Tener vocación para algo
y sentirse vocacionalmente llamado a ello es algo hermoso que le pasa a ciertas
personas. Quizá a todas.
La vocación parece algo
no sólo hermoso sino también profundo, arrebatador, que moviliza (motiva, dicen
en el lenguaje al uso) las energías del sujeto para dedicarse a una tarea
precisa.
Tiene, como es sabido,
entraña religiosa. Así se entiende que alguien sienta la llamada, la vocación,
abandone la vieja Europa y se vaya al Tercer Mundo o al Quinto Pino a curar enfermos
o enseñar analfabetos.
Me parece admirable. Con
una condición: que no se confunda la vocación con la competencia profesional.
Puede que el motivo (subjetivo) por el que alguien abandona las comodidades de
su vida burguesa sea que se siente llamado, pero si quiere sanar enfermos
tendrá que aprender medicina y ser un médico competente.
La vocación hace
referencia a las motivaciones subjetivas escondidas en lo profundo de nuestra
alma y Dios, que ve lo escondido, lo premiará. Por la vocación están donde
están, pero si sanan enfermos es porque saben medicina y porque saben matemáticas
las enseñan.
Cuando se dice que
alguien es un "maestro vocacional" es como si a un enfermo de ébola
se le dice que le envían un "misionero vocacional". Casi prefiero un
médico profesionalmente competente, sin entrar en sus interioridades
vocacionales. De maestros vocacionales, otro tanto.
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