Realidad y lógica: el equilibrio
A propósito de Ortodoxia, VI, de Chesterton
Manuel Ballester
Síntesis de lo anterior
A lo largo de los
capítulos anteriores de Ortodoxia, Chesterton ha construido una visión
del mundo que desafía la lógica simplista y nos invita a recuperar el asombro
ante la realidad. En Introducción en defensa de todo lo demás (cap 1), estableció la premisa de que
el mundo es un lugar maravilloso y digno de ser comprendido. En El maníaco (cap. 2), desmontó el mito de la
autosuficiencia y argumentó que la cordura radica en reconocer nuestras
limitaciones. En El suicidio del pensamiento (cap. 3), criticó la fragmentación intelectual y mostró cómo el
pensamiento moderno, al desconectarse de la realidad, termina destruyéndose a
sí mismo. En La ética en el País de los Elfos (cap. 4), reivindicó el sentido de la maravilla y la
importancia de una ética enraizada en la tradición y el sentido común.
Finalmente, en La bandera del mundo (cap. 5), exploró la dualidad del mundo y defendió un
compromiso realista que no caiga en el pesimismo ni en el optimismo ingenuo,
sino en un amor activo por la realidad.
En el capítulo VI de Ortodoxia (“Las paradojas del cristianismo”), G.K. Chesterton plantea una defensa singular del cristianismo: en lugar de tratar de demostrarlo desde una lógica abstracta, observa que su aparente contradicción con las expectativas humanas es precisamente lo que lo hace veraz. «El mundo es casi lógico, pero no del todo», afirma. Es decir, lo real nunca encaja perfectamente en los esquemas racionales, y es en ese espacio de disonancia donde la verdad cristiana se revela.
La contradicción de los críticos
Desde una perspectiva inesperada, Chesterton explica que no fue la lectura de apologetas cristianos lo que lo llevó a la ortodoxia, sino el análisis de los críticos del cristianismo. Intelectuales como Huxley o Herbert Spencer lo devolvieron a la fe precisamente porque sus ataques eran contradictorios entre sí. Para unos, el cristianismo era sombrío y pesimista; para otros, ingenuamente optimista. Era, al mismo tiempo, una pesadilla y un paraíso de tontos. Sin embargo, como bien señala Chesterton, «el cristianismo no podía ser a la vez la máscara negra en un mundo blanco y la máscara blanca en un mundo negro». La disparidad de críticas sugería que no se trataba de un sistema unidimensional, sino de algo más complejo, algo que quizá capturaba mejor la realidad.
La llave y la cerradura
Chesterton ofrece una analogía poderosa: una llave y una cerradura. La cerradura es compleja, y la única manera de comprobar si una llave es la correcta es ver si encaja en una ranura compleja. El cristianismo, con todas sus aparentes paradojas, encaja perfectamente en la realidad humana, en sus tensiones y contradicciones.
La coherencia de la paradoja
Los críticos del cristianismo, ansiosos por oponerse a él a toda costa, terminan cayendo en contradicciones: dicen que los credos dividen a los hombres, mientras que la ética los une; pero defendían que la moral era relativa y cambia de una época a otra, de un lugar a otro. En su rechazo al cristianismo, no les importa contradecirse a sí mismos. Chesterton lleva esta lógica al extremo al afirmar que si Jesús de Nazaret no era Cristo, debía ser el Anticristo. No había un punto medio: o era la verdad encarnada o la mentira definitiva.
La cordura como equilibrio
Una de las ideas
centrales de este capítulo es que, cuando algo parece demasiado alto y
demasiado bajo a la vez, puede ser porque estamos midiendo desde puntos de
vista distorsionados: un hombre de estatura media parece un enano mirado por un
gigante y viceversa. Tal vez sea el mundo el que está torcido, y el
cristianismo, con su aparente excentricidad, sea en realidad el centro, el
equilibrio de la normalidad: «Me sorprendió ver que esta llave encajaba en la
cerradura», concluye Chesterton.
La clave de la cordura está en el equilibrio, algo que el cristianismo ha sostenido a lo largo de la historia. Chesterton pone como ejemplo la aparente contradicción entre la guerra y la no resistencia. La Iglesia no buscó una síntesis imposible entre el belicismo y el pacifismo absoluto, sino que permitió que ambos coexistieran en su tensión creativa. Así, hubo santos que fueron soldados y santos que fueron pacifistas, sin que unos anularan a los otros. «El verdadero problema es: ¿puede el león acostarse con el cordero y seguir conservando su ferocidad real? Ese es el problema que intentó la Iglesia; ese es el milagro que logró».
El peligro de desviarse
El equilibrio, sin
embargo, es algo frágil. «Una pulgada lo es todo cuando se están haciendo
equilibrios». Un pequeño error en doctrina puede traducirse en grandes errores
en la felicidad humana.
La herejía, en este sentido, no es simplemente un error intelectual, sino una exageración de un aspecto parcial de la verdad en detrimento del conjunto. Es fácil caer en cualquier desviación: «Siempre es sencillo caer; hay infinidad de ángulos en los que uno cae, sólo uno en el que se mantiene». Pero lo realmente extraordinario del cristianismo es que, a lo largo de la historia, ha evitado esos errores y ha mantenido un camino que, aunque pueda parecer errático, es el único que ha logrado sostenerse en pie: las herejías, las modas, los enfoques particulares de cada época han condenado a la Iglesia, y han perecido.
Ortodoxia: una aventura desafiante
Chesterton cierra el capítulo con una imagen vibrante: la ortodoxia cristiana no es una postura pasiva o conservadora, sino una aventura dinámica, un carro celestial que avanza a través de los siglos mientras las herejías caen a su alrededor. «Nunca hubo nada tan peligroso ni tan emocionante como la ortodoxia. Era la cordura (it was sanity): y estar cuerdo es más dramático que estar loco». En este sentido, el cristianismo no es simplemente un conjunto de dogmas estáticos, sino un equilibrio vivo que desafía la lógica fácil y nos invita a una búsqueda continua de la verdad. Nos va en ello el ajuste con el mundo, como la llave con su ranura, y la felicidad.
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