Imagina un muro entre Lennon y Nietzsche
Manuel Ballester
Un lector atento y juicioso, que los hay, alcanza la
evidencia de que lee con facilidad y agrado los textos que confirman su modo de
ver el mundo, su manera se sentir y sentirse, mientras que no entiende o no
entiende con facilidad los escritos que cuestionan su modo de sentir la vida.
Un escritor mediano sabe que en sus textos se dice, se
manifiesta, se expone, a sí mismo, a su modo de ser, pensar y sentir el mundo y
la vida.
Y ahí radica la razón por la que a veces decimos que “Me
gusta (o no me gusta) Cervantes o Defreds”, en vez de “Me gusta El Quijote o Casi sin querer”.
Tanto el lector como el escritor interpretan, seleccionan,
proponen una perspectiva sobre el asunto del que se trata. Hay perspectivas
individuales y hay lecturas epocales, enfoques propios de la mentalidad
dominante en un determinado periódico cultural.
Tomar conciencia de esos enfoques presentes en quienes
escriben y quienes leemos es un primer paso para llegar a ser un verdadero
lector.
Digo esto porque el ambiente actual proyecta constantemente
una consideración negativa respecto a los muros. Son metáfora de insolidaridad,
exclusión, de hostilidad, valores todos ellos marcados como negativos, “valores
no-valiosos” cuando debiera haber hospitalidad, fraternidad y buenismo que son
“valores válidos y valiosos”.
Es cierto que todo muro es una barrera que impide avanzar a
quien se encuentra con él. Y eso es verdad, pero no es toda la verdad y,
precisamente por eso, pone de manifiesto una perspectiva parcial.
Porque también es verdad que un muro protege, proporciona
cobijo y seguridad. Así ocurre con los muros de una casa: están pensados para enmarcar
un hogar que sea refugio, para hacer posible la acogida y el descanso.
De modo similar distintos pueblos y culturas han construido
muros. No como signo de animadversión sino todo lo contrario: para defenderse
de posibles hostilidades. Más precisamente: para proteger a los suyos contra
posibles ataques, para proporcionarles un entorno seguro y grato. En esta regla
general cabe destacar una excepción (la única que conozco): el famoso muro de
Berlín, construido no para proteger a sus habitantes sino para impedir que
huyesen del sediciente “paraíso” comunista. Aparte esa excepción, todos los
demás muros se han construido para proteger a los propios frente a los
eventuales enemigos de fuera, no para agredir a nadie.
Sin embargo, me temo que la visión actual dominante se
inclina a considerar el muro como una agresión, un impedimento para la libre
circulación de las personas. A pequeña escala no tanto (no cuando hablamos de
los muros o paredes de una vivienda) pero sí cuando hablamos de las fronteras
de los países.
Permanece la idea de que el muro es un obstáculo, algo que
limita la libertad. Y por ahí sí que no pasamos los modernos, claro.
Porque, en el fondo, se trata de la libertad. Se trata de
que el muro aparece en el ideario contemporáneo como un insultante, insufrible,
impedimento. El muro no permite la (libre) espontaneidad de cada individuo. El
muro es para el hombre como la jaula para el pájaro: la negación de su anhelo
(y su derecho) a volar. Por eso, suprimir los muros, las barreras, los
obstáculos, es una tarea en la que todos debemos contribuir.
Esa es, insisto, la idea en la que vivimos.
Ese es el mundo en el que vivimos. Por eso, haría falta ser
un soñador (a
dreamer), un revolucionario, para imaginar otro mundo. Un mundo,
como canta John Lennon, sin fronteras porque no habría países (no countries), donde no necesitáramos
cercas porque nadie tendría nada que proteger (no possessions) y todos compartirían todo con todos (Imagine all the people/Sharing all the
world), un paraíso sin frío ni calor donde la naturaleza proporcionaría
espontáneamente lo necesario para cubrir nuestras necesidades y, por tanto, sin
nada por lo que merezca la pena esforzarse ni luchar (Nothing to kill or die for). En definitiva, un mundo donde todos
vivan y gocen en el presente (Imagine all
the people/Living for today) sin preocuparse del futuro, ni del más allá (no religion too). Ninguna jaula, ningún
obstáculo, ninguna muralla: ese parece ser el valioso ideal al que el “odioso”
muro se opone.
Conviene leer despacio y caer en la cuenta de que ese
maravilloso ideal ya existe, ya es real. No hace falta ser un soñador
revolucionario para imaginarlo: así viven los animales.
Si nos fijamos, veremos que los animales viven el presente (for today), sin preocuparse por el
futuro, sin plantearse responsabilidades ni por el más acá ni por el más allá (no religión). Al tratarse de un “ideal”
encarnado en el mundo real, estos seres que parecen ser el modelo antropológico
del progresista arquetípico tienen también sus depredadores, porque al
corderito se lo come el lobo y al pajarito se lo merienda el ave rapaz. Es lo
que hay. Pero que la descripción idílica sea inexacta por desconocimiento, por
ignorancia, es lo de menos.
Lo importante es que ese estilo de vida no es humano. Igual
que esa idea de la libertad y de los límites, de los muros, ponen de relieve
una deficiente comprensión del ser humano porque la idea de libertad como
acción de emancipar, romper jaulas y abatir muros es, ciertamente, un gran ideal
que engendra ideologías pero no hay que perder de vista que hay muchos “grandes
pensamientos que no hacen más que lo que el fuelle: inflan y producen un vacío
aún mayor”[1].
Nietzsche rechaza de plano la interpretación de la libertad y del hombre a la
que estamos aludiendo cuando pregunta y nos invita a plantearnos lo siguiente: “¿Libre
te llamas a ti mismo? Quiero oír tu pensamiento dominante, y no que has
escapado de un yugo” [2].
Escapar de un yugo, derribar un muro, sería suficiente si
fuéramos animales en un paraíso herbívoro. Pero ese ideal, si fuera realizable,
no sería humano. Porque lo que define al ser humano es su proyecto de vida, su
tensión hacia las metas, su tendencia a la propia plenitud. No el carecer de
límites, sino nutrir su existencia de tensión hacia lo bueno y lo mejor: eso es
el hombre. Y así se realiza, es decir, se hace “real” lo que antes era sólo
posibilidad, la mejor posibilidad, entendida y deseada como meta y horizonte
hacia el que marchar. No se trata de sacudir un yugo, huir de una jaula o
abatir un muro. Se trata de orientar la existencia hacia nuestra mejor
posibilidad.
Publicado en Individualia, Invierno 19/20, pp. 21-23:
https://revistaindividualia.wordpress.com/
https://t.me/individualia
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