Ubérrima
Manuel Ballester
La vida es ubérrima.
Cuenta Babrio la fábula del árabe y el camello. Mitad ficción, parte verdad o, como gusta decir a los sabios, parte mito, mitad logos, que así son las fábulas.
Había una vez un árabe, dice Babrio, que tras cargar a su
camello, le preguntó si prefería ir por el camino de arriba o por el de abajo.
La parte fantástica, de ficción, que tiene la fábula está en esa naturalidad
con la que el hombre conversa con el animal. El camello, continúa Babrio,
respondió: “Y el camino recto ¿está cerrado?”.
Con toda seguridad, Nietzsche leyó a Babrio. Al mirar al
camello, Nietzsche se fija en la carga, en el peso que llevamos, en la sumisión
con que soportamos fardos propios y ajenos. Tomar conciencia de ello, dice
Nietzsche, es el primer paso para la libertad, para la afirmación de la
individualidad poderosa (eso que, al final, Zaratustra llamará Übermensch), para la transformación del
espíritu, pasando, eso sí, por las fases correspondientes al león y al niño,
pero esa es otra historia, y ha de ser contada en otro momento.
Una lectura superficial de Nietzsche podría dar a entender
que Zaratustra rectifica a Babrio. Dicho enfoque supondría que el camello, o
quien vive la vida como un camello, soporta sumisamente el peso que le ponen
encima. Ganar en libertad, en autenticidad, sería sinónimo de rebelarse,
arrojar lejos la carga. Pero hay que vivir, ganarse el pan, soportar el peso de
los días y, por eso, l’homme revolté,
que diría Camus, se “realiza” humanamente sólo en vacaciones o cuando se jubila
con júbilo.
Literalmente niega Nietzsche esa interpretación: «¿Libre, te
llamas a ti mismo? No me digas que has escapado de un yugo, dime cuál es tu pensamiento
dominante, deinen
herrschenden Gedanken». Y volvemos al camello de Babrio: la cuestión
no es llevar sobre nuestros hombros la carga de una tarea, la gravedad de unas
responsabilidades, el peso de la vida. La cuestión decisiva es saber por qué.
Quien tiene un por qué es capaz de soportar cualquier cómo, no se desanima ni
se queja porque lo que no lo mata, lo hace más fuerte. A quien no sabe dónde
va, todos los vientos le son contrarios, todo son problemas, inconvenientes y
motivos para la queja y el desaliento.
La parte lógica, racional, de la fabula de Babrio corre a
cargo del camello. Si sabemos el punto de partida y el de llegada, qué sentido
tiene tomar desviaciones por un lado u otro. Pura geometría, la euclidiana: el
camino más corto entre dos puntos es la línea recta.
El camino correcto o, como lo formula Platón, cómo hay que
vivir de modo que nuestra vida valga la pena. Saber eso y avanzar por esa
apartada senda por la que han ido los pocos sabios que en el mundo han sido, es
tener éxito en la vida. Orientarse y caminar, saber y actuar. ¿Cuál será ese
camino recto y correcto? Podríamos preguntar a Sócrates, aunque es posible que
dijera que de eso no sabe nada.
¿Cómo es posible que
Sócrates, patrón de los sabios, diga que no sabe nada? Y sobre la cuestión
esencial, la única importante (con otros términos, así vuelve a verla la
modernidad, en el inicio de El mito de
Sísifo, de Camus, de modo notable). Al contemplar el camello podemos
enfocar la carga o la sumisión, el peso o la actitud, las fuerzas o la posición
en el mundo, el punto de partida o el destino. Probemos un cambio de enfoque
respecto a esta cuestión.
La vida es ubérrima. “Ubérrima”, magnífica palabra que
significa abundante, fértil, fecunda. De esa raíz viene el término “ubre”. La
ubre de la vaca es fuente fecunda de alimento. La vida es ubérrima, es
superabundante, nutricia y múltiple. Despliega un entusiasmante espectáculo, un
escenario riquísimo del macro al microcosmos, con multitud de minerales,
especies vegetales y animales, una realidad de diversísimos colores, olores,
sonidos, formas y texturas… y tipos de hombres, que es a lo que íbamos. No hay
dos vidas humanas iguales, no hay dos destinos idénticos. Por eso Sócrates no
sabe nada de mi destino: es mío, es mi peso, mi responsabilidad, con mis
compañeros de viaje, mis zancadillas, mis dificultades, errores y éxitos…
No todo solitario es sabio ni todo sabio es solitario; pero
hay también sabios solitarios, a quienes les sorprende que haya quien disfrute
con el estrés de los viajes, el consumo de novedades, lujo y distracciones. Y
al turista le ahoga el simple pensamiento de la estrechez de la celda en la que
el ermitaño logra su plenitud. Incluso entre los que viajan y coinciden por los
caminos del mundo y de la vida, unos son vagabundos y mendigos, otros
superficiales y ocasionales turistas, y otros saben adónde van, a dónde les
conduce su peregrinación.
Actúa sabiamente, hace bien, Sócrates al no pretender dar
lecciones sobre caminos ajenos ni calzar zapatos que no son los suyos, que quien
está acostumbrado a andar con zuecos no irá cómodo con el caite guatemalteco, y
viceversa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario