jueves, 5 de octubre de 2023

El mundo sin contemplaciones

 




El mundo sin contemplaciones

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

“Los secretos de la naturaleza se manifiestan mejor bajo el hierro y el fuego de las artes, que en el curso tranquilo de sus ordinarias operaciones”, así se expresa Bacon (Novum Organum, 98) en el momento fundacional de la modernidad. La referencia es famosa y suele citarse así: “Hay que torturar a la naturaleza para arrancarle sus secretos”.

El Novum Organum se publica en 1620 y se contrapone al Organon de Aristóteles que es el nombre con el que se conocen diversas obras sobre el modo de adquirir conocimiento (ciencia). De hecho, el término griego όργανο, órgano, significa exactamente “instrumento”.

Bacon pretende modificar el procedimiento (el método) científico. Pero hace algo más. Y cuando Descartes escribe su Discurso del método (1637) ya asume como propio de la modernidad esa idea de Bacon.

La historia de la ciencia muestra cómo en este momento se cambia el objeto y el método del conocimiento científico. Cambia el objeto porque la ciencia no investiga ya qué son las cosas sino que se centra en algunos aspectos (el peso, la velocidad…). Y en cuanto al método, en vez de la observación de lo que ocurre (la experiencia que registra el proceder de la naturaleza “en el curso tranquilo de sus ordinarias operaciones”) se pasa ahora al experimento (la experiencia pero programada, sometida a método, “torturando la naturaleza […] bajo el hierro y el fuego”).

Estos cambios que propician la revolución científica son de gran trascendencia, pero yo quería detenerme en otra gran modificación: la idea de mundo, de realidad, de naturaleza, de universo; incluyendo, obviamente, al hombre. Porque si el universo es importante, no lo es menos El puesto del hombre en el cosmos (Die Stellung des Menschen im Kosmos, 1928), por decirlo con Max Scheller.

De todos es conocido que uno de los hombres más sabios fue Sócrates. Suya es la paradójica afirmación de ignorancia. La afirmación es chocante y paradójica, pero no es contradictoria. Cuanto mayor sabiduría, cuanto más conoce, más consciente se hace de que la realidad (la naturaleza, el cosmos, el hombre) es ubérrima, hay mucho más por conocer, esconde más y más misterio. Y esa es la idea antigua de realidad: la realidad es misterio.

Si el cosmos y el hombre son un misterio, entonces homo homini res sacra, el hombre es sagrado para el hombre, como apunta Séneca. Se pueden estudiar aspectos de su anatomía, de su psicología, de su dimensión espiritual, pero sabiendo que siempre hay más. Y que hay que proceder con sumo respeto, como corresponde a las realidades que nos superan y contienen la huella de lo divino. Respecto a la naturaleza en la que vive el hombre, puede decirse lo propio y puede sintetizarse como lo hace Francisco de Asís en su Cántico del hermano Sol o Alabanza de las criaturas, canto, alabanza, gratitud y alegría ante el misterio: “Laudato sie, mi' Signore, cum tucte le tue creature, spetialmente messor lo frate sole”.

Esta visión sapiencial del mundo y del hombre lleva al respeto, cuidado, alabanza y gratitud que se desborda en alegría y canto.

Desde Bacon el asunto es otro. La modernidad ha tratado la realidad como mero objeto, como mera cosa que oculta secretos de modo que, sometida a tortura, es expoliada y ya no tiene nada más que ofrecer. Porque cuando ya conocemos los secretos, las leyes que rigen la materia, esa cosa (el cosmos o el hombre) ya no ocultan nada más, no tienen ninguna riqueza adicional. Y como ese nuevo instrumento sólo accede a la dimensión material, incluso cuando se abordan cuestiones anímicas o espirituales, se intentará “reducir” a los secretos que pueden ser obtenidos mediante el método.

Y cuando, con el método establecido, se arranca el secreto a la realidad (mundo u hombre, tanto da) se decreta que ya sabemos todo lo que hay que saber sobre ese objeto. La expresión tan moderna como falsa: el hombre es física y química (pongamos) “y nada más” manifiesta esta concepción de la realidad. Una vez el método ha obtenido de la realidad aquello que buscaba, ya no le sirve de nada más y, por supuesto, una vez despojado de su secreto, no merece ningún respeto, alabanza o gratitud sino mero uso y disfrute.

La mirada moderna al mundo (cosmos y hombre) piensa que, una vez descubierto el secreto, el mundo no tiene nada más que ofrecer. La mirada sapiencial, cuando profundiza en la realidad, se asombra, se abisma y se alegra; y entiende que “Hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que sueña tu filosofía”, que diría Shakespeare.

Misterio o secreto. No es lo mismo. Quien lo probó, lo sabe.



Publicado en Letras de Parnaso, Año VIII (II Etapa), Octubre 2023, nº 82, pp. 20-21.

Formato pdf:

 

http://www.los4murosdejpellicer.com/EdicionesyPortadasPD/Edicion%2082%C2%A9.pdf  

 

 

Formato libro:

https://www.calameo.com/read/000552592390e1958a592 


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