay aún otra opción: vivir conscientemente nuestra vida intentando disfrutar aún con la conciencia de finitud, aún sabiendo que Sísifo es nuestra figura: siempre empujando una roca hasta la cima de la montaña, cae la roca y la tarea vuelve a comenzar. En esta versión, la vida sería, así lo escribe Camus, un absurdo rodar. Absurdo o ceguera, no hay más. Sic transit gloria mundi. Todos los castillos serán abatidos, todas las ilusiones pasarán. Todas las flores se marchitarán: así es lo efímero.

Hasta aquí los argumentos y experiencias ¿No habrá más? ¿Sólo podemos elegir entre la sensualidad pueril o la trágica actitud de Sífifo?

¿Habrá que concluir que sólo es feliz el inconsciente? ¿Sólo quien carece de inteligencia y comprensión de la realidad? ¿Únicamente quien no entiende el mundo y la vida?

¿No será, más bien, lo contrario? ¿Cómo llamar sabio a quien no es feliz?

El niño es feliz no por ser ignorante sino porque vive según la verdad. Él no lo sabe, pero vive su vida y su mundo como un regalo. Vive un estilo de vida que han hecho posible sus padres, no él. Reconociendo y disfrutando lo que la vida le da en cada momento es como está bien. ¿Que el mar se lleva el castillo? Pero no el gozo que experimentó en su construcción. Y mañana construirá otro; o jugará en otro lugar a otra cosa con otros amigos. Si intentase apropiarse de cada castillo, de cada juguete, destruiría el juego mismo y se perdería el objetivo: el niño es feliz por haber jugado, no por retener el juguete.

Quizá el adulto ha dejado de confiar en la vida y en sí mismo. Quizá ha dejado de mirar su vida y el mundo como un misterio, como un don, como un regalo. La misma vida que nos regaló arena para construir castillos, que nos dotó de cualidades con las que obtener logros profesionales, que nos puso delante amigos; esa vida, ¿no tendrá nuevas sorpresas, nuevos y mejores regalos? ¿no sería torpe, a nuestros años, intentar aferrarnos a lo que corresponde a otros momentos de la vida? Porque el esfuerzo por apoderarnos del pasado puede volvernos ciegos para las maravillas de este momento; puede dificultar el entusiasmo por nuestra vida y por el mundo. Porque cuando descubrimos que todo es gratis, todo es gracia (Bernanos), lo normal es vivir entusiasmado, feliz.

 

 

Publicado en la sección “Entusiasmo por la realidad” de Letras de Parnaso, nº 64, sept 2020, pp. 16-17:

https://issuu.com/jpellicer/docs/edicion64?fbclid=IwAR02WnQfg2Co1eG53rwbiFm5x9sNs3nWGjb4IrASBzZquybyl0LTtiV_144

 



sábado, 17 de octubre de 2020

Pinocho, de muñeco a bambino davvero


 


Pinocho, de muñeco a bambino davvero

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

Una obra clásica es aquella a la que siempre le queda algo más que decir. Y eso explica que se vuelva una y otra vez sobre ella: aún puede enriquecernos.

Pinocho apareció por primera vez como personaje en el Giornale per i bambini en entregas a partir de 1881. Más adelante Carlo Collodi (1826-1890) lo publica como libro bajo el título de Le avventure di Pinocchio. Storia di un burattino (Las aventuras de Pinocho. Historia de un muñeco, 1883). Su primera adaptación al cine es una versión muda de 1911 aunque la más célebre es la de Disney (1940). Recientemente ha llegado a las pantallas la versión de Matteo Garrone, la cual se ajusta al texto original de Collodi más que otras adaptaciones. Al margen de su calidad cinematográfica, quisiera señalar un aspecto positivo que no es frecuente y otro que, al menos en la versión española, conviene matizar.

Es frecuente que las adaptaciones de Pinocho comiencen con Geppetto en su humilde carpintería. No es así en el libro de Collodi. Y hay que aplaudir que Garrone sea fiel al original en ese punto. La historia de Pinocho comienza con “un trozo de madera” que es capaz de hablar y sentir… una madera maravillosa que “no se sabe cómo” va a parar a la pobre carpintería de maese Cereza: no a la de Geppetto. Y es importante destacar que ese maravilloso trozo de madera abre un campo de juego fascinante. Digamos que maestro Cereza es elegido para moverse en el plano de lo extraordinario. Pero tiene miedo. Se niega. Rechaza la llamada a vivir en un plano superior. Aparece entonces Geppetto que vive en ese plano creativo pero carece de los medios materiales para realizarlo. Cereza se quita de encima un problema y Geppetto recibe esa maravilla como lo que es: un regalo y una misión.

El simpático muñequito quiere algo y algo importante. En la versión española de Garrone dice repetidas veces que quiere ser “un niño como los demás”. No es así. Si Pinocho quisiera ser como los demás, en una sociedad en la que el hombre masa es la tónica dominante, significaría que Pinocho querría ser una marioneta. Porque eso es el hombre masa, el hombre que rige su vida desde fuera. Visto desde lejos, el hombre-masa parece que actúa por sí mismo porque no se ven los hilos que lo mueven.

Pero es que el original italiano dice que Pinocho quiere ser “un bambino davvero”, un niño de verdad. Auténtico. Que rige su vida desde sí mismo. De modo que el muñeco Pinocho quiere ser un niño de verdad, auténtico, y no una marioneta (“un niño como los demás”).

La historia narra, por tanto, un misterio: la conversión de muñeco en niño verdadero o, si se prefiere, de hombre en hombre en plenitud.

Esta línea interpretativa es frecuente y viene apoyada, también, por el nombre que recibe el muñeco: Pinocchio significa piñón esto es, el fruto, la semilla, el germen de toda una vida preñada de posibilidades. El piñón ya es pino pero su desarrollo, su vida auténtica, consiste en poner en marcha un proceso cuya meta es hacer real su mejor posibilidad. Así, todo hombre ya es hombre al nacer, pero tiene que hacerse hombre, eligiendo, realizando, las posibilidades que le perfeccionan.

Esa dinámica, ¿qué otra cosa es la vida?, permite entender los distintos episodios de las aventuras del muñequito: su lucha frente a los obstáculos tanto externos como internos (pereza, capricho, ingenuidad…), su relación con su padre, el grillo o el hada.

Fijémonos, para concluir, en un rasgo célebre: a Pinocho le crece la nariz. Pero no cuando miente, como suele decirse con cierta ligereza. De hecho, cuando engaña a unos malhechores (el gato y la zorra), no le crece la nariz. Collodi quiere dejar claro que hay gente que no merece la verdad. Pero entonces, ¿cómo hay que entender que le crece la nariz? A Pinocho le crece la nariz cuando miente a Geppetto (capítulo 3) o al hada (capítulo 17). El alargamiento de la nariz es una deformación del rostro (el espejo del alma, según se dice). Si Pinocho quiere ser un niño de verdad, hay ciertas palabras, ciertas acciones, que falsean, afean, deforman, su auténtico ser. Mentir a quienes nos quieren y pueden ayudar y mentirnos a nosotros mismos, nos aleja de nuestra plenitud, de nuestra verdad. Esas mentiras nos deforman, nos convierte en marionetas, nos apartan de nuestro objetivo: ser bambini davvero, hombres en plenitud, personas que hacen real su mejor posibilidad.

 

 

Publicado en Aleteia el 4 de octubre de 2020

https://es.aleteia.org/2020/10/04/pinocho-de-muneco-a-bambino-davvero/


miércoles, 14 de octubre de 2020

Vivan las cadenas

 En cierto sentido, puede verse la modernidad como un esfuerzo consciente por lograr la autonomía. Pero la libertad no es fácil; tiene un coste. Por eso no es extraño el fenómeno moderno de huida de la autodeterminación.

Algo de esto le entiendo a Le Bon. Y ahí lo dejo, por si interesa:

«La acción inconsciente de las masas, al sustituir a la actividad consciente de los individuos, representa una de las características de la época actual;

L'action inconsciente des foules se substituant à l'activité consciente des individus est une des principales caractéristiques de l'âge actuel»,

Gustave Le Bon, Psicologie des foules.

Masa e instinto

 Vuelvo sobre un libro de Gustave Le Bon que me pareció interesante en su día.

Se traduce como Psicología de las masas. Su título original: Psicología des foules.

Se vierte, por tanto, “foules” como “masas”. Y está bien. Pero también podría ser muchedumbres, multitudes, gentío, plebe o algo así.

No sé suficiente francés para asegurar si hay parentesco entre foules y fou o folle (loco o loca). Pero no me extrañaría que Le Bon haya elegido el término foules (y no masses, por ejemplo) porque en las muchedumbres, en el hombre-masa, hay algo de locura, de instintivo, de animal, de no racional.

Ahí lo dejo. Por si interesa

martes, 13 de octubre de 2020

Calidad y criterio

Tomar el gusto del público como criterio de calidad genera ciertas paradojas.

Por ahí puede ir Zaid, si lo entiendo bien.

Y ahí lo dejo. Por si interesa:

 

«Abundan los buenos libros que no tienen nada que decirle al gran público. En el otro extremo, hay libros lamentables que tienen públicos masivos sin que por eso sean menos lamentables»,

Gabriel Zaid, Interrogantes sobre la difusión del libro, 146.

viernes, 9 de octubre de 2020

Orden y desorden

Cuando los antiguos dijeron que el cosmos (el mundo ordenado) surgió del caos (el desorden) quizá expresaron en términos de cosmogonía una tendencia del espíritu humano a organizar todo. No podían sospechar que esa tendencia acabaría en burocracia asfixiante.

Un reflejo de esto le entiendo a Zaid. Ahí lo dejo, por si interesa:

«Administrar la cultura es como decretar la primavera: un delirio narcisista de poder»,

Zaid, Tesis sobre administración cultural, 139.

 

jueves, 8 de octubre de 2020

Progreso y datos

 La ideología del progreso lleva a creer que todo tiempo pasado fue peor, que vivimos en el mejor de los mundos posibles… hasta ahora. Porque lo último es lo mejor.

Siempre hay aguafiestas que tiran de números. Así Zaid:

«Las jornadas de ocho horas, que hoy nos parece natural, fue un ideal socialista del siglo XIX. Y las soñadas 2400 horas al año (8 horas, 6 días, 50 semanas) eran muchas más que las 1500 del mundo medieval, cuando el tiempo estaba santificado por una sucesión de fiestas»,

Zaid, Las dos inculturas, 133.

martes, 6 de octubre de 2020

Cultivo y cultura

 

El hombre cultiva la tierra. Remueve el terreno para sacarle el mejor partido posible.

El hombre cultiva la tierra. Y a sí mismo; para intentar realizar su mejor posibilidad.

Cultivar, como es sabido, es uno de tantos sinónimos de cultura.

Por eso, si lo entiendo bien, dice Zaid que

«La cultura no es una especialidad. Es el camino de hacer habitable el mundo y entendernos»,

Zaid, Las dos inculturas, 132.

jueves, 1 de octubre de 2020

Realidades y apariencias

Una cosa es la realidad y otra la apariencia. Los usos sociales no pueden ser otra cosa que apariencia. Hay quien lo sabe. Y hay también quien sólo lo intuye y siente desasosiego. Tímidos les llama Zaid:

«No faltan tímidos que se avergüenzan de estar en una cena de homenaje a un autor, por su reciente libro, sin haberlo leído. Pero la gente más mundana sabe que lo importante es el brindis, la alegría, el sentirse parte de una comunidad culta, las sabrosas ocurrencias y chismes de la celebración: lo que dice la fiesta, no lo que dice el libro», Zaid, Organizados para no leer, p. 122.