El extranjero (Camus): ¿vale la pena vivir?
El sinsentido hecho vida
¿Qué pasaría si un día sintieras que nada tiene importancia?
Ni la muerte de tu madre, ni el amor, ni Dios. Ni siquiera tu propia vida.
Ese es el mundo en el que habita Meursault, el protagonista
de El extranjero de Albert Camus, una de las novelas fundamentales del
siglo XX. En ella el absurdo no se argumenta: se encarna, se vive.
Rutina tras la muerte de la madre
La historia
comienza con la muerte de la madre de Meursault. Tiene entonces que pedir un
par de días de permiso en el trabajo para asistir al entierro, coger un
autobús, pasar mucho calor, conseguir una corbata negra, una serie de
circunstancias menudas, vividas como obligaciones, como lo que toca en este
momento, pura rutina. No significan nada.
El día después
de la muerte de la madre, se va a la playa. Allí coincide con Marie. Hablan, la
invita al cine. Al vestirse, Marie ve la corbata negra, y entonces le pregunta
si está de luto. Le dije que mamá había muerto:
“Quiso saber
cuándo, y le respondí: “ayer”. Hizo un ligero movimiento, pero ningún
comentario. Quise decirle que no era culpa mía, pero me contuve porque pensé
que ya se lo había dicho a mi patrón. Esto no significaba nada”.
Siguen con su
plan. Esa tarde irán al cine, luego a casa, tendrán relaciones sexuales.
El día
siguiente, domingo, Marie ya se ha ido. Meursault reflexiona sobre los últimos
acontecimientos desde la muerte de su madre y dice…
“Pensé que, al
cabo, era un domingo de menos. Que mamá estaba ahora enterrada. Que iba a
volver a mi trabajo y que, después de todo, nada había cambiado”.
A partir de
ese momento se desarrolla una relación con Marie. Él la desea. Ella lo quiere.
Y por eso, andando el tiempo, Marie le propone matrimonio:
“Por la tarde,
Marie vino a buscarme y me preguntó si quería casarme con ella. Le dije que me
daba igual y que podíamos hacerlo si era su deseo. Me preguntó entonces si la
quería. Contesté, como ya había hecho una vez, que eso no significaba nada.
Pero que ciertamente no la quería. ¿Por qué te casarías conmigo entonces? Dijo
ella. Le expliqué que la cosa no tenía ninguna importancia. Pero que, si ella
lo deseaba, podíamos casarnos”.
Es importante
darse cuenta de qué entiende cuando dice que algo no tiene importancia o no
significa nada. Si pensara que el matrimonio significa compromiso, entonces
podía aceptarlo o rechazarlo según quiera o no comprometerse. Pero no es eso. Para él, el matrimonio
no significa nada, ni futuro, ni compromiso, nada. Significa exactamente lo
mismo que si Marie un día le pide que la acompañe a una fiesta con un sombrero
blanco. Él iría. ¿Qué significa el sombrero blanco? Nada, un capricho de Marie.
¿Qué significa el matrimonio? Nada, un capricho.
¿Qué razón hay
para decir que no? Ninguna, por eso se casaría y se pondría el sombrero blanco.
¿Qué razón hay para decir que no? Las mismas que para decir que sí. Pero si
Marie se lo pide, lo hará.
Todo es indiferente.
Precisamente por eso en Meursault no hay picos afectivos. Ni se eleva ni se
hunde. Ni el Eros ni el
Tánatos le afectan. Ni el Eros por Marie ni el Tánatos por la muerte de su
madre turban su indiferencia.
Crimen sin sentido
En ese clima
afectivo y vital, un día, por el calor, por el sol, por el cansancio, se planta
ante un hombre y le dispara.
Lo mata. No
por odio, no por rabia, no porque hubiese un plan. Sólo porque sí. Es un crimen
absurdo, como su vida.
Meursault
encarna en ese sentido la tesis central del existencialismo de Camus: la vida
no tiene sentido. No hay amor, no hay futuro, no hay Dios, sólo queda la
conciencia del sinsentido. Él mismo lo formula con una claridad brutal: “todo
el mundo sabe que la vida no vale la pena ser vivida”.
En otra obra,
publicada el mismo año 1942, El mito de
Sísifo, Camus enfoca esta misma cuestión como la cuestión esencial, pero
mientras que aquí la da ya como resuelta y resuelta negativamente, allí la deja
abierta y señala que la cuestión esencial de la filosofía es averiguar si la
vida tiene o no sentido.
Meursault ha
resuelto ya la cuestión y sabe que la vida no tiene sentido. No vale la pena
ser vivida.
El extranjero en su propia vida
En ese
sentido, hay una historia que él encuentra en un periódico que ilustra muy bien
esta situación.
Es la historia
de un checoslovaco que abandonó su tierra y prosperó lejos. Con el tiempo
quiere volver y se aloja en una posada que regentan su madre y su hermana. No
lo reconocen, es un extranjero para ellas y solo ven a alguien que tiene
dinero. Lo matan por el dinero porque era un extranjero y su vida no tenía
ningún valor para ellas. Su dinero sí.
Este relato
recoge la condición esencial del ser humano.
Meursault es
un extranjero allí precisamente donde debiera ser reconocido: en su casa. Es
extraño para su madre, para sus vecinos, para Marie, pero sobre todo para él
mismo. Porque vive como un extraño dentro de su vida, como un extranjero en su
mundo, incapaz de reconocer el sentido de la vida y del mundo.
Por eso acepta
pacíficamente todo, su vida y su muerte. Y parece mantener un talante estoico,
apático, hasta el final, salvo en un instante muy revelador. Porque si nada
tiene sentido, nada puede romper su indiferencia, pero no ocurre así.
Cuando llega
el capellán y le habla de Dios, entonces se exalta, se enfurece, grita, porque
claro, si Dios existe, entonces no todo carece de sentido. Y esa posibilidad
anularía toda su vida.
Aquí Camus
invierte de facto la célebre
sentencia de Dostoyevsky: “si Dios no existe, todo está permitido”. Para
Meursault, la cuestión es que si Dios existe, entonces el absurdo se derrumba y
su propia vida queda desenmascarada como un error, como una vida absurda que no
tendría que haber sido así. Normal que se enfade con el capellán que lo pone
ante esta terrible posibilidad.
La cuestión es que quizá la vida no sea absurda, quizá el amor no sea absurdo, quizá el mundo no sea absurdo, quizá sea Meursault quien ha elegido vivir absurdamente y entonces lo único absurdo es su vida y la de quienes eligen esa opción.
Raskólnikov y Meursault: dos destinos
El contraste con Dostoievski es decisivo. Recordemos Crimen y castigo. Es interesante reparar en el paralelismo entre
Raskolnikov y Meursault y, por otra parte, entre Sonia y Marie.
Los dos
varones matan, asesinan.
Raskolnikov de
alguna manera formula teóricamente la idea que Meursault vive y apoyado en esa
idea mata, pero siente culpa, una grieta por la cual puede entrar el amor de
Sonia en su alma y caldearla y rescatarla. Meursault por el contrario no siente
culpa, no busca sentido, no espera salvación. Todo le da lo mismo. Por eso el amor de Marie se estrella
contra un muro, no puede hacer nada.
Para uno la
culpa le abre a la redención, para el otro la indiferencia cierra toda salida.
Y sin embargo, ambos ponen en juego la misma cuestión. ¿La vida vale algo en sí
misma?
La pregunta esencial
Camus nos
muestra un mundo donde nada tiene sentido. Dostoyevsky nos muestra un mundo
donde incluso el pecado, y el pecado más horrible, deja abierta la puerta a la
redención.
Y quizá ahí
esté la auténtica pregunta para nosotros. ¿Vivimos en el mundo de Meursault o en
el de Raskolnikov? Quizá podamos elegir.
Quizá vivamos en el mundo que somos capaces de pensar.