Dejar que otros decidan por nosotros es, dice Kant,
mantenerse en una culpable minoría de edad.
Tiene un punto de comodidad,
ciertamente, sobre todo si el otro simplemente me libera de tareas secundarias
y me permite centrarme en las que considero fundamentales.
El asunto, sin embargo, puede ir por otro lado y acabar
siendo dirigidos en los aspectos esenciales de la vida. Algo de esto es lo que Étienne de La Boétie llama servidumbre
voluntaria.
Cuando la masa, el pueblo o
la ciudadanía (que por nombres no va a quedar) asume esa situación, siempre hay
alguien dispuesto a complacerla.
Algo de esto le entiendo a
Maquiavelo cuando dice que «siempre, aún cuando uno cuente con un
ejército poderosísimo, para entrar en una provincia es necesario el favor de
sus habitantes;
Sempre, ancora che uno sia fortissimo in sulli eserciti, ha
bisogno del favore de’ provinziali ad entrare in una provincia», Maquiavelo, El
príncipe, Cap III, pp. 14-15.