A veces veo… ¡expertos educativos!
Manuel
Ballester
La Consejería de
Educación ha despedido el curso escolar publicando los resultados de las
evaluaciones externas realizadas a alumnos de 4º de Primaria y 2º de la ESO.
Medida valiente,
indudablemente. A poco que se sepa cómo está el patio, está claro que le habría
sido más cómodo no hacer nada. El actual Consejero recibió una herencia
ruinosa. Su primera prueba Pisa
(que evaluaba la gestión anterior) fue un completo desastre. Ha optado por no
seguir en la misma dirección. Además de valiente, esta opción es la más
inteligente.
Es verdad que diversas
asociaciones veníamos reclamando la transparencia en educación desde hace
tiempo. Me refiero no sólo al foro que vicepresido, Ciudadanos para el progreso, sino también a colectivos
profesionales (Colegio de Licenciados y
Doctores), asociaciones de padres (Confapa,
Concapa y Amuaci) o la asociación con mayor representación estudiantil de la
región (Feremur). Con argumentos y
firmeza, hemos hecho llegar a la sociedad y a la Consejería nuestra opinión de
que ya era hora de dar información a los ciudadanos, de tratarlos como adultos
responsables para que cada uno elija, con datos y según sus puntos de vista, el
centro en que quiere que se instruyan sus hijos.
También hay opiniones en
contra. Hay quienes consideran que los ciudadanos, que pagan hasta el último
euro del sistema educativo, no tienen derecho a saber qué pasa en el centro de
sus hijos: total, sólo ponen el dinero y los hijos, mientras que otros ponen las
ideas, metodologías y un lenguaje de jerga para que no podamos distinguir si
los chicos van a una comuna a hacer proyectitos, al circo a jugar con el
algoritmo ABN (antes llamado “cuenta de la vieja”) o a un centro escolar a aprender
las tablas de multiplicar.
En resumen, ocurre que en
todos los ámbitos que se haga (o deje de hacer) lo que sea, hay críticas.
Aunque no todas las críticas son iguales.
Hay, pongo por ejemplo,
quienes han sostenido que el único interés de la (pérfida) Consejería es favorecer
la (malvada) privada, dejar en evidencia a la enseñanza pública, justificar
recortes, apuntalar la Lomce con
todas sus tristes deidades infernales pero, ¡oh, sorpresa! los primeros puestos
los ocupan centros públicos. Bueeeeno, pues tampoco está tan mal eso de
publicar…
Se trataba de eso. La
transparencia tiene el sentido de que se vea lo que hay, de que todo el mundo
pueda decir que el rey está desnudo, que cualquiera pueda señalar lo que no se
está haciendo bien.
No se trata de ser
complaciente. Esta medida es una gran mejora y, por eso, me alegro enormemente
y aplaudo sin reservas. Y, tras la celebración, seguimos bregando para mejorar.
De la información que nos
han proporcionado, quisiera referirme sólo a algún aspecto que me parece de
interés.
Se ha dado a conocer la
media de cada centro en Lengua e Inglés, maquillada por el índice
socioeconómico cultural (Isec). El
retoque significa que a las notas se les ha aplicado un índice corrector o, lo
que es lo mismo, que los datos que nos ofrecen no corresponden a las
calificaciones de los alumnos. No sé si cuando esos chicos aspiren a un puesto
de trabajo les van a aplicar también un coeficiente corrector o, por el
contrario, con este modo de proceder les estamos acostumbrando a una milonga y
ya vendrá la realidad a poner el índice en la llaga. Yo soy más partidario de
la verdad: me gustaría saber qué nota han alcanzado, al margen de que en su casa
críen gorrinos o dispongan de institutriz.
Nos dan también el dato
de la diferencia por sexos. Llámenme sensiblero, pero me enternece ver cómo
nuestros expertos educativos manejando datos que no nos dan a los simples
mortales, los muy pillines concluyen que las chicas, que leen más y hablan más,
¡tienen mayor capacidad lingüística!
Son los mismos expertos
educativos quienes indican que los alumnos cuyos padres tienen mayores
expectativas y se preocupan más de sus hijos, obtienen mejores resultados. Y
también nos hablan de los repetidores. Y de que los centros bilingües obtienen
mejores resultados tanto en inglés como en Lengua española. ¿Y no podría ser
que nuestros entrañables expertos educativos hayan vuelto a poner el carro
delante del burro? Quiero decir, ¿no podría ser que los padres que se preocupan
por sus hijos los hayan llevado a un centro bilingüe y la causa de los buenos
resultados sea el interés de los padres más que el bilingüismo? Vaya usted a
saber. Claro, que si tuviéramos los resultados históricos (no desde la
Reconquista: sólo desde que empezaron a hacerse estas pruebas), quizá podríamos
decir algo más sobre esto y tantas otras cosas.
Junto a la publicidad de
los resultados, las medidas que hacen que un sistema educativo salga de la
atonía y pegue un salto de calidad son dos muy sencillas: lograr que los
mejores quieran ser profesores y convertirlos en instructores (no animadores
culturales, ni mediadores, ni coleguis)
y dotar de autonomía a los centros.
Están al caer los nuevos currículos.
Para seguir en esta línea es de esperar que la Consejería elimine de raíz hasta
la apariencia de dirigismo, tan contrario a la autonomía de los centros; que
aligere las inútiles y farragosas programaciones que sólo sirven para
justificar un intérprete que conozca la jerga burocráticopedabóbica y hacer
perder un tiempo precioso a los profesores. Recuperar la dignidad de la
profesión pasa por quitar tanta burocracia y permitir que los profesores se
centren en su tarea de transmitir sus conocimientos, bien demostrados en una oposición rigurosa, basada en conocimientos.
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