El sexo sentido, las personas y la
chusma
Manuel Ballester
Leo que se ha constituido
en Murcia la asociación Libertas. Al
parecer se sienten molestos por una ley recientemente aprobada en la Asamblea
Regional. Y han canalizado su sentir uniéndose para defender lo que sienten
atacado: una visión de la familia estructurada sobre la relación sexual entre
un hombre y una mujer. Y los hijos, que no hay dos sin tres.
La ley ante la que
reaccionan regula la igualdad social LGTB y las políticas contra la discriminación
por orientación sexual.
Con esos mimbres parece
mentira que alguien pueda sentirse mal o que vea ningún ataque a nada. Claro
que luego nos enteramos de que circula por Madrid una ley hecha con la misma
horma y allí Cifuentes, lideresa del ala zapateril del PP, se ha desmelenado y
se ha liado a sancionar a quienes no le ven el buenismo al asunto. No veo yo a
Pedro Antonio desmelenándose. Por talante personal, digo, porque lo que es la
letra de la ley sí que lleva aparejado un aparato punitivo de no te menees.
A estas alturas nadie
está por discriminar por la condición sexual. Y nadie negará que todos han de
ser tratados con respeto independientemente de que se sientan atraídos por los
elfos del bosque o por los orcos del lado oscuro, que de todo hay en la viña
del Señor según recuerda el Papa. Quizá ese común sentir explique que esta ley
se haya aprobado por unanimidad, que se dice pronto.
Entonces, ¿dónde está el
problema, si es que lo hay?
Tal como lo veo, el
meollo del asunto es que, según sentencia la ley, lo que determina qué es cada
uno no es aquello que estudiamos en biología (lo de XX y XY) y las tendencias
psicoafectivas vinculadas con el sustrato genético sino los sentimientos o, por
atenernos a la letra, no el sexo biológico ni siquiera el "constructo
cultural de género" sino "el sexo sentido" (art. 25.4).
La ley prescribe que todo
el mundo debe ser tratado tal como él diga que se siente. La ley ampara a las
personas que, según los criterios anteriores, eran estigmatizadas como LGTB.
Porque sí, porque tienen todo el derecho a sentirse y organizar su vida así. Y
concreta, por ejemplo, que en los colegios ha de garantizarse "el acceso y
uso de las instalaciones del centro de acuerdo con su identidad de género,
incluyendo los aseos y los vestuarios" (Art. 25.4.d). Para entendernos, si
una persona a la que la naturaleza ha provisto de pene afirmase sentirse mujer,
usará el vestuario y los aseos de las chicas. Porque la ley lo ampara. Eso sí,
a quien desampara es al eventual sentimiento adverso de alguna chica o de sus
padres.
Porque no nos engañemos,
la ley articula el asunto sobre los sentimientos. Pero genera la distinción
entre sentimientos fetén y sentimientos puritanos, zafios y fóbicos. Hasta el
punto que podría considerarse que se dota de libertad de movimiento,
pensamiento y sentimiento a personas de nobles sentimientos a quienes ampara y
pone una mordaza a la chusma prejuiciosa a la que hay que reeducar mediante la
ingeniería social que impulsa esta ley. Normal que una asociación molesta con
el talante de esta ley se llame Libertas.
Orwel, en su profética 1984, enseñó que mientras los antiguos
tiranos se limitaban a controlar las acciones de los ciudadanos, los modernos
totalitarismos aspiran a controlar los pensamientos. En esa línea, esta ley no
sólo prohíbe que alguien (mal)trate a otro en función de su orientación sexual,
sino que también penaliza que alguien piense y sienta fuera de lo que la ley
manda. Y ya si es tan insolente como para pretender educar a sus hijos de ese
modo, se le puede caer el pelo. Quizá por esto algunos piensan que esta ley
vulnera la Constitución, que reconoce el derecho de los padres a educar a sus
hijos según su visión del mundo y de la vida.
Por otra parte, que cualquier
orientación sexual sea igual a cualquier otra se traduce en que esto es como
los colores del arco iris, allá lidie cada cual con el suyo pero que no se le
ocurra decir que hay colores mejores que otros porque por ahí no. Dicho en
términos técnicos, salta por los aires el criterio de "normalidad" y
así, al regular cómo se va a (re)educar a los niños en el cole dice que hay que
proceder "eliminando los estereotipos de “normalidad” basados en la
heterosexualidad" (art. 25.2).
Ya digo, según la ley lo
mismo da la atracción por los enanitos verdes que por los pokémones. Ah, pero recuerden
que al parecer hay quien se siente atraído por los niños… Como es sabido,
Holanda ya cuenta con un partido partidario de legalizar la pederastia. A ver
si la liamos por ese lado.
Estos y otros asuntos
similares formarán parte de lo que se transmitirá en los colegios. Unos lo
llaman formación, otros adoctrinamiento. En cualquier caso, vulnera la ley
puesto que prescribe cuestiones de gran calado en el ámbito educativo sin haber
recibido el preceptivo dictamen del Consejo escolar autonómico. Otra ilegalidad.
Ya que hablamos de leyes,
no me resisto al divertimento de
señalar un detalle que podría interesar a algún letrado. Pensemos en la ley del
divorcio que despluma al marido. ¿Y si el fulano, en pleno proceso, se ve abocado
a vivir bajo el puente y de pronto va y se siente mujer y se acoge a la ley de
marras? Mujer y oprimida en su legítima manifestación de feminidad por su (ex-)compañera,
a la que ahora podrá lógicamente acusar de violencia de género por haberla
forzado a adoptar un rol masculino… En fin, son ideas…
Pero qué importa la
Constitución, la normativa en materia educativa, discriminar a la inmensa
mayoría de la gente por sus sentimientos de chusma retrógrada o algunas
consecuencias inquietantes si todas sus señorías están de acuerdo.
Ah, la unanimidad.
Resulta que todos los miembros y miembras del arca parlamentaria han hablado
con una misma voz para expresar un común sentir, un pensamiento único. Y es
sabido que pensamiento único es sinónimo de ausencia de pensamiento. Porque es
raro que en una sociedad abierta, plural, no haya distintos posicionamientos.
Lo que sostiene el liberalismo en el que estoy es, precisamente, que el Estado
debe respetar los múltiples modos de sentir y valorar el mundo. Y por eso hay
que llegar a acuerdos, buscar alianzas, ceder y conceder. Pero unanimidad en
asuntos controvertidos sólo la hay en los totalitarismos. Claro que alguno de
los parlamentarios mantienen una ideología totalitaria y sus votantes les
aplaudirán con toda razón. Lo que no está claro es que harán los votantes de
partidos que no sean totalitarios de suyo, aunque hayan actuado como perfectos
toNtalitarios; igual se vuelven a sentir traicionados. Y tanto va el cántaro a
la fuente…
¿Será por la singularidad
de Cartagena? ¿Qué tendrán los vientos del Cantón? Parece que el mismo aire que
le ha dado al alcalde más chulo de España ha soplado con fuerza sobre la Asamblea.
!Vaya tropa!
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