miércoles, 26 de diciembre de 2012

1.2. Más sobre Maese Cereza y el trozo de madera



Los personajes que entran en escena en este primer capítulo son, decíamos, el Maestro Cereza y el “pedazo de madera”. Procedamos con orden: veamos primero qué se nos cuenta de ellos y después los veremos en acción.

viernes, 21 de diciembre de 2012

1.1. Maese Cereza encuentra un trozo de madera que lloraba y reía como un niño



 Empieza, como debe hacer un cuento de hadas que se precie, con Érase una vez… (C’era una volta…). 

¿Qué indica ese comienzo? Así lo entiende Bettelheim: «“Érase una vez”, “en un lejano país”, “hace más de mil años”, “cuando los animales hablaban”, “érase una vez un viejo castillo en medio de un enorme y frondoso bosque”, estos principios sugieren que lo que sigue no pertenece al aquí y al ahora que conocemos. Esta deliberada vaguedad de los principios de los cuentos de hadas simboliza el abandono del mundo concreto de la realidad cotidiana. Viejos castillos, oscuras cuevas, habitaciones cerradas en las que está prohibida la entrada, bosques impenetrables, sugieren que algo oculto nos va a ser revelado, mientras el “hace mucho tiempo” implica que vamos a aprender cosas sobre acontecimientos remotos» (Bettelheim, 69).

Este inicio remite, en definitiva, a un ámbito fantástico, a un mundo fuera de este mundo. Así es habitualmente, esta es la expectativa que genera tal comienzo y Collodi lo sabía. Por eso sorprende ya desde el principio, jugando y captando el interés de los lectores. Veámoslo:

«Érase una vez…

-          ¡Un rey! – dirán en seguida mis pequeños lectores.

No, muchachos, os habéis equivocado. C’era una volta un pezzo di legno: Érase una vez un pedazo de madera».

En este cuento no hay rey, no se trata de algo tan fantástico que nada tiene que ver con el lector. Todo lo contrario; de hecho, tras el amago, el inicio del cuento es: “Érase una vez un pedazo de madera”, de leña del montón. Este nuevo comienzo pretende situar la acción en el ámbito de lo cotidiano, de las circunstancias corrientes: frente a la majestad del rey con su reino y su princesa ¿qué hay más trivial que un trozo de madera corriente?

Esta contraposición no es excluyente. A quienes tengan una cierta formación filosófica les recordará la polémica entre Platón y Aristóteles sobre el estatuto de las Ideas, tantas veces repetida en la historia con nombres diversos que aluden siempre a qué tipo de realidad son los universales. Platón, es sabido, señalaba que la perfección no era de este mundo, que las Ideas eran perfectas y que, por eso mismo, debían darse en un mundo aparte, el cosmos noetós. Aristóteles, por su parte, tras aclarar que era amigo de Platón, pero más de la verdad (Amicus Plato, sed magis amica veritas) señala que esas perfectas Ideas desencarnadas no podrían tener ningún efecto sobre nuestro mundo: las ideas son perfectas, pero de alguna manera bullen a nuestro alrededor informando, configurando, impulsando lo real hacia la perfección que anuncia su naturaleza.

Y quien no tenga formación filosófica, se ahorra matices. Porque la cuestión es que parece indicar Collodi que es en lo ordinario donde va a desarrollarse la historia porque es ahí, en la vida corriente, donde comparece lo maravilloso. Y también ahí se da la vulgaridad porque es vulgar quien no sabe ver la maravilla que lo rodea; es vulgar quien se queda con la parte más fea de la realidad, con la posibilidad más pobre. Porque la realidad es eso que ve la gente vulgar, pero es mucho más y mucho mejor. Así lo expresa Ortega y Gasset: «Cada cosa es un hada que reviste de miseria y vulgaridad sus tesoros interiores y es una virgen que ha de ser enamorada para hacerse fecunda» (Meditaciones del Quijote).
 
Esa tensión entre la maravilla y la chabacanería queda reflejada en los dos primeros “personajes” de este cuento de hadas: Maese Cereza y el “trozo de madera”.

De ellos nos ocuparemos en la siguiente entrada.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

0. Para leer a Pinocho


Los cuentos de hadas son la única realidad de la vida.

Así de sencillo y rotundo se expresa Saint-Exupéry en una carta publicada en el volumen Lettres à l’inconnue inédita en español, hasta donde sé.

Hace algún tiempo trabajé sobre Saint-Exupéry y su obra. El resultado fue un libro que, bajo el título La búsqueda de sí mismo, ya ha conocido un par de ediciones. La reedición de una obra es algo gozoso para quienes participan en la obra: los lectores, fundamentalmente, pero también editores y autores.

Y para mí significa que el enfoque con el que se realizó aquel trabajo no es totalmente insatisfactorio. Merece la pena realizar un tratamiento similar sobre otra obra igualmente profunda, un cuento de hadas, por tanto.

Y la elección ha recaído sobre Pinocho.

El entrañable Pinocho, un personaje conocido por todos pero, me temo, más por la versión adaptada, edulcorada y simplificada de Disney que por la original de Collodi. Se abre así un campo de juego que me parece de interés: todos creemos conocer las aventuras de este muñequito que quiere ser un muchacho de verdad. Pero eso que creemos conocer quizá nos dificulte para realizar una operación importante: leer y entender la historia, el relato originario salido de las manos de Carlo Collodi.

El relato clásico, no sus adaptaciones ni tampoco el autor y su entorno.

Hacer comparecer al autor para que muestre sus filias y fobias, sus ascendientes y herederos, sus lecturas y vivencias, el modo en que asimila su entorno sociocultural y lo plasma en la historia se ha demostrado fecundo a la hora de proporcionar argumento a investigaciones universitarias que conducen a cátedras y doctorados. Aristóteles lo compara al paciente acarreo de ladrillos y materiales de construcción que lo mismo sirven para construir un templo que una pocilga, pero es la disposición ideada por el genio arquitectónico y no el material lo que distingue a uno y otra.

No quisiera yo privar a nadie de transitar por los caminos de la erudición. Tampoco quisiera fatigarme en esta tarea propedéutica ni, mucho menos, cansar al lector que puede encontrar abundante material donde fácilmente averiguará que Carlo Collodi es el seudónimo empleado por Carlo Lorenzo Fillipo Giovanni Lorenzini quien probablemente tomo el nombre Collodi del pueblecito cercano a Florencia del que era originaria su madre.

Lorenzini tradujo al italiano cuentos de Perrault en 1875: esta fue su primera aproximación a la literatura para niños.

En 1880 su amigo Ferdinando Martini fundó Il Giornali per i bambini, primera publicación periódica para niños en Italia. Ferdinando pidió a todos sus amigos que le enviasen colaboraciones. Collodi envió “unas niñerías para que Martini haga con ellas lo que quiera”; así nació la Storia di un burattino que se prolongó hasta que Collodi lo dio por terminado en el capítulo XV. Después, a ruegos de Martini por petición de muchos lectores, reaparece la historia que ahora se llamará Las aventuras de Pinocho, título que mantendrá cuando aparezcan todas las colaboraciones juntas, en forma de libro de 36 capítulos.

Y ese es el clásico al que iré refiriéndome en sucesivas entradas de este blog.

Un poco de bibliografía.

Sólo un poco. Voy a procurar reducir al máximo las referencias externas al texto de Collodi. Junto al texto italiano y su versión española, me han resultado de interés otras obras de las que quisiera dejar constancia. Se trata de un par de estudios sobre Pinocho y obras sobre la simbología en general y la particular de los cuentos de hadas.

Collodi, C., Le avventure di Pinocchio, Note di Fruttero & Lucentini, Ed. Mondadori, 2000. Habitualmente sigo esta edición, dando una versión española mía. Cuando no sea así, seguiré la de Esther Benítez: Las aventuras de Pinocho, Alianza, 2001.

Biffi, G., Contro Maestro Ciliegia. Commento teologico a “Le avventure di Pinocchio”, Mondadori, Milano, 1998.

Manganelli, G., Pinocchio: un libro parallelo, Einaudi, Torino, 1982.

Bettelheim, B., Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Vers. Silvia Furió, Ed. Crítica, Barcelona, 1999.
Cirlot, E., Diccionario de símbolos, Círculo de Lectores, Barcelona, 1998.