jueves, 2 de junio de 2022

En el fondo

 

Entusiasmo por la realidad (12)

 

 

En el fondo

 

La vida nos brinda momentos alegres, radiantes, rebosantes de plenitud y sentido. Quien lo probó lo sabe.

La vida nos aflige con sufrimientos de diverso tipo. También de eso tenemos experiencia.

Podríamos quedarnos resignadamente con eso. Podríamos asumir que se trata de disfrutar cuando las cosas vienen bien, ma non troppo: no hay que confiarse. Se dice que la salud es una “etapa que no presagia nada bueno”. Y a la vida en su conjunto le va bien esa caracterización.

Y es que, en cierto sentido, cabe pensar que si bien hay etapas dichosas, al final vendrá la vejez con su cortejo de decadencia física, con la soledad en que nos dejan los amigos que se van antes, con la perspectiva inevitable de la muerte más o menos dolorosa. Así lo ve Macbeth cuando afirma que “la vida es una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa”. Y esa es la cuestión: si todo este bullir que es la vida, con sus alegrías y sinsabores, tiene sentido.

Si no lo tiene, la respuesta estoica (sustine et astine: soporta y renuncia, en expresión de Epicteto) o la actitud frívola (carpe diem: disfruta de los buenos momentos) serían lo más adecuado. Son planteamientos que denotan temperamentos vitales distintos pero que coinciden en aceptar que al final todo será polvo y ceniza. Y nada más.

Es una actitud que intenta equilibrar ingresos y pérdidas. Una cosa por la otra. Es una actitud resignada, por tanto. Un intento de poner buena cara al inevitable desastre que es la vida: polvo y ceniza, y nada más.

Pero sentimos y sabemos que no hemos nacido para la resignación. Contrapesar está bien para el animal, que puede haber vivido para servir de comida a su depredador. Pero sabemos y saboreamos que nosotros somos más. Podemos y, por tanto, debemos aspirar a más.

Quien es fiel a sí mismo, no se resigna y le busca sentido a las cosas. Intuye que ha de haber un fundamento, que la vida tiene un por qué, una causa, una razón.

El fundamento de mi vida individual y mis circunstancias pueden encontrarse en mis padres y familia, mi patria y su historia. Pero hay un fundamento que trasciende a todos estos. Un fundamento último que, por ello, dotaría de sentido a las luces y sombras del cuadro de la vida y la historia.

Estamos hechos de manera que no nos resignamos a la resignación, que nos parece que eso no va con nosotros. Y buscamos el fundamento, el sentido. Lo buscamos porque lo necesitamos, porque no nos satisface una vida que sería adecuada para un animal, y lo buscamos según nuestras capacidades, según lo que somos. Lo buscamos humanamente.

Y ¿qué es el hombre? La modernidad, que ahí andamos, concibe al hombre cartesianamente como res cogitans, ser pensante, cuyo rasgo esencial es la razón y una razón concebida de un modo que aquí no vamos a desarrollar. El hombre así concebido ha intentado encontrar el fundamento último para conocerlo y conocerse absolutamente, íntegramente. Con certeza científica, a ser posible.

Al ser esas las exigencias y el enfoque, normal que hayamos recaído en la resignación (que dirían los estoicos y hedonistas) o en el absurdo (que diría Macbeth o Camus). Es normal porque ni el hombre es eso ni su fundamento puede ser (totalmente) conocido.

El hombre es, al decir de Aristóteles, “inteligencia deseante o deseo inteligente” y la concepción moderna separa razón y deseo, mente y cuerpo, generando así problemas que no tendrían que estar ahí.

Además, la realidad a la que se dirige el hombre es más de lo que podemos conocer. Cuando el hombre conoce el mundo, capta algo pero el mundo es más. Cuando nos conocemos, siempre somos más, siempre vemos que se nos escapa en nosotros algo más profundo que nosotros mismos, intimor intimo meo (más íntimo a mí que mi propia intimidad), según lo sintió Agustín de Hipona. Y así con todo lo que conocemos: lo conocemos pero sabemos que es más.

El planteamiento moderno busca certeza respecto al fundamento del conocimiento. Pero nosotros, aunque somos modernos y postmodernos (si es que, al final, no son lo mismo), nosotros, digo, buscamos el fundamento de nuestro ser (que es más que nuestro conocimiento) y nuestro sentir, buscamos la base que dota de solidez a nuestra vida y su sentido.

Un reto, quizá el reto, fundamental de nuestro tiempo es responder adecuadamente a la cuestión del sentido del hombre integrando las exigencias de su pensamiento, su sentimiento y su libertad. Así lo dejó escrito, entre otros, Camus en el célebre inicio de El mito de Sísifo.

No quisiera acabar estas líneas sin aludir a una dificultad de enorme interés: ese sentido que anhelamos, al que no queremos renunciar, ¿es algo que nosotros decidimos, proyectamos, diseñamos y decidimos? O, por el contrario ¿el sentido de nuestra vida, nuestro puesto en el plan global en el que nos integramos es algo anterior a la decisión humana?

En un caso, el sentido sería logro y conquista de los fuertes; la eficacia en la gestión de las circunstancias de la vida sería una prueba de que estamos construyendo adecuadamente nuestra vida. Aún así, haría falta suerte, que la desgracia, la enfermedad o la envidia ajena no se ceben en nosotros. Y los débiles o desafortunados, fracasarían, toda su vida acabaría en polvo y ceniza, y nada más.

Pero podría ocurrir que el sentido no sea logro y conquista. Podría ser un don. La vida lo es ¿por qué no habría de serlo también su sentido? Podría ser. Entonces igual que hay alegrías y sinsabores, ocurriría que todo (la vida y su sentido, las circunstancias y nuestro papel en ellas) es don y gracia y, por tanto, al final sólo quedaría la victoriosa alegría.

Porque lo dice el poeta, no el filósofo: es verdad que todo será polvo y ceniza, sí. “Será ceniza, mas tendrá sentido; polvo será, mas polvo enamorado.”.

Y este sí es el final, el fundamento último, don gratuito que abraza lo que conocemos y lo que está más allá de todo conocimiento. Lo dice el poeta pero, sobre todo, es que quien lo probó lo sabe. Y se trataba de saber, que está emparentado con “saborear” y, por eso, gusta, agrada, alegra porque tiene sabor de plenitud y verdad.

La vida nos brinda momentos alegres y nos aflige con sufrimientos. Pero sentimos que lo más hondo, lo más adecuado a nosotros, lo más íntimo y verdadero, es una profunda alegría.


Publicado en Letras de Parnaso, Junio 2022, nº 74, pp. 20-21.

Aquí dejo el enlace. Por si interesa:

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