Los hábitos culturales y la construcción de sí mismo en El sí de las niñas, de Moratín.
Manuel Ballester
Podemos presumir
que los padres quieren el bien para sus hijos.
Este punto es,
quizá, una de las garantías más seguras para que una sociedad prospere: que los
padres, tras las experiencias de su vida, intenten transmitir a sus hijos las
enseñanzas que han obtenido.
Que los padres
encaucen a sus hijos orientándolos, según lo que ellos entienden que es útil,
conveniente, bueno y noble, garantiza una sociedad cohesionada y plural.
Constituida por el afecto, que es lo que une y cohesiona; pero también por la
diversidad, porque no todos entendemos lo mismo por bueno y noble. Y, por eso,
aunque todos los padres quieren a sus hijos y le enseñan lo mejor, no todos
coinciden en qué es lo mejor.
Dicho sea de paso,
ese modo de transmitir y renovar la sociedad es el mejor antídoto frente a uno
de los peligros más temibles que nos acechan desde hace unos pocos siglos: el
totalitarismo, el horror de nuestro tiempo, la imposición del pensamiento único
y la acción uniforme.
Este tema de siempre es abordado por Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) en su obra El sí de las niñas (1806). Contiene, como es de esperar, concreciones propias del momento en que se escribe; contiene, por entrar en detalle, la posibilidad de que unos padres decidan sobre el casamiento de unos hijos (tanto mujeres como hombres).
Pero en ese
contexto, Moratín introduce una mirada que trasciende el momento. Junto al
poder parental (que dictamina, por el bien de Doña Francisca, con quién ha de
casarse) pone un contrapunto de sensatez. ¿Acaso el poder no ha de someterse al
imperio de la razón y la prudencia?
Don Diego es el
marido elegido para Doña Francisca. A Don Diego le conviene y le ilusiona el
casamiento. Pero es, también, un hombre razonable, juicioso. Así, por ejemplo,
en vez de llevar a la “niña” al altar fiado solamente en que así lo ha
decretado la madre, él quiere saber qué piensa y siente Doña Francisca. E
insiste. Doña Francisca sostiene que se mantendrá fiel a lo que se
espera de ella: «en todo lo que mande [mi madre], la obedeceré.
D. Diego: ¡Mandar, hija mía!… En esas materias tan delicadas
los padres que tienen juicio no mandan. Insinúan, proponen, aconsejan; eso sí,
todo eso sí; ¡pero mandar!…».
Se habla de matrimonio, se habla de una amorosa convivencia,
se habla, en definitiva, de la felicidad de dos personas. Si bien la ley y la
costumbre permiten que le sea entregada Doña Francisca, Don Diego sabe que se
habla de la felicidad y que «a nadie se le hace dichoso por fuerza». Casarse
por obediencia a los padres puede dar lugar a matrimonios honestos, culturalmente
impecables, pero rara vez felices. Ir por ese camino es comenzar a andar en la
vida habiendo renunciado a la felicidad y si es verdad lo que afirma Whitman
(El que camina un minuto sin amor, camina hacia su propio funeral con la
mortaja puesta), ¿qué será de quien camina no un breve minuto sino que se ha
resignado a andar así toda la vida?
El sí de las niñas
es una obra de teatro que se lee con agrado, contiene enredos, giros
inesperados y ese punto crítico de las condiciones de su tiempo que muestra
que, independientemente de lo que sea costumbre en cada momento, siempre cabe
buscar lo noble y lo mejor, siempre cabe aspirar a la acción que nos llena de
nobleza y nos sitúa a la altura de lo mejor de nosotros mismos.
Publicado en Aleteia, 11 Julio 2022:
https://es.aleteia.org/2022/07/11/las-costumbres-y-la-construccion-de-uno-mismo-en-el-si-de-las-ninas/
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