miércoles, 30 de septiembre de 2020

Esfuerzo por enterarse

 

Parte de madurar consiste en aceptar que llegamos tarde a los asuntos importantes. De nuestra vida, del mundo, de la cultura y la vida en general. Nos incorporamos a una conversación que la humanidad mantiene desde hace milenios. Asumido esto, tiene sentido esforzarse sosegadamente por enterarse de qué va todo esto.

Algo de esto le entiendo a Gabriel Zaid. Y ahí lo dejo. Por si interesa:

«El apetito por seguir una conversación que no se entiende es un síntoma de salud, no de falta de preparación. La disciplina es buena al servicio del apetito, no en lugar del apetito. Sin apetito, no hay cultura viva»,

Zaid, G., Los libros y la conversación, p. 114

martes, 29 de septiembre de 2020

Procusto en la red Walden

 



Procusto en la red de Walden

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

Cuando aún estaba reciente el fin de la II Guerra Mundial, Skinner (1904-1990) publica su célebre Walden Dos (1948). Se trata de una novela que tiene el enorme mérito de plantear grandes cuestiones que su autor abordará en ensayos como Ciencia y conducta (1953) o Más allá de la libertad y la dignidad (1971).

Rinde homenaje a Walden, la vida en los bosques (1854) donde Thoreau intenta mostrar que la vida auténticamente humana, libre y feliz, es la vida en contacto con la naturaleza si bien, señala Skinner, Thoreau descuidó los problemas típicamente sociales. Y ese será el intento del experimento social, psicológico y cultural de Skinner.

El hilo argumental del relato nos conduce al descubrimiento progresivo de una comunidad organizada según principios elaborados desde la psicología experimental. Suscita la curiosidad del lector al que primero se le muestran los logros en la modificación de conducta (desde las ovejas hasta los humanos) y sólo posteriormente se explicitan los principios de tecnología de la conducta que se han puesto en juego. Finalmente se extrapola el modelo de hombre que subyace a ese tipo de comunidad.

Se suscita el asentimiento del lector ante el loable objetivo que ha puesto en marcha la comunidad: «Queremos hacer algo… queremos investigar qué le pasa a la gente, por qué no pueden vivir juntos sin estar peleándose todo el tiempo. Queremos saber exactamente qué es lo que quiere la gente, qué es lo que necesitan las personas para ser felices, y cómo pueden conseguirlo sin robar a nadie».

El individuo, la pieza clave de la comunidad, ha de ser adiestrado en el autocontrol, el dominio de las propias pasiones. Para modificar la conducta humana echa mano «de aquello que somos capaces de hacer mejor. Buscamos seguridad, y nuestra seguridad es la ciencia y la tecnología». Skinner adopta el método científico experimental y logra modificar conductas suprimiendo castigos (refuerzo negativo) y potenciando los premios (refuerzo positivo).

Comete el error típicamente cientifista de considerar que todo lo que atañe al hombre es abordable mediante ese método y que lo que no es abordable… no es real, es una deformación que, con el tiempo, será eliminada o reconducida.

Veamos algunos ejemplos. Los niños son la clave de la nueva sociedad que producida por esta ingeniería de la conducta. Pero la familia es una estructura arcaica, basada en lazos de sangre y no en principios científicos. Por tanto, en Walden Dos se acentúa «el cuidado comunitario [consiguiendo] debilitar también las relaciones entre padres e hijos […] y lo hacemos a propósito. Tenemos que atenuar dicha relación».

Walden Dos es un proyecto, un experimento, de ingeniería de la conducta. Por eso, cierto tipo de estructuras y apegos son un obstáculo. De ahí que la familia, el hogar, no sea «el lugar más adecuado para educar hijos». «Durante los primeros años de la vida pueden conseguirse cosas portentosas de un niño y sin embargo lo dejamos en manos de gente cuyos errores se escalonan desde el abuso a la protección excesiva y al derroche del afecto cuando la conducta no es apropiada». Para evitar los errores de esa gente (los padres) se requiere una actitud fría, científica, que supondrá una dificultad, especialmente para «la mayoría de madres sin una instrucción previa de varios años».

Hay un debate entre libertad y refuerzo que recorre toda la obra. La ingeniería de la conducta da por supuesto que el hombre siempre es controlado. Y puede serlo por una ciencia de la conducta o por «el curandero, el demagogo, el vendedor, el político, el fanfarrón, el embustero, el sacerdote […] Si el hombre es libre, entonces una tecnología de la conducta es imposible». Pero la tecnología de la conducta existe. Por tanto, sólo cabe una conclusión: «Niego rotundamente que exista la libertad. Debo negarla…, pues de lo contrario mi programa sería totalmente absurdo. No puede existir una ciencia que se ocupe de algo que varíe caprichosamente».

El pueblo ignora, en general, la solución a los grandes problemas del ser humano. De ahí su rechazo a la democracia por incoherente e ineficaz; de hecho, «no es, no puede ser, la mejor forma de gobierno porque está basada en una concepción científicamente inconsistente del hombre. No toma en consideración el hecho de que, a la larga, el hombre está determinado por el Estado. Una filosofía laissez-faire que cree en la bondad y prudencia innatas del hombre es incompatible con la realidad observada de que los hombres son buenos o malos, prudentes o imprudentes según el ambiente en que se han criado». Por ello defiende lo que podríamos denominar un despotismo benévolo guiado por personas técnicamente competentes.

Cuando Frazier, el guía y mentor de la comunidad Walden Dos, habla de sí mismo lleva a cabo también una exposición del modelo antropológico que subyace: «cuando muera […] dejaré de existir, en el sentido pleno de la palabra. Unos cuantos recuerdos me acompañarán hasta el crematorio y no habrá más rastro de mí. Como figura personal, seré tan inindentificable como mis cenizas».

La comunidad Walden Dos es eficaz y atractiva. Suprime la gratitud y algunos otros elementos habituales en las sociedades habituales. Pero no el amor, reinterpretado, claro ya que «¿Qué es el amor […] sino un sinónimo del refuerzo positivo?».

No pretende haber descubierto el refuerzo positivo. Jesús lo hizo antes, de hecho «fue el primero en descubrir el poder de no castigar, debió dar con dicho principio por casualidad. Ciertamente, no disponía de ninguna prueba experimental». Jesús carecía de método. Por eso, una vez que hemos llegado al momento científico del desarrollo de la humanidad, podemos prescindir de este tipo de personajes pintorescos. La religión y, en suma, todo saber sapiencial será reducido a psicología y, en esta nueva sociedad, los psicólogos serán «nuestros “sacerdotes”, por decirlo de alguna manera».

 

 

Publicado en Aleteia el 20 septiembre 2020:

https://es.aleteia.org/2020/09/20/walden-dos-el-progreso-necesita-que-la-libertad-no-exista/

 


sábado, 26 de septiembre de 2020

 


La vida dichosa, entre la tristeza y la felicidad

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

Françoise Sagan (1935-2004) obtuvo celebridad con la novela Buenos días, tristeza (1954) que pronto fue llevada al cine por Otto Preminger (1958). Sagan es una excelente narradora que cautiva con un estilo directo, agudo, descuidado, propio de una fiesta elegante.

La obra se abre con unos versos del poema La vie immédiate (Paul Éluard, 1932) que son tremendamente significativos en cuanto que la “vida inmediata” es el ambiente en que se mueven los personajes de Sagan. Se trata de un estilo de vida articulado sobre lo agradable. Así comienza la obra:

«Aquel verano yo tenía diecisiete años y era completamente feliz. Los “otros” eran mi padre y Elsa, su amante». Pronto reciben la visita de Anne, una antigua amiga de la difunta madre de la narradora (Cécile). Los personajes encarnan dos modos de vida, dos sentimientos vitales básicos: el “nuestro” (padre e hija), la vida inmediata caracterizada por la superficialidad o mundanidad, y el que representa Anne, una “femme de tête”, una mujer sensata.

Céline percibe pronto que Anne pudiera estar enamorada de su padre. En cierto sentido, la obra puede leerse como la rebelión de una consentida ante una aspirante a madrastra. Pero es, también, algo más hondo en cuanto que permite contraponer ambos modos de entender y sentir la vida.

Con elegancia, sin estridencias, Anne va mostrando la insustancialidad de la vida inmediata. Así lo ve Céline: «Vislumbré […] una vida equilibrada de pronto por la inteligencia, el refinamiento de Anne, esa vida que le envidiaba». Céline se ilusiona. Ve viable un nivel de existencia cualitativamente superior. Anne les convertiría en dos personas civilizadas, bien educadas y… felices «porque Anne nos haría ser felices».

Céline se siente atraída por ese estilo de vida superior pero ve también que tendrá que esforzarse para vivir así. Porque mientras que la vida inmediata disfruta pasivamente de los placeres sencillos que se ponen a su alcance, la felicidad que Anne propone supone una actitud activa. Céline decide entonces que la grandeza le viene grande y dedica sus esfuerzos a alejar a Anne y su padre. Por el camino proporciona interesantes puntualizaciones. Veamos alguna de ellas.

«Mi padre y yo, para estar interiormente tranquilos, necesitábamos la agitación exterior», dice Céline. La calma puede hacer consciente de la insuficiencia de ese gozoso estilo de vida ¿acaso vivir gozosamente no es la inconsciente aspiración de toda vida animal? ¿acaso no puede, no debe, el hombre aspirar a algo más? Anne irrumpe en esa vida inmediata mostrando su insuficiencia y la posibilidad de una vida mejor, plenamente humana, con una alegría lograda conscientemente. Una vez se ha entendido esto, la vida inmediata no será ya la inconsciencia animal sino fruto de una opción: «no se trata ya de hallar una respuesta sino de esperar a que la cuestión deje de plantearse» (Dans un mois, dans un an).

Quien vive la vida inmediata aspira a llenar su vida de amantes que van sucediéndose, de encuentros sexuales galantes, mundanos y episódicos en el clima de «un desenfadado cinismo sobre las cosas del amor». Pero ese enfoque vital tiene un coste: Agitarse tras los amores, sin hallar el amor. Recibir pasivamente placeres, pero sin conquistar activamente su felicidad. Permanecer en la superficie de las cosas y de su vida sin lograr extraer la riqueza que anhela y presiente. En definitiva, permanecer solo, aburrido, sin esperanza porque hay una negativa a afrontar las exigencias que lo humano comporta. Y hay, por eso mismo, una traición a lo que significa ser persona, a lo en el fondo somos.

Anhelamos el amor. Hemos de hacernos capaces de amar. Hemos de hacernos dignos de nuestra mejor posibilidad que, lo sabemos, no es solitaria. Porque el amor remite al amado. Porque el hombre es un ser de encuentro, un nudo de relaciones. La mirada amorosa es una clave importante; así lo recoge Sagan cuando señala que «habría que ser amado y amarse muy cálidamente a sí mismo para ser feliz» (Un certain sourire).

 

Publicado en Aleteia el 6 de septiembre de 2020 :

https://es.aleteia.org/2020/09/06/la-felicidad-verdadera-no-es-solo-un-don-es-una-conquista-personal/

 

martes, 22 de septiembre de 2020

El principito y otros textos sobre lo que nos pasa

 

 


El principito y otros textos sobre lo que nos pasa

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

¿Cómo pudo el hombre llegar a la barbarie que contemplamos durante la II Guerra Mundial? Se han estudiado las causas económicas, sociales, políticas e ideológicas.

Hay notables intentos de comprensión entre los que cabría destacar los tres volúmenes de Los orígenes del totalitarismo (1951) de Hannah Arendt (1906-1975). La misma autora deja una obra capital para entender no ya la ideología sino el alma del hombre al que la ideología ha despersonalizado. Me refiero a Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal (1963). Eichmann es un típico hombre moderno, afable con sus vecinos, cariñoso con su familia, eficaz en su trabajo, que consiste en organizar el transporte de prisioneros judíos hasta los campos de concentración. Eichmann es un hombre moderno, un hombre en el que la esfera ética y la técnica no se cruzan. Eichmann es un hombre moderno, un hombre sin alma; afable y cariñoso, pero en el que se ha atrofiado esa parte del alma donde se distingue el bien y el mal.

La judía Hannah Arendt apunta al alma del hombre moderno como causa profunda de estos acontecimientos terribles. En ese mismo sentido se mueven un par de obras a las que voy a referirme. Escritas el mismo año (1943) en plena guerra: L’enracinement de la también judía Simone Weil (1909-1943) y El principito.

Saint-Exupéry (1900-1944) tiene el enorme acierto de conjugar una exposición amable, con imágenes muy sugerentes que denotan una calidad literaria notable, con un nivel de comprensión tremendamente profundo.

Fijémonos en algunos aspectos relevantes.

Comienza estableciendo distinciones. Entre niños y adultos, entre boa abierta y boa cerrada, entre quienes saben de números y quienes disfrutan de la vida… Hay niveles de escritura y niveles de comprensión del mundo y de la vida. En El Principito hay un eco de la profunda reflexión de su autor pero no en torno a la guerra sino acerca del alma del hombre que es conducido al campo de batalla.

La crispación que acaba estallando como conflicto bélico tiene raíces profundas; la guerra muestra un malestar en la cultura; la humanidad europea no entendió que la I Guerra fue un aviso de que el “hormiguero humano” había perdido enormes prerrogativas y se hallaba tan desorientado existencialmente que incluso ignoraba lo que había perdido. Por decirlo brevemente: el hombre ya no sabe qué significa ser hombre, ha olvidado qué le eleva y qué le destruye.

El Principito muestra que hay que hacerse consciente de nuestras carencias. Primer paso en la dirección correcta: él ama a la rosa; la rosa lo ama pero ¡no es suficiente! Al animal le basta seguir sus impulsos. El hombre siente hambre pero tiene que aprender qué es alimento y qué es tóxico; es bípedo, pero tiene que aprender a andar; y a hablar y a pensar. El “dejarse llevar” vale para los animales, pero los hombres no somos así. El Principito tiene que partir, porque “era demasiado joven para saber amar” o, lo que es lo mismo, tiene que “salir de sí” para encontrar al otro: sólo así aprenderá a amar y sólo así su vida tendrá sentido. Toda la historia del Principito tiene ese leit motiv: aprender a amar, aprender a vivir. Porque la vida humana valdrá la pena y tendrá sentido cuando sea vivida desde el amor.

No basta ser consciente de las propias carencias. También hay que identificar los caminos equivocados. Visitará mundos, estilos de vida, articulados sobre estrategias de dominación (el rey) u organizados sobre los vértigos del conocimiento (el geógrafo), del placer (el borracho), del trabajo (el farolero)…

Dicho de otro modo: para vivir humanamente, hay que construir creativamente la relación con el mundo, con las ideas y con las personas. Y al recorrer los distintos planetas, al iniciar su proceso de formación, descubre la necesidad de tomar distancia y aprender de cómo les va a los otros. Ninguno de esos modos de encarar la vida proporciona una vida plena. Por tanto, por extendidos que estén entre nosotros, no es así como se logra dotar a nuestra vida de valor y sentido.

El zorro, símbolo de la sabiduría, muestra cómo ha de construirse la relación que nos hace humanos. Se trata de la amistad, la relación que se abre al otro para aceptarlo, valorarlo, quererlo. Muestra, así, cuál es la dirección.

Saint-Exupéry y Simone Weil coinciden en la visión del problema de fondo. Simone lo expresa en un ensayo. Su tono es de una lucidez y honestidad implacables, como fue el tono vital de su autora.

Simone Weil fue activista política, albergó a Trostky en París cuando huía de Stalin pero, sobre todo, fue una persona radical, honda y honestamente radical.

En L’enracinement Simone levanta acta de que la otra cara de la moderna conquista de la autonomía e independencia es el aislamiento y la soledad. El hombre moderno se piensa a sí mismo como un individuo que no debe nada a nadie, que no posee más relaciones que las que él elije y mientras él las consiente. El hombre moderno se siente así: dueño de sí y de su destino. Pero es falso. Somos hijos (no todos somos padres, pero todos somos hijos) y esa es nuestra primera relación; tan fundamental que una mala vivencia de la relación con los padres hace de nosotros carne de psicólogo.

El individuo carente de relaciones esenciales, sin raíces, más que el señorío y dominio sobre la propia existencia, siente el vacío, la carencia de vigor que viene de las relaciones auténticas. Y lo suple integrándose en rebaños de diversa condición: es el hombre-masa, carne de manipulación, ingrediente de todos los colectivismos, tonto útil de las ideologías que saben galvanizarlos, carne de cañón, en suma, de cualquier ejército para no importa qué guerra.

El hombre es un nudo de relaciones (Saint-Exupéry), debe descubrir qué raíces le aportan vitalidad y aspirar confiadamente a lo más alto porque está profundamente arraigado (Weil), así tendrá criterio para calibrar la gravedad del bien y del mal (Arendt).

Una vez localizada la amenaza, podemos trabajar en la sanación. Los autores citados señalan que el hombre moderno construye su vida desde una falsa comprensión de sí mismo. Arendt señala un grave síntoma, el Principito alude a caminos errados y vías de plenitud, mientras que en Weil encontramos una rigurosa llamada a volver a la senda correcta.

Hemos nacido porque hemos sido amados. Esa es la relación correcta, el criterio adecuado para valorar las acciones, la raíz que da plenitud a nuestra vida. Al final de la jornada seremos examinados en el amor, es decir, será patente si hemos vivido con autenticidad, según nuestra verdadera plenitud.

 

 

 

Publicado en Aleteia el 22 de agosto 2020

https://es.aleteia.org/2020/08/22/el-principito-y-otros-textos-sobre-lo-que-nos-pasa/

lunes, 21 de septiembre de 2020

Censura: Gente que quema libros

 


Gente que quema libros

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

Quemar libros, como hicieron el cura y el barbero tras la vuelta del atribulado Alonso Quijano, es una tarea de criba, de juicio y selección, de distinción entre lo que es bueno y lo que ha de ser destruido porque es malo y daña al hombre.

Quemar libros es, así, uno de tantos sinónimos de censura.

Censurar supone tener un criterio para distinguir lo que es benéfico y lo que no lo es. Y tener autoridad y deseo de proteger del mal. Así lo vemos en El Quijote: al bueno de Alonso Quijano le han dañado ciertos libros y él carece de la capacidad para sobreponerse. Intervienen entonces (sobrina mediante) unos hombres investidos de autoridad y proceden a dar a la lumbre la causa del mal.

No es mi intención sopesar pros y contras, que los hay, en torno a la censura. Quisiera llamar la atención exclusivamente sobre un aspecto que me parece capital.

Me refiero al hecho de que para echar un libro a la hoguera, criticar, juzgar, censurar… hace falta un criterio que permita distinguir el bien de lo dañino.

Lo que caracteriza a Occidente es, precisamente, que toma como criterio lo que dictamina la razón. No la fuerza (justificada o injusta) ni el capricho del gobernante (benévolo o déspota, tanto da): recordemos, en ese sentido, a Antígona enfrentándose al gobernante porque pretende imponer una ley injusta. Mantener el criterio le cuesta la vida a Antígona, pero prevalece como pilar esencial de Occidente. Porque la razón es un ámbito del que todos participamos y, por eso, aunque haya errores personales pueden ser revisados y rectificados por cualquier otro ser pensante si se remite adecuadamente a la razón, si argumenta.

La modalidad de censura que va cobrando fuerza entre nosotros se articula arteramente sobre la eliminación del criterio racional y consiguiente liquidación de nuestra tradición.

En ese sentido, el protagonista de 1984 expresa sintéticamente la conexión entre razón-verdad y libertad cuando dice: “La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sí solo”. Avanzado el relato, como es sabido, Winston es “reeducado” para que abandone esa idea. Desde parámetros típicamente occidentales, es decir, racionales, Winston duda y pregunta si dos y dos son cuatro y el “educador” le explica: “Algunas veces sí, Winston; pero otras veces son cinco. Y otras, tres. Y en ocasiones son cuatro, cinco y tres a la vez”.

En definitiva, vivimos tiempos nuevos, tiempos de preeminencia de la ideología sobre la inteligencia. Tiempos de liquidación de la razón como el modo en que el hombre entiende el mundo y su lugar en él, su vida y su sentido. Y eso es precisamente lo que censura la ideología dejándonos, de una sola tacada, sin verdad, sin bien y sin razón para vivir.

Puede parecer que “estar obligado” a sostener que dos y dos son cuatro, y nada más, anula la libertad de poder cambiar (unas veces sí; otras, no). Así juegan la ceremonia de la confusión y la manipulación del lenguaje en la que los “tontos útiles” sucumben por millones y adoran las cadenas con las que la ideología los esclaviza y degrada.

Algunos, ingenuamente, pretenden mostrar la contradicción o “argumentar” el error, sin darse cuenta de que las ideologías, al afirmar que dos y dos a veces puede ser “cuatro, cinco y tres a la vez”, ya han abandonado la razón y avanzan por un camino en cuyo pórtico de entrada colocó Dante el rótulo: Lasciate ogni speranza, o voi che entrate. Por esa vía nos arrastra la censura ideológica que es cada vez más capilar y más férrea.

La ideología no ataca negando que dos más dos sumen (siempre y necesariamente) cuatro o que los cromosomas determinantes del sexo sólo se manifiestan con dos variantes, o cualquiera otra manifestación de lo políticamente correcto sino que impone su terrorismo intelectual actuando oblicuamente, provocando confusión mental mediante presión “ambiental”, generando duda y angustia (recuérdese a Winston o cualquiera de nosotros intentando “argumentar” contra cualquier dogma del pensamiento único), aislando al individuo pensante del rebaño que repite consignas: no provoca convencimiento racional (no puede) sino adhesión afectiva.

El ámbito de la afectividad, exacerbada por los “minutos de odio” y la pertenencia al grupo (el hombre masa, la actitud gregaria) consuma la derrota sentimental (que no racional) del individuo.

Ray Bradbury señala un proceder distinto para “desactivar” el criterio racional: “no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe”. Si la comprensión racional requiere concentración, bastará con habituar al hombre a distraerse, a ser espectador de las cosas y la vida, en definitiva, a la dispersión. Y algo de eso estamos viendo como uno de los efectos de la sociedad del espectáculo, el móvil, internet: mente saltarina, le llaman.

No es mala cosa, en cualquier caso, entender lo que pasa (porque a entender nos mueve la inteligencia). Saber dónde estamos permite orientarnos. Y pudiera ser verdad que donde está el peligro surge también la salvación.

 

 

Publicado en Aleteia el 7 agosto 2020:

https://es.aleteia.org/2020/08/07/si-hay-libertad-de-expresion-por-que-la-gente-sigue-quemando-libros/


sábado, 5 de septiembre de 2020

Fahrenheit 451, el desafío moderno

 Fahrenheit 451 – Pep Boatella


Fahrenheit 451, el desafío moderno

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

Ray Bradbury (1920-2012) se define a sí mismo como un “un escritor apasionado, no intelectual, lo que quiere decir que mis personajes tienen que adelantarse a mí para vivir la historia. Si mi intelecto los alcanza demasiado pronto, toda la aventura puede quedar empantanada en la duda y en innumerables juegos mentales”.

En Fahrenheit 451 (1953) se transparenta el carácter de su autor: es una narración ágil, viva, se dirige de un modo raudo y vibrante hacia las cuestiones esenciales. Vale la pena leer el Postfacio a Fahrenheit 451 donde transmite la trepidación con que la escribió: alquilando una máquina de escribir por horas, yendo y viniendo a la biblioteca para localizar citas,… Hay también un trabajo previo, de maduración, pero el texto final, el relato que nos ha llegado, surge a borbotones.

Se trata de una novela distópica o, lo que es lo mismo, una descripción de una sociedad sometida a un poder total, totalitario. Un Estado que es fin y, por eso, reduce a los individuos a meros engranajes. La tensión entre Estado e individuo y el preocupante surgimiento de la masa como categoría social ha cristalizado en el auge de distopías. Ejemplos de ello son 1984 de Orwell o Un mundo feliz de Huxley.

Lo que distingue a las sociedades distópicas citadas es el mecanismo que emplea el Estado para anular al individuo.

En el caso de Fahrenheit 451 los libros juegan un papel central. Cuando el progreso técnico ha logrado hacer imposible los incendios, los bomberos reorientan su actividad y se dedican a perseguir a los a-sociales que tienen la osadía de esconder libros.

Estamos ante una sociedad cuyo objetivo es, como ocurre literalmente en la obra de Huxley, hacer felices a sus ciudadanos: “¿Qué queremos en este país por encima de todo? Ser felices, ¿no es verdad? ¿No lo has oído centenares de veces? “Quiero ser feliz”, dicen todos. Bueno, ¿no lo son? ¿No los entretenemos, no les proporcionamos diversiones? Para eso vivimos, ¿no es así? Para el placer, para la excitación. Y debes admitir que nuestra cultura ofrece ambas cosas, y en abundancia”. Felicidad como sinónimo de diversión, placer y excitación. Quien lee libros rompe la satisfacción global ya que podría cuestionarse esa idea de felicidad, podría descubrir que no es eso lo que él quiere, podría descubrir otras ideas (¿mejores?) de felicidad.

No se trata (sólo) de que quien lee objeta a la marcha general de la sociedad. Se trata de que recobra algo que ese modelo totalitario de sociedad le ha quitado al individuo: el contacto con la realidad, el reconocimiento de sí mismo. Así lo descubre el protagonista: “La felicidad importa mucho. La diversión es todo. Y sin embargo allí estaba yo diciéndome a mí mismo: “No soy feliz, no soy feliz” […] Tenemos lo necesario para ser felices y no lo somos. Algo falta”. Ese es el momento en que el individuo descubre que, aunque el Estado le dice que tiene todo lo necesario para ser feliz, él descubre que su auténtica realidad no puede establecerse ni comprenderse desde esas categorías.

El debate es amplio. No enfrenta sólo al individuo frente al Estado. También atañe a la realidad, la verdad, la experiencia, la felicidad. Por eso, el garante de ese Estado, el jefe de los bomberos “pertenece al grupo de los más peligrosos enemigos de la verdad y de la libertad, el sólido y terco rebaño de la mayoría. Oh, Dios, la terrible tiranía de la mayoría”.

No es que cualquier idea, por el simple hecho de estar publicada en un libro, merezca la pena. Hay que tener criterio para encontrar los buenos libros de los buenos autores porque “los buenos escritores tocan a menudo la vida. Los mediocres la rozan rápidamente”.

El tono de la obra es optimista. Señala los grandes problemas, las grandes tensiones, el riesgo de totalitarismo que se cierne sobre Occidente desde el siglo pasado. Pero indica también líneas de escape, vías de resistencia, orientaciones y sugerencias que merecen ser atendidas.

Porque, aunque un sistema impulsado por gentes sin alma o con “almas tristes” persiga la sumisión de las voluntades, el sometimiento de la libertad y la personalidad, “eso es lo maravilloso en el hombre; nunca se descorazona o disgusta tanto como para no empezar de nuevo. Sabe muy bien que su obra es importante y valiosa”.

 

Publicado en Aleteia el 24 de Julio de 2020:

https://es.aleteia.org/2020/07/24/fahrenheit-451-el-desafio-moderno/


viernes, 4 de septiembre de 2020

Enseñar deleitando, El conde Lucanor

 DFABULA: El conde Lucanor. Características

Aprender deleitándose con el Conde Lucanor

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

En plena Edad Media en España, Don Juan Manuel (1282-1348) usando esa lengua de frontera que era ya el castellano, acomete la escritura de diversos tratados de fondo didáctico y ejemplarizante. Entre ellos es especialmente célebre El conde Lucanor (1335) o, más precisamente, Libro de los enxiemplos del conde Lucanor et de Patronio.

Juan Manuel fue miembro de la casa real, sobrino del rey Alfonso X, el sabio y, entre otros títulos ostentó el de adelantado mayor de Murcia (de lo cual deja constancia en el prólogo de esta obra), lugar donde compuso El conde Lucanor entre los años 1331 y 1335, concretamente en el castillo de la localidad de Molina Seca (actual Molina del Segura).

Su objetivo explícito es enseñar deleitando, “al modo de los médicos que, cuando quieren preparar una medicina para el hígado, como al hígado agrada lo dulce, ponen en la medicina un poco de azúcar o miel, u otra cosa que resulte dulce, pues por el gusto que siente el hígado a lo dulce, lo atrae para sí, y con ello a la medicina que tanto le beneficiará”.

La obra consta de cinco partes de desigual estructura y dimensiones. La más conocida y extensa es la primera, que se desarrolla “imaginando las conversaciones entre un gran señor, el Conde Lucanor y su consejero, llamado Patronio” quien ejerce de maestro y mentor que orienta a su señor ante las diversas dificultades que éste va planteándole. Esta primera parte consta de una serie de enxiemplos, ejemplos o relatos morales en forma de historias breves que Petronio cuenta con el fin de ilustrar algún problema de índole moral que Lucanor le había propuesto.

Cada historia es independiente del resto y sólo la trama argumental los sitúa junto al resto. Al final de cada cuento toman nuevamente la palabra Petronio y el conde y se cierra con unos versos que ayuden a fijar la enseñanza. Se trata, en definitiva, de una historia con moraleja explícita.

El lector interesado encontrará fácilmente ediciones con lenguaje actual, aunque quien sea capaz de leer en castellano antiguo también podrá hacerlo. Veamos la moraleja del exemplo V en ambas versiones:

 

Qui te alaba con lo que non es en ti

sabe que quiere levar lo que as de ti

Quien te encuentra bellezas que no tienes,

siempre busca quitarte algunos bienes

 

Los cuentos reflejan el universo medieval pero lo transcienden en cuanto alcanzan lo humano y universal. Buena parte de los relatos ha servido de inspiración a obras posteriores; se trata de historias que, para quien no conozca El conde Lucanor, le habrán llegado por otras fuentes; así, por ejemplo, el cuento de la lechera o La fierecilla domada de Shakespeare, que se inspira en el enxiemplo 40.

Tras los cincuenta y un enxiemplos da comienzo la segunda parte. Ahí cuenta que Don Jaime, señor de Jérica, le había pedido que los siguientes libros no fuesen tan “llanos y declarados” como los enxiemplos. Siguiendo el consejo de Don Jaime, la escritura de los siguientes es “más oscura”.

Si la primera parte consta de cincuenta y una historias de extensión breve pero variable (oscilan entre dos y 20 páginas), en las partes segunda a cuarta nos encontramos con dichos breves, “proverbios” o refranes sobre los más variados asuntos del estilo siguiente: “Quien tiene amigos sólo por lo que les da, poco le durarán”. De manera que, afirma Patronio, “cualquier hombre que todos estos proverbios y ensiemplos supiese y los guardase y se aprovechase de ellos tendría suficiente para salvar el alma y guardar su hacienda y su fama y su honra y su estado”.

La quinta y última parte es muy distinta de las anteriores: se trata de una especie de tratado para indicar qué hay que hacer para ganar la gloria del Paraíso.

Escrito en la madurez personal de su autor, se trata de una obra clásica de literatura sapiencial. Desde la altura de su experiencia y su visión de la vida, intenta transmitir al lector las enseñanzas adquiridas a lo largo del tiempo. La gran diversidad de historias y proverbios logran una obra de lectura entretenida, amena, y que invita a la reflexión.


Publicado en Aleteia el 13 de Julio de 2020:

https://es.aleteia.org/2020/07/13/aprender-deleitandose-con-el-conde-lucanor/

jueves, 3 de septiembre de 2020

Adán y Eva según Mark Twain

Adán y Eva - Colección - Museo Nacional del Prado

 

Adán y Eva según Mark Twain

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

En torno a la vida cotidiana de Adán y Eva, desde que se conocen en el Edén, Mark Twain (1835-1910) compone una serie de textos breves (Diario de Adán, Diario de Eva, Autobiografía de Eva, Diarios anteriores al diluvio, Pasaje del diario de Satanás) que suelen publicarse con el título genérico de Diarios de Adán y Eva o denominaciones cercanas.

Con distintas fechas de composición y publicación, son relatos breves, humorísticos que, con el trasfondo del relato del Génesis ilustra las relaciones entre un hombre y una mujer. Asistimos en diversas ocasiones al relato del mismo acontecimiento desde la perspectiva femenina y masculina (a las que, a veces, se añade un cierto contrapunto tomado del Diario de Satanás), que arrancará más de una sonrisa al lector.

Así se ven inicialmente. Adán sobre Eva: “Esta nueva criatura de pelo largo me está estorbando mucho”; ella sobre él: “Me doy cuenta de que siento más curiosidad por él que por ninguno de los otros reptiles. Si es un reptil, y supongo que lo es, porque tiene el pelo desaliñado y los ojos azules y parece un reptil. No tiene caderas y remata en punta como un loro”.

Sin pretender quitar el placer de descubrir por sí mismo los múltiples pasajes que ilustran lo indicado, vale la pena reparar en algunos fragmentos:

“Le ha dado por suplicarme que deje de ir a las cataratas ¿Qué tiene de malo? Dice que le dan escalofríos. No sé por qué. Lo he hecho siempre… siempre me gustó la zambullida, la excitación y el frescor. Suponía que para eso estaban las cataratas. No sirven para ninguna otra cosa que yo sepa, y para algo debieron de hacerlas. Ella dice que sólo las hicieron para decorar…

Pasé las cataratas en un tonel… No le gustó. Lo hice en una bañera… siguió sin gustarle. Nadé en el remolino y en los rápidos cubierto con una hoja de parra. Quedó muy deteriorada. Eso me valió aburridas quejas por mi extravagancia. Aquí me encuentro con demasiados inconvenientes. Lo que necesito es cambiar de ambiente”.

No es esa la única ocasión en que Adán amenaza con largarse. Así, por ejemplo, escribe en su diario: “Le aconsejé que se mantuviera alejada del árbol. Dijo que no lo haría. Preveo problemas. Emigraré”.

La tarea de dar nombre a las cosas también es abordada de modo diverso. Así lo ve Adán: “No consigo poner nombre a nada. La criatura nueva [Eva] pone el nombre a todo lo que se acerca antes de que pueda ni protestar”. Eva ve, por el contrario, que Adán es un poco lento, le cuesta dar con el nombre apropiado y, por eso, ella se adelanta, hace como que no se da cuenta de su torpeza y así lo saca del apuro: “Siempre que se presenta por ahí una criatura nueva le pongo un nombre antes de que él tenga tiempo de ponerse en evidencia con su torpe silencio. De esta manera le he ahorrado muchos bochornos”.

Todo es inédito en ese mundo: nuevos nombres (“¿Nosotros? ¿Dónde conseguí esa palabra?”), nuevas realidades, nuevas situaciones como cuando Eva, tras cambiar el nombre a “Jardín del Edén”, decide poner el letrero “No pisar el césped”.

Tras el bien y el mal, llegará también la muerte. ¿Quién será el primero en morir, cómo se vivirá esta novedad? Y los hijos ¡Qué ilusión el primer hijo! Y la educación de Caín: “Ella le contenta persuadiéndole y dándole cosas que previamente había dicho que no le daría”.

Y el final conecta con el principio cuando se lee en la lápida (y no es el único logro de Twain):

“Dondequiera que ella estaba, allí estaba el Edén

Wheresoever she was, there was Eden”

En síntesis, se trata de una relación normal de un hombre y una mujer o, lo que es lo mismo, una deliciosa historia de amor narrada con humor, en la que se funde sueño con realidad. Y los sueños revelan la nostalgia del paraíso.

 

 

 

Publicado en Aleteia, 28 Junio 2020:

https://es.aleteia.org/2020/06/28/adan-y-eva-segun-mark-twain/