La lengua, a la larga
Manuel Ballester
Estamos ya en plena vorágine electoral. Es un periodo en el
que lo mismo se anuncia el cambio del sistema productivo y laboral o la
solución al cambio climático que se inaugura una curva o se tuerce una recta: lo
importante es la foto, hacer ver que se hace para convencer al votante de que uno
tiene la clave del progreso. Y todo son prisas a la caza del eslogan, de la
ocurrencia pegadiza que quepa en un tweet.
Impera el comprensible cortoplacismo. El riesgo es no llegar
nunca a proyectos de largo alcance. Quiero señalar uno que me parece de interés.
Me refiero a la cuestión de la lengua. A la española, esa lengua que antaño
extendió el Reino de España por el mundo y hoy es la segunda lengua materna (tras el chino mandarín y por
delante del inglés) a nivel mundial.
En el año 2000 el español superó al inglés en número de
hablantes. Y va a más: se estima que para el año 2030 el español será el
segundo idioma más hablado del mundo y el primero allá por el 2045. Ya sé que
2030 está muy lejos para los cortoplacistas y que quedan unas cuantas
legislaturas aún. Pero a lo mejor alguien podría tener visión a largo plazo en
este asunto.
Que el español tiene dimensión mundial es una realidad que
recientemente ha sido recordada por el libro editado por Alex Grijelmo y José
María Merino con el atinado título de Más
de 555 millones podemos leer este libro sin traducción. La fuerza del español y
cómo defenderla. Que no es mal eslogan, si se sabe mover. Un activo que
está ahí, como el sol y el buen tiempo que nos regalan los dioses patrios.
Pensemos en el inglés como activo, en la riqueza que mueven
los países que lo tienen como lengua materna sólo por hablar inglés, en la
cantidad de dinero que un angloparlante puede manejar sólo hablando, sólo
recibiendo en (o alquilando) su vivienda a gentes deseosas de empaparse de la
lengua de Newton, Tolkien y otros tantos.
La tradición y el clima, bien gestionados, son un activo
importante, una fuente de riqueza para todos pero hay quien sólo ve mugre e
impuesto al sol. Lo mismo pasa con la lengua: es un activo, pero hay que saber
gestionarlo. El inglés como activo está siendo magníficamente gestionado; y el
español no tiene menos potencia.
España puede hacer de puente entre Europa y América. Y,
habida cuenta que los ingleses, Brexit
mediante, abandonan el “continente” a su suerte no estaría de más proponerse
como objetivo que la lengua franca de Europa fuese el español: esto no es
imposible, recordemos que somos la lengua latina más hablada del mundo y, por
tanto, es un idioma que tanto franceses como italianos o portugueses aprenderán con más
facilidad que el inglés, es decir, es posible pero habría que gestionar ese
activo a largo plazo.
En el corto plazo bastaría con no dañar el activo, no
estropear lo que se quiere potenciar. Se me ocurren dos ámbitos que habría que
replantear.
No me extenderé en la cuestión de la política lingüística en
ciertas comunidades autónomas donde se dificulta, por decirlo suavemente, el
conocimiento del español.
Me centraré en otro asunto que daña este activo y en el que
parece haber acuerdo bastante amplio: el bilingüismo en educación.
Asumiendo que “el futuro está en el inglés”, posición que
algunos pensarían que coincide con no valorar el propio activo, dejarle toda la
iniciativa a la competencia y meterse al enemigo en casa, han lanzado a todos
los centros educativos al bilingüismo desde la guardería, que empiecen pronto,
que al final todo son prisas.
Como todos parecen estar de acuerdo y estas gentes andan
tensas en estas épocas, no voy a entrar en un análisis contundente para no
herir susceptibilidades. Sólo mostraré un par de aspectos que me parece que
merecerían ser pensados.
Nadie cuestiona la buena intención de los forofos del
bilingüismo, faltaría más. Quieren garantizar un futuro laboral a los jóvenes y
ese futuro, afirman, pasa por el inglés. Puede ser. Los chiquillos que acaben
en la Nasa o jugando en la NBA, seguro que necesitarán inglés. Y a esos hay que
sumar alguno de los que se queden trabajando por aquí para pagar el impuesto al sol. Pero
si pensamos en empresas grandes, como El Pozo o El Corte Inglés, con miles de
trabajadores, ¿cuántos de ellos necesitan el inglés para su trabajo? Y las
empresas pequeñas, con menos de 10 trabajadores (que, por otra parte, son más
del 90%) ¿cuántos necesitan el inglés? Hablamos de ganadería, agricultura,
panaderías, peluquerías, talleres mecánicos, el mundo de la construcción, etc
¿cuántos necesitan el inglés?
A ver si estamos suponiendo que todos los trabajos consisten
en atender un Tourist office o
explicar a los turistas la fórmula del asiático en inglés. En fin, que, aún
aceptando sin más análisis que el sistema educativo debe orientarse al sistema
productivo, parece que hay vida laboral fuera del inglés.
Pero es que hay más: admitido que es bueno que hay que
estudiar inglés. Y nada malo parece haber en que los escolares aprendan. Ni que
aprendan inglés, faltaría más. Lo malo es que se haya escogido el peor método
para enseñar inglés: el bilingüísmo. Sin entrar en si aprenderán más inglés al
abordar historia o matemáticas en esa lengua, lo que está claro es que se les
priva del conocimiento culto en esos ámbitos, que es lo que puede proporcionar
el profesor y no las familias. Al privar a los alumnos de una exposición
prolongada (cursos escolares completos) a un uso correcto, cuidado, culto del
español se daña gravemente a los alumnos cuyas familias no pueden
proporcionarles ese registro de la lengua.
Son ideas, por si interesa pensarlas después de las
elecciones. Que no todo va a ser gobernar pensando en la próxima foto.
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