Los hábitos culturales y la construcción de sí mismo en El sí de las niñas, de Moratín.
Manuel Ballester
Podemos presumir
que los padres quieren el bien para sus hijos.
Este punto es,
quizá, una de las garantías más seguras para que una sociedad prospere: que los
padres, tras las experiencias de su vida, intenten transmitir a sus hijos las
enseñanzas que han obtenido.
Que los padres
encaucen a sus hijos orientándolos, según lo que ellos entienden que es útil,
conveniente, bueno y noble, garantiza una sociedad cohesionada y plural.
Constituida por el afecto, que es lo que une y cohesiona; pero también por la
diversidad, porque no todos entendemos lo mismo por bueno y noble. Y, por eso,
aunque todos los padres quieren a sus hijos y le enseñan lo mejor, no todos
coinciden en qué es lo mejor.
Dicho sea de paso,
ese modo de transmitir y renovar la sociedad es el mejor antídoto frente a uno
de los peligros más temibles que nos acechan desde hace unos pocos siglos: el
totalitarismo, el horror de nuestro tiempo, la imposición del pensamiento único
y la acción uniforme.
Este tema de
siempre es abordado por Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) en su obra El
sí de las niñas (1806). Contiene, como es de esperar, concreciones propias
del momento en que se escribe; contiene, por entrar en detalle, la posibilidad
de que unos padres decidan sobre el casamiento de unos hijos (tanto mujeres
como hombres).