Dorian Gray, un
experimento estético
Manuel Ballester
La experiencia ordinaria de que dentro de cada uno hay una tendencia
al bien y otra al mal ha propiciado acercamientos memorables desde la
literatura. Así, por ejemplo, R.L. Stevenson aborda la cuestión induciendo
“científicamente” la escisión en las personalidades de Jekyll y Hyde.
Partiendo de la misma experiencia, Oscar Wilde (Dublin 1854-
Paris 1900) traslada un aspecto de la personalidad a un cuadro permitiendo que
el personaje de su obra muestre en todo momento un aspecto hermoso, no empañado
por el paso del tiempo ni por el peso de iniquidades.
Dorian Gray mantiene ante los demás una idéntica imagen de
dandi, un aspecto siempre jovial. Reina en el ámbito de la estética, de lo
bello, mientras se desentiende de la dimensión ética.
La publicación de El
retrato de Dorian Gray (1890) provocó una enorme polémica, a consecuencia
de la cual en la edición de 1891 Wilde decidió incluir un prefacio breve y
repleto de aforismos en el que dirige la atención hacia el debate en torno a
teorías estéticas.
El enfoque que parece reivindicar Wilde apunta a la separación
entre la belleza y la bondad, entre las esferas ética y estética, lo cual
supondría que en el plano social y público primaría la apariencia, la pose y la
postura como en una representación teatral donde sólo vale lo que es visible
para el espectador.
Hay argumentos a favor de esta separación en cuanto que el
artista puede producir la belleza en la escultura o el cuadro sin importar que
se represente un ángel o un demonio.
De los tres personajes centrales de la obra, quizá sea Lord
Henry quien plantee con mayor precisión esta tesis y postule, incluso, la idea
de la construcción de la propia vida como una magnífica obra de arte, como un
logro estético sin conexión con la ética.
Lord Henry es un personaje capital, tremendamente ingenioso
que alardea de una cínica superioridad sobre los demás y sus “pequeñas
virtudes”: «Jamás apruebo nada, ni tampoco lo desapruebo. Es adoptar una
actitud absurda en la vida. No hemos sido puestos en el mundo para combatir
nuestros prejuicios morales». Cuando conoce al encantador, al cándido, Dorian
decide usar con él sus chispeantes juegos de palabras, sus ocurrentes
sugerencias.
Dorian es entonces un joven encantador, colabora en una
sociedad caritativa, «tiene un carácter sencillo y bello». Así lo ve Lord
Henry: «Había algo de su cara que le hacía a uno confiar en él de inmediato.
Tenía todo el candor de la juventud, así como la apasionada pureza de toda
juventud. Saltaba a la vista que el mundo no le había contaminado aún» o, en
términos cínicos: era un ser muy influenciable.
Y Henry procede, de un modo explícito y sistemático, a
influir sobre Dorian. Así lo decide: hará un experimento con el joven para ver
hasta dónde es capaz de asimilar su cinismo, hasta dónde es capaz de explorar
sus posibilidades (las peores, se entiende). Cuando Dorian inicia ese camino es
cuando descubre el conocido desdoblamiento entre su aspecto lozano y su retrato
degradado, entre su cuerpo siempre joven y su alma envileciéndose.
Junto a Lord Henry y el propio Dorian cabe mencionar a Basil
Hallward, el pintor, el artista autor del retrato y amigo de ambos. Basil es
amigo de Lord Henry aunque, al decir de Dorian Gray, Henry «era demasiado
cínico para ser amado»; y es también amigo de Dorian incluso cuando Gray ya se
ha degrado tanto que supera a Lord Henry.
Basil es un personaje fascinante. No sólo porque es el
esteta consciente de que el artista sólo logra la belleza cuando pone en su
trabajo lo mejor de sí mismo, no sólo su técnica, sino todo su ser; así
justifica su reticencia a exponer su lienzo: «La razón por la que no voy a
exponer este cuadro es porque tengo miedo de haber mostrado en él el secreto de
mi alma».
Frente al descaro de sus amigos, muestra su mejor
disposición. Así, ante uno de los alardes de cinismo de Lord Henry le replica:
«No estoy de acuerdo con una sola palabra de las que has dicho y, lo que es
más, Harry, estoy seguro de que tú tampoco». Como buen amigo, tiene una
excelente opinión de la gente a la que aprecia y brinda su apoyo para que
mejoren. Así ocurre cuando, muy avanzada la trama, el muy corrompido Dorian
llora ante el artista. Basil le anima a arrepentirse. Dorian es ya presa de la
desesperación pero un amigo no abandona: «¡Nunca es demasiado tarde, Dorian!».
Decíamos que una cuestión que late en la obra es la
posibilidad de separar la ética de la estética, la belleza del bien.
Desde esa perspectiva, Lord Henry representa la posición de
la separación de la estética y la ética. Henry es, por eso, el inductor, la
mala influencia que anima a Dorian a abandonar el bien por la belleza para,
finalmente, descubrir que tal separación sólo era apariencia.
Basil representa no sólo la perseverancia en el bien hasta
el final sino que es, desde el principio, el artista, el esteta. Basil es el
polo opuesto, la tesis opuesta, a Lord Henry en cuanto que, precisamente, quien
más insiste en la importancia del bien es quien ha logrado la mayor cota de
belleza.
Y Dorian es el joven que se debate a lo largo de la obra, a
lo largo de su vida, entre el influjo corruptor y al impulso hacia la fidelidad
a sí mismo, a la mejor de sus posibilidades. En la vida como en el arte, la
corrupción fue un experimento estético; la plenitud, una invitación amistosa.
Publicado en Aleteia el 30 de enero de 2020:
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